Un par de semanas antes de la navidad, un empresario estadunidense residente en México abordó un taxi ecológico para dirigirse a su casa, y minutos después fue asesinado por una banda dedicada a asaltar turistas extranjeros. Sin embargo, como la víctima, Peter John Zárate, era un alto funcionario de una importante multinacional, el incidente provocó una fuerte reacción que culminó con un nuevo comunicado del Departamento de Estado, el segundo en menos de un año, advirtiendo a los turistas del vecino país sobre los peligros de abordar cualquier tipo de taxis en la República Mexicana. Es obvio que estos comunicados afectan la imagen de México, lesionan las relaciones diplomáticas entre ambos países, ahuyentan al turismo internacional (no solamente al estadunidense) y disminuyen el nivel de las inversiones extranjeras.
Seis meses antes del cobarde asesinato del señor Zárate, tres importantes banqueros neoyorquinos, con quienes desayuné en un hotel de la colonia Polanco, me relataron, con el pánico aún reflejado en sus rostros, el asalto que habían sufrido la noche anterior después de cenar en un conocido restaurante de la calle Masaryk. Los banqueros abordaron un taxi ecológico (muy probablemente el carruaje del mismísimo Robin Hood) en el cual fueron golpeados, vejados y despojados de sus tarjetas de crédito, relojes y dinero en efectivo. Irónicamente, después de nuestro desayuno, los banqueros se entrevistarían con varios altos funcionarios del gobierno mexicano para ofrecer financiamiento a nuestras exportaciones.
En el caso del señor Zárate, las autoridades detuvieron a los presuntos homicidas con una celeridad impresionante. Sin embargo, según la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal, la juez 49 penal, Maria Claudia Campuzano, decretó la ``libertad inmediata'' de los cinco homicidas confesos, justificando la acción criminal del jefe de la banda, al cual describió como un moderno Robin Hood que ``roba y reparte lo que obtiene en el robo sin obtener ganancia alguna'' (La Jornada, 5/1/98). Existen solamente dos posibilidades para explicar la insólita exégesis jurídica de la jueza: ignorancia supina o descarada deshonestidad profesional. A Campuzano se le olvidó que el Código Penal define el delito de robo como ``el apoderamiento de una cosa ajena, mueble, sin derecho y sin consentimiento de la víctima. La única referencia de la señora Campuzano a la repartición de los fondos robados, como causa eximente de responsabilidad penal, sería jurídicamente equivalente a exonerar a un violador, ``porque la víctima era una mujer sumamente fea''. Además, ¿cómo justifica el delito de homicidio? No contenta con su extrañísima interpretación del Código Penal, la jueza desestimó las confesiones de los presuntos responsables por inverosímiles, ``a pesar de que reconoció expresamente que en dicha confesión no medió coacción o violencia alguna'' (La Jornada, 5/1/98).
Pero los daños ocasionados por la jueza a la dignidad del sistema jurídico mexicano no paran ahí. En una acción sin precedente, la señora Campuzano, quien tiene la desagradable costumbre de presentarse a los medios de comunicación ``muerta de la risa'', ha condenado a la cónyuge del señor Zárate, y a uno de sus socios, por ``ocultamiento de información'', alegando que dicha conducta ``constituye el delito de perjurio en los Estados Unidos''. O sea, que los jueces mexicanos están ahora facultados para dictar sentencias basadas en el derecho extranjero. ¡Sorpresa! La creatividad jurídica de Campuzano ha encontrado la manera de aplicar extraterritorialmente el derecho penal: ¡el sueño milenario del Departamento de Estado!
El Diccionario Random House de la Lengua Inglesa define a Robin Hood como ``un modelo popular de valor, caballerosidad, generosidad y justicia, que vivió con su banda de seguidores en los bosques de Sherwood en el siglo XII''. Por eso, es posible que la jueza no esté del todo equivocada: en el incidente ocurrido a los banqueros neoyorquinos mencionados anteriormente, el chofer del taxi ecológico se ofreció caballerosamente a llevar a las víctimas hasta la puerta misma de su hotel, y con un gesto de generosidad y galantería digno de Robin Hood les dijo con una sonrisa: ``Señores, no les voy a cobrar ni un centavo por mis servicios, porque entiendo que no tendrían con qué pagarme''.
La conducta de la jueza Campuzano, una mujer con más de diez años en la judicatura, y con maestría y doctorado en derecho, acepta muy pocas explicaciones: ¿Ignorancia de la Ley? ¿Amenazas de muerte? ¿Soborno?.