H. Flores de la Peña
Chiapas y los cambios
La gente de mi generación, quienes como maestros vivimos el conflicto de 1968, creíamos que uno de los capítulos negros de nuestra historia, el de los crímenes políticos en gran escala y sin castigo, se había terminado después de la matanza de Tlatelolco. Pero después de los crímenes de Chiapas, vemos con horror y tristeza que se ha vuelto a abrir, y que en el podemos caer todos, especialmente los pobres y los indios.
Después de Chiapas hemos entrado, de pleno derecho, en el cuadro de honor de los países que violan sistemáticamente todos los derechos humanos, incluyendo el derecho a la vida.
Del prestigio internacional que habíamos ganado y que Cárdenas consolidó para muchos años, con sólo dos atributos: solidaridad con los oprimidos y valor para hacer prevalecer el Estado de derecho, hoy no queda nada. Se empezó a desmoronar en el sexenio pasado, con las locuras del presidente y sus colaboradores, y en este sexenio se consolidó la destrucción, por ignorancia, desconocimiento del medio, ineptitud y un absoluto desprecio por los pobres. Este es un problema de pobres, por eso el silencio, el disimulo oficial, el esfuerzo por manipularlo y por convertir a las víctimas en culpables. Otra cosa hubiera sucedido si en lugar de matar a 45 indígenas hubieran muerto 45 dirigentes de cúpulas y empresarios; la gente del gobierno seguiría rasgándose las vestiduras y la prensa de colores estaría desatada en la defensa de ``su'' seguridad.
Incuestionablemente, hoy existe una valoración distinta al derecho a la vida, según el nivel económico de quien lo disfruta. Como siempre, se promete una ``investigación a fondo, cualesquiera sean las consecuencias'', que en nuestro medio político significa que no habrá culpables y no se castigará a ningún autor intelectual, sólo a los indígenas gatilleros.
Muy caro pagaremos todos la incapacidad política de este gobierno. Las debilidades de la actual administración, lo exponen a una crítica constante de la opinión pública mundial y a una oleada de horror y repudio creciente al interior del país. Es grotesco tratar de ocultarlo con desplantes tardíos de nacionalismo patriótico.
En un gobierno encuadrado por una política interna incoherente y titubeante y la ineptitud evidente de su equipo político y económico, se justificarían los cambios de gabinete si tuvieran como propósito un ajuste de estas políticas a la realidad y a los tiempos que se viven con la globalidad, que son el respeto a los derechos humanos, a la democracia y a la defensa del medio ambiente. Si el propósito fuera ajustar la política del Estado a estos principios, ¡bienvenidos los cambios! Pero se hacen para tener mejores operadores, para darnos más de lo mismo, por eso no pasa de ser un intento más de burlarse de la ciudadanía, a la que le deben respeto, y el puesto mismo, no se olviden.
Estos nuevos funcionarios promoverán una entrega más expedita de nuestra soberanía a quien la reclame del exterior. Y las grandes decisiones en materia económica y política ya no se tomarán más en México para beneficio de los mexicanos. Nuestro gobierno seguirá creyendo que la política exterior consiste en decir amén a las invocaciones de Washington y, de ser posible, adivinarles el pensamiento en un acto de servilismo que no tiene precedente.
Dentro de estos movimientos en el gabinete, aunque no en la política, destaca el de Francisco Labastida, el político mejor formado del equipo actual. Aunque no sea del estado de México, o quizá por eso, tiene un pensamiento moderno, es un hombre preparado técnicamente y con gran experiencia política. Conoce la realidad porque la ha vivido fuera de las calles de Madero y 5 de Mayo que, de México, es lo único que conocen los tecnócratas egresados del Banco de México.
Le tocó pelear en la selva de la política mexicana y sabe lo que significa el ejercicio arbitrario del poder, pues fue víctima de ello en múltiples ocasiones, pero para luchar contra la ley de la selva es necesario tener una utopía para no aceptar el mundo tal y como es. Sin esto, la preparación, la experiencia y la inteligencia resultan ineficientes.
Si Francisco Labastida logra que en México se respete de nuevo el Estado de derecho, la democracia como forma de gobierno, y además logra impulsar la reforma del Estado y disminuir la inseguridad, habrá logrado iniciar un buen programa de gobierno. Es obvio que en tres años no va a terminar este programa, es una tarea permanente. Debe cuidar, por sobre todas las cosas, que lo de Chiapas no se repita ¡nunca más!
Su capacidad y experiencia le permitirán hacer lo anterior y evitar que el problema de Chiapas se extienda al resto del país. Es necesario ocuparse de los pobres, pero en serio, no como lo hace la secretaría de giras presidenciales y de acarreos bien organizados (Sedesol), y darle a los jóvenes la esperanza de un país mejor y más justo. Nosotros, en nuestro tiempo luchamos por un país mejor; los jóvenes de hoy se conforman con llegar a un mañana que no sea tan cruel como el presente que les tocó vivir.