Cómo formular hoy alguna observación sobre la marcha de la economía durante 1997, sin expresar dolor y rabia por la matanza de Acteal, Chiapas. Cómo retomar el análisis de la política económica gubernamental, e ignorar las lamentables declaraciones oficiales que atribuyen la matanza de San Pedro Chenalhó a ``problemas interfamiliares y a conflictos intercomunitarios''. Cómo abrigar esperanzas de algunos efectos virtuosos derivados de una actividad económica que tiende a cierta recuperación, cuando no tenemos ninguna seguridad sobre una dirección de política interior que parece estar actuando no sólo con rezago a los hechos sino, al menos, con indolencia...
Vivimos circunstancias propicias no sólo para la desilusión, la desesperanza y el desánimo, sino para la duda, la desconfianza y la profunda insatisfacción. Y, sin embargo, preciso es seguir pensando --incluso con más ahínco, con más delicadeza y con más rigor--, sobre la dinámica y las tendencias de nuestra economía, teniendo siempre presentes a nuestros muertos y, ahora como nunca, a nuestros vivos, sobre todo a aquellos que se están muriendo como resultado de la imposición violenta de este capitalismo salvaje que sólo ve en las leyes del mercado el mecanismo regulador de la asignación de recursos y no, como debiera también hacerlo, para actuar en consecuencia, la causa de la pauperización de la mayoría de la población.
¿Tienen alguna relación, acaso, dos hechos registrados en este año que concluye: un exitoso incremento del producto nacional expresado en una previsible tasa anual del PIB ligeramente superior al 7 por ciento, y el igualmente exitoso (¿o vergonzoso, debiéramos decir?) rendimiento anual en dólares de nuestra honorable Bolsa Mexicana de Valores, reconocido en un 47 por ciento en dólares, cuando el promedio mundial es de sólo 7 por ciento, apenas superado por Rusia (101 por ciento), Turquía (65 por ciento) y Hungría (51 por ciento)? Indudablemente. ¿Podemos estar satisfechos con la mayor estabilidad de nuestra economía, con el mayor orden fiscal a pesar de que nuestra deuda externa sea ya de casi 169 mil millones de dólares, por más que este monto sea, efectivamente, un porcentaje inferior del PIB que hace algunos años? Ciertamente no. Hay razones para ello.
La reactivación económica sigue fundamentándose en la concentración y la centralización de la inversión, de la producción y del comercio, en unas cuantas esferas económicas, en unas cuantas regiones y en unos cuantos grupos financieros. La fuente principal de los recursos públicos disponibles para el cumplimiento de las tareas gubernamentales sustantivas, sigue siendo la explotación de nuestros recursos petroleros y no la contribución de personas y empresas. Los egresos gubernamentales siguen teniendo una cuota desmedida de respaldo a esos grupos financieros que, pese a su propaganda azul, roja o verde, han mostrado una creciente incapacidad para soportar las exigencias de un sistema bancario moderno, abierto, eficiente y competitivo como, incluso, reza el credo oficial. La actividad económica y empresarial en los rubros reservados constitucionalmente al Estado sigue realizándose de manera culposa, pues a pesar de ciertos éxitos en el manejo y la conducción de Pemex y CFE, no se ha demostrado la pertinencia de las orientaciones gubernamentales privatizadoras en materia de petróleo y electricidad. ¡Y qué decir de salario y ocupación! En el mejor de los casos el primero ha dejado de caer, pero no se recupera; y la ocupación, más allá de las complacientes estadísticas de los asegurados permanentes del IMSS, no da indicios de una recuperación capaz de atender la creciente demanda de trabajo, vinculada a las altas tasas poblacionales de hace 20 y 30 años. Eso no se puede ignorar.
Una vez más hay que decir que la forma elegida para impulsar la recuperación de la economía no está sentando las bases para un crecimiento sostenido y firme de la economía, como acaso se pretende, pues para acceder lo antes posible a esos indicadores --hoy complacientes-- de una actividad económica en recuperación --incremento del PIB y de la formación de capital, control de la inflación y de la tasa de interés, manejo de la balanza de pagos y estabilidad relativa del tipo de cambio--, justamente por ello, se ha cedido mucho --demasiado, por no decir casi todo-- a unos cuantos grupos financieros y empresariales que --como diría Marx-- antes aceptarían la violación a casi todos sus principios éticos fundamentales que la alteración a una porción mínima de sus ingresos.
También hay que decir una vez más que sólo con mecanismos que controlen y cancelen esa rapacidad mezquina, ese rentismo regresivo, y ese violento espíritu monopólico de estos grupos, sólo entonces la convocatoria a una amplia participación social e, incluso, al diseño e impulso de una política económica de Estado tendrán sentido. Sólo entonces. Mientras... mientras no nos ilusionemos, a pesar de todo, con las altas tasas de crecimiento del PIB.