Rodolfo F. Peña
El festín de la barbarie
Han transcurrido más de 15 días desde los sangrientos sucesos del poblado de Acteal, en el municipio chiapaneco de Chenalhó, y persisten los estremecimientos de conciencia ante la matanza de los inocentes. Persistirán por mucho tiempo, tanto más cuanto que esa matanza no es el corolario de una estrategia de muerte, sino apenas un punto en el camino. En tal estrategia, hay que decirlo muy claramente, están comprometidas las más altas autoridades federales y estatales, y esto no se elude con una retórica condenatoria del crimen; antes se agrava por el cinismo y la hipocresía que la propia retórica transporta. Con los mismos móviles hubo muchos muertos antes del 22 de diciembre, y habrá más, muchos más, después de esa fecha (los está habiendo ya, de hecho) si los mexicanos no logramos marcar un alto drástico a la impunidad y la barbarie.
No se trata, según creo, de exterminar a todos los indígenas (aceptemos esta denominación jurídica equivalente a pobladores originales y sus descendientes); se trata de saquear sus recursos y de reducirlos de nuevo, por la fuerza, a una condición infrahumana para que sigan aportando silenciosamente su mano de obra esclava. En esa condición, encajan perfectamente en el neoliberalismo, como encajan millones de mestizos reducidos a la miseria. Quienes no encajan son los inconformes, los insumisos y, con mayor razón, los que han recurrido a las armas y a la denuncia en días de internet y de globalización. O sea: el EZLN no encaja y de esta organización, según el ánimo de los grandes caciques nacionales, no debiera quedar ni el recuerdo cuando retorne el tiempo de los encomenderos.
En el sentido de la unificación nacional, los indígenas han sido percibidos siempre como un problema, como un estorbo, al igual que en Estados Unidos. Hace varias décadas se pretendió exterminarlos por la vía del mestizaje y la integración, es decir, con la ideología del indigenismo, que fue consolidándose a raíz del primer Congreso Indigenista Interamericano celebrado en Pátzcuaro en 1940. El indigenismo no sería la solución, como habría de verse unas cuantas décadas más tarde, pero no estaba desprovisto de buena fe y de todos modos era menos infame y respetaba al menos la vida de los indígenas, algunos valores del pasado y algunas habilidades artesanales del presente. Como fuere, la ideología indigenista fracasó. Al decir de Guillermo Bonfil Batalla, ``tropezó con la insuficiencia de recursos, la imposibilidad de coordinar el conjunto de las acciones gubernamentales en las regiones, los intereses creados, para cuya defensa se recurre frecuentemente a la violencia, y la resistencia de los pueblos indios, aferrados a sus propios proyectos''.
Esos proyectos hicieron irrupción en Chiapas con el EZLN, y el resto de la sociedad nacional entendió que no se trataba sino de exigir la titularidad de sus derechos constitucionales con respeto a sus especificidades étnicas, a su cultura y a sus costumbres, como se hace en los Estados pluriétnicos civilizados. Respetar y conceder derechos al otro diferente, y más cuando ha vivido en la sumisión y la docilidad, es algo que todavía no cabe en la cabeza de nuestros arios harvardianos. La disolución de la identidad étnica mediante el indigenismo era lo máximo concertable. El EZLN plantea la afirmación de la identidad, lo que es el colmo: no queda sino acabar con el EZLN.
Pero ya es muy tarde para eso. El EZLN es algo más que una guerrilla tradicional, localizable y suprimible. Es el grito de miles y miles de indígenas que en el país están exigiendo lo mismo: derechos, justicia, respeto a su dignidad, y articulando sus demandas con las de millones de mexicanos también golpeados y marginados a pesar de sus derechos formales. Mientras, en sus premuras sin escrúpulos, los jefes del gobierno han atropellado salvajemente el derecho, desprestigiado al ejército mexicano y perdido toda autoridad moral en Chiapas y, en gran medida, en el resto del país y en el entorno mundial.
En el gobierno se dice que las negociaciones no avanzan porque en relación con los Acuerdos de Larráinzar el EZLN quiere ``todo o nada''. Mal harían los zapatistas si dieran marcha atrás en ese punto. Si era todo, nada o la mitad, debió discutirse en la mesa, no después de la firma. Además, el gobierno ha vuelto a firmar lo mismo en dos ocasiones, como bien dice Carlos Montemayor: cuando se protocolizó el convenio 169 de la OIT y cuando dicho convenio fue ratificado por el Senado de la República. Ignorar esas firmas es burlarse del derecho. Además, con motivo de la conmemoración de 500 años de Resistencia Indígena, el 27 de enero de l992, en pleno salinato, se adicionó el párrafo primero del artículo 4¼ constitucional para decir, entre otras cosas, que ``La nación mexicana tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas. La ley protegerá y promoverá el desarrollo de sus lenguas, culturas, usos, costumbres, recursos y formas específicas de organización social, y garantizará a sus integrantes el efectivo acceso a la jurisdicción del Estado''.
Este fragmento del párrafo es insuficiente, entre otras razones porque no se menciona la organización política y ni siquiera la autonomía administrativa, pero reconoce la composición pluricultural que viene de los primeros nativos y ordena promover (paternalistamente) la cultura indígena. Quizá sea éste el artículo sobre el que debiera recaer principalmente la reforma constitucional propuesta por la Cocopa el 29 de noviembre de l996, y ya tres veces firmada.
En todo caso, lo que hay que hacer urgentemente es promover la reaparición de los poderes en Chiapas, el apego al estado de derecho, la renuncia al exterminio de indígenas y la retirada de los contingentes militares, el desmantelamiento de esa vergüenza nacional que son las hordas paramilitares, la reconciliación con los desplazados o refugiados y la vuelta a la negociación política.