Juan Arturo Brennan
Beethoven a granel

Al final un capítulo dedicado a los compositores, en el que se incluyen toda clase de datos, estadísticas y anécdotas fascinantes, el Libro Guinness de hechos y hazañas musicales asume con temeridad y valor la responsabilidad de nombrar al más grande compositor de la historia de la música, y la elección recae en Ludwig van Beethoven (1770-1827). Un poco por rigor y otro poco por protección ante la inescapable polémica que tal elección sin duda ha de generar, los editores del libro se toman la molestia de justificarla, proponiendo cinco cualidades indispensables para que una composición pueda ser considerada una gran obra musical: 1. La capacidad de resistir la selección natural del tiempo y permanecer en el repertorio de la mayoría de orquestas y artistas sin sufrir los frecuentes ciclos de la moda que dictan que los oídos que disfrutan de cierta música en 1960, por ejemplo, ya no la disfrutan hoy.

2. La capacidad de emocionar una y otra vez al oyente sin importar cuántas veces sea ejecutada.

3. La capacidad de atraer nuevos oyentes, quienes contribuyen a mantener la obra en primer plano gracias a su continua demanda.

4. La capacidad de soportar el análisis y la disección a manos de expertos sin revelar fallas mayores en técnica o diseño.

5. Una calidad melódica sin la cual los puntos del 1 al 4 serían debilitados, pero que es de capital importancia.

Y como es de suponerse, después de enumerar estos cinco asuntos el libro mencionado procede a afirmar que, bajo estos criterios que definen a una gran obra, Beethoven es el músico que creó la mayor cantidad de grandes obras musicales famosas, queridas y duraderas.

Un análisis más o menos riguroso de los cinco puntos enumerados permite advertir que mientras algunos de ellos se basan en apreciaciones más o menos subjetivas, otros podrían ser motivo de una comprobación práctica mediante los números y la estadística. Sin embargo, el hecho estricto es que aun en nuestros días, la definición cabal de lo que es una gran obra musical, y de quién ha sido el más grande compositor, son asuntos no resueltos del todo, a los que se puede aplicar con elegancia esta paráfrasis: cada par de oídos es un mundo. Y tratándose de Beethoven, la mención de los oídos viene a ser especialmente relevante.

Toda esta farragosa introducción viene a cuento a la luz del hecho de que, además de la enorme cantidad de grabaciones individuales que existen de la música de Beethoven, el mercado discográfico acaba de recibir un diluvio de su música en la forma de la grabación integral de la obra del compositor de Bonn. No es casualidad, quizá, que este proyecto haya sido desarrollado y realizado por la misma casa discográfica (a través de una etiqueta distinta) que hace algunos años lanzó al mercado la asombrosa Edición Mozart con todas las obras del músico de Salzburgo. Más aún: esta reciente Edición Beethoven ha sido creada para celebrar el primer centenario de existencia de la casa disquera en cuestión, la Deutsche Grammophon Gesselschaft (Compañía Alemana de Grabaciones), que es sin duda la marca que mayor atención ha dedicado a lo largo de los años al repertorio beethoveniano.

Además del interés que representa en términos estadísticos y de catálogo, la aparición de esta Edición Beethoven ofrece una oportunidad de revalorar al compositor, no tanto por medio de las regiones más conocidas y trilladas de su producción, sino precisamente a través de las áreas menos populares de su catálogo. La audición de algunos de los volúmenes de la colección (especialmente en los rubros de la música de cámara, la música vocal y la música para la escena) me ha permitido confirmar que, en efecto, hay en la producción de Beethoven algunas cosas interesantes que se interpretan muy poco y que se graban con menor frecuencia aún.

Así, para quienes Beethoven sigue siendo el parámetro principal de la apreciación musical, esta serie de 87 discos compactos en 20 volúmenes representa una buena oportunidad para ejercer ese afán totalizador que a todos nos ha atacado en alguna fase de la melomanía aguda. Para otros, los más escépticos, será la ocasión para revisar a fondo la música de Beethoven y calibrar la posición real del compositor en la historia de la cultura de occidente, no sólo desde el punto de vista del crítico y el estudioso, sino también a partir de la visión del público. Porque, a pesar de lo que diga el Libro Guinness, lo cierto es que el melómano promedio que afirma amar profundamente a Beethoven (al menos en México), probablemente no conoce más de una docena de sus obras, debido al irrompible ciclo vicioso de inercias y repeticiones propiciado por nuestras instituciones musicales y nuestros intérpretes. Para la reflexión, el aparentemente inocente chascarrillo atribuido a Luis Herrera de la Fuente que, como todos los buenos chascarrillos, tiene mucho de verdad: ``Beethoven compuso nueve sinfonías: la quinta y la novena''. Ahí está, pues, la música de Beethoven a granel, para quien se quiere meter a fondo en la polémica.