Llegaron a la playa sobre las 11 de la mañana. Eligieron una palapa y dos sillas junto al mar. Venían de desayunar, del restaurante de enfrente, según dicen. Aunque hay quien asegura que este dato lo soltaron los dueños del negocio para granjearse un poco de publicidad, que al final resultó adversa. ¿Quién quiere desayunar en un restaurante con la mancha de semejante caso?
La playa estaba desierta. Ella extendió una toalla en la arena, se untó aceite en el cuerpo, largamente, según dicen. El, en cambio, permaneció en la sombra, abrió un libro y se colocó los audífonos de un walkman. Más tarde, después de los hechos, una señora airada, que observaba todo de lejos, criticaría ese gesto: ``¿sentarse frente al mar a oír música?, en el mar es para verse y también para oírse''. La crítica no carecía de fundamento, pero hay que reconocer que no resolvía nada.
Ella y él estaban ahí de vacaciones, según dicen, aunque unos días después de los hechos, cuando las investigaciones de la policía no avanzaban ni para atrás ni para adelante, el gerente del hotel negaba que los había hospedado y llegó al extremo de desaparecer las hojas de registro y de aleccionar a sus empleados; no quería tener nada que ver con esa cosa siniestra, sabía que ese tipo de publicidad al final resultaría contraproducente.
Ella se cansó de tomar el sol y decidió meterse al mar, que en esa zona era peligroso. Se quitó una arena imaginaria de las rodillas y echo a correr hacia el agua, sin detenerse porque la arena hervía. Antes, según dicen, le hizo una señal a él, para que estuviera al pendiente por si el mar la revolcaba. El, con todo y que atendía a su walkman y a su libro, le avisó con una seña que la estaría observando. La vio correr por la arena, nadar un cuarto de hora y después salir y otra vez correr hacia la toalla. Vio cómo una gota que le escurría desde el hombro le pintaba una estela de sal. Ella permaneció otro rato bajo el sol para secarse y cuando sintió que la piel le ardía, tendió la toalla en la sombra, bajo la palapa, detrás de él que seguía concentrado en sus actividades. Nada más una vez, según dicen, él se quitó los audífonos y volteó la cabeza para decirle algo a ella que dormía, o cuando menos, según afirman, tenía los ojos cerrados.
Cerca de las 13 horas apareció un mesero, se acercó a la pareja y anotó dos cervezas que trajo al cabo de un rato en una charola. Las dos eran para él, según dicen, porque el mesero, igual que el gerente y los empleados del hotel, lo niega todo. Ella siguió durmiendo y él concentrado en sus actividades. Cerca de las 13:30 horas, según dicen, él dejó de leer, se inclinó sobre una bolsa, sacó un casete y lo cambió por el que había escuchado. ``Lo hizo con demasiada ceremonia'', observó en su momento la señora airada que había opinado que el mar también es para oírse. Los dueños del restaurante declararon lo mismo, aunque un peritaje posterior demostró que el ángulo visual desde donde supuestamente habían visto el cambio de casete, era insuficiente. Aquí fue donde comenzó la publicidad a ser adversa, ¿porqué se empeñaban en ver lo que no habían visto?
Lo del casete era importante porque unos instantes después, según dicen, cuando él había regresado a su lectura y a su música, dos tipos de gran estatura se acercaron por detrás y levantaron a la mujer que dormía.
Ella comenzó a forcejear y a pegar unos gritos de muerte que oyeron la señora airada y los dueños del restaurante. El siguió leyendo con sus audífonos puestos sin darse cuenta que detrás, muy cerca, ella se retorcía y caía al suelo y en su intento por escapar se golpeaba la cara contra la arena y los dos tipos de gran estatura la perseguían unos metros y finalmente la cargaban y desaparecían con ella. El todavía siguió leyendo, según dicen, tres cuartos de hora. El mesero volvió a acercarse con otra cerveza. Alrededor de las 14:30 horas se quitó los audífonos, cerró el libro y se puso a contemplar el mar. Después guardó las cosas en la bolsa, recogió la toalla y caminó rumbo a su hotel. Ni siquiera le sorprendió que ella no estuviera, según dicen.