La exclamación de Esquilo ante el brutal, desenfrenado y cruel castigo que le fue impuesto a Prometeo por haber entregado el fuego y la luz de la noche a los hombres, salta de inmediato a la conciencia si pensamos en la salvaje criminalidad desatada por autoridades y civiles armados, en las pobres, abandonadas y dignas comunidades chiapanecas. Cuando el gran trágico griego vio la furia con que se arrancaban las entrañas del primogénito de Jápeto, el titán mitológico, no pudo más que exclamar: ``¡Hombres de todas las tierras, dioses de los infinitos olimpos, entregaos pronto a la salvación del Héroe y evitad que su inmolación sea transformada en la más terrible ofensa a la Creación! ¡No permitáis que el mal destruya el bien, que las ambiciones de dominio aniquilen la generosidad, y que el protervo egoísmo supla en el Universo a la nobleza! ¡Si esto ocurriera sin la protesta de los pueblos toda la existencia caería para siempre en su propia negación, en la Nada!''. De algún modo Heracles advirtió la palabra euclideana, logró atravesar con sus flechas el águila torturadora y liberó a Prometeo; el juez de la sentencia no pudo evitarlo.
Cuánta semejanza hay entre el Prometeo de los ensueños helénicos y los indígenas chiapanecos perseguidos, atormentados y lastimados en alma y corazón durante los últimos cinco siglos, y sin embargo están hoy tan presentes en la historia como lo estuvieron desde que resonó en sus montañas el esperanzador Grito de Dolores. Igual que Prometeo en el más remoto ayer, los padres y las madres de nuestros hermanos en el espíritu lascasiano, enseñaron, como lo hizo el Héroe a su hijo Deucalión, el modo de salvarse de los grandes diluvios que los poderes de la tierra suelen proyectar con el propósito de exterminar a la raza humana.
Aunque las primeras declaraciones del secretario de Gobernación Francisco Labastida resultaron turbadoras al equiparar victimarios y víctimas en los conflictos chiapanecos, según lo observó Cuauhtémoc Cárdenas, su intercambio de opiniones con los miembros de la Cocopa trasluce una actitud honesta y limpia para encontrar soluciones justas y debidas a los mexicanos que sentimos vivamente el dolor infinito que aqueja a los mártires del holocausto chiapaneco; su problema no es sólo propio de quienes habitan en las lagunas azules, sino también propio de los que somos hijos de Hidalgo y Morelos, en el norte, el sur, el oriente o el occidente de la República, e igualmente propio de todos los hombres de buena voluntad del mundo. El hombre es uno e idéntico, escribió Schiller, si se le contempla en sus más puras esencias: la aflicción y la alegría del individuo es por tanto la aflicción y la alegría de la humanidad. Y en estos tan difíciles momentos en que el país exige reunir sus mejores energías y redimirse así de los destinos que parecen arrastrarlo hacia catástrofes indescriptibles, vale recordar una brillante decisión de Labastida sólo comparable con la que animó al José Vasconcelos, rector de la Universidad y secretario de Educación, en los albores del obregonismo. Siendo gobernador de Sinaloa planeó y llevó adelante un valiente y admirable programa cultural para superar en lo posible, la terrible corrupción que el narcotráfico ha infiltrado en la próspera cuna del revolucionario defensor de indios y campesinos Gabriel Leyva Solana, programa que al ser emprendido por el jefe del Poder Ejecutivo local muestra con claridad el motivo original que lo impulsó: la convicción de que poder y ética, política y bien, son inseparables, pues de otra manera el poder y la política se convierten en barbarie.
¿Cuáles son las condiciones para solucionar los graves problemas de Chiapas? Digámoslo con brevedad: 1. desconocimiento de los actuales poderes del estado por la ingobernabilidad a que lo han acarreado. Fracción V, artículo 76 constitucional. En esta materia no basta la separación del gobernador; 2. desarmar y procesaar penalmente, en su caso, a las bandas paramilitares y guardias blancas que roban, asesinan y destruyen los bienes de los campesinos. Tendrá que investigarse quiénes son los responsables de la existencia de estas bandas; 3. desmilitarización de Chiapas y otros lugares del país, a fin de que la fuerza armada permanente vuelva a sus cuarteles y se abstenga de realizar tareas ajenas a lo dispuesto por la fracción VI, artículo 89 constitucional. Con un EZLN moral y legalmente comprometido a no adoptar medidas militares agresivas, lo que se ha cumplido puntualmente, nadie puede entender que la seguridad interior del país se halle en peligro con motivo de las actividades ilícitas de paramilitares y guardias blancas; un gobernador sin mancha será suficiente para neutralizarlos y encarcelarlos; 4. el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés y la promoción de las reformas legales o constitucionales indispensables. Es necesario entender que en un régimen federal las autonomías demandadas por las comunidades indígenas no representan ningún riesgo para la soberanía nacional; por absurda, la tesis contraria cae por su propio peso; 5. la investigación y castigo indispensables de quienes han cometido hasta ahora impunemente delitos, de los autores intelectuales y de los responsables del genocidio de Acteal. Estas condiciones sine qua non y otras medidas complementarias, en el caso de acatarse, connotarán un punto de partida en el camino de la paz, el bien común y la reinstalación de la República en sus propios valores jurídicos y morales.