En 1998 habrá elecciones en 14 estados de la República. Sus resultados anticiparán, de manera muy aproximada, lo que los mexicanos sabremos acerca del gran acontecimiento político que será el ejercicio electoral en el 2000.
La reciente discusión en materia fiscal, que convirtió a la Cámara de Diputados en estruendoso coliseo, y la guerra no declarada en Chiapas serán referencias frescas y las de mayor peso en los procesos electorales de este año.
Al votar con el PRI por la no reducción al IVA, el Partido Acción Nacional echó por la borda toda coherencia política. Apenas meses atrás, durante el proceso electoral que culminó el 6 de julio, los panistas hicieron cera y pabilo de los priístas que habían votado un aumento a ese impuesto. La foto donde aparecen Humberto Roque Villanueva y Natividad González Parás, celebrando de manera grotesca la medida, fue objeto de distribución masiva por los panistas y sus simpatizantes. Sobre todo en Nuevo León, donde Natividad González Parás, precisamente, contendía por la gubernatura. Aparte de ser la suya una campaña de inspiración tecnocrática y en todo caso tenue, la crítica que le lanzaron sus opositores por su participación como diputado federal en la aprobación al aumento del IVA tuvo un impacto que le ganó votos al PAN.
Según sus voceros y estrategas, el haberse unido al PRI en mantener el 15 por ciento al IVA no le supondrá al PAN mayores costos políticos. La suposición se basa en apostarle al talismán de comediantes y políticos: la desmemoria del público. Pero sólo habrán mediado unos cuantos meses en la nueva postura del PAN respecto al IVA y las elecciones. Si la lógica opera de la misma forma que operó en las elecciones donde hizo de cachavotos, su incongruencia la pagará con sufragios de castigo. Y en mayor medida que el PRI, pues al fin y al cabo a este partido lo que el electorado le tenía que cobrar por su política fiscal ya se lo cobró en parte.
¿Hasta dónde la guerra de baja intensidad que mantiene el gobierno mexicano en Chiapas es, en su estrategia de corto plazo, una reserva de miedo para que el electorado se comporte como se comportó en las elecciones de 1994?
La experiencia advierte que a esa pregunta se la debe contestar afirmativamente. Habría que darle, empero, el beneficio de la duda al cambio en la línea dura representada por Chuayffet, hoy desplazado. Francisco Labastida Ochoa, quien lo reemplaza en la Secretaría de Gobernación, podría sentar las bases para una pacificación en Chiapas ajena a los fusiles oficiales, que perpetraron, entre otras violaciones, aquella masacre en el hospital de Ocosingo en 1995, y a las cuernos de chivo de los grupos terroristas (formados por civiles y ex policías y ex militares o ni tan ex) que cumplieron su misión mortuoria en vidas inocentes en Acteal. Chuayffet se fue porque esta misión es imposible sin cobertura gubernamental. Proseguirla dejaría al gobierno sin consenso y sin autoridad para ejercer el poder.
Pero sería iluso pensar que de Labastida Ochoa depende únicamente sentar esas bases. Es el presidente Zedillo el que debe encabezar el giro de la política pacificadora poniendo en juego todos los mecanismos del Estado (Ejército Nacional, gabinete, dirigencia y representantes del PRI en las cámaras, gobernadores, poder Judicial, sindicatos obreros y organizaciones campesinas, medios de comunicación en los cuales la influencia estatal es todavía decisiva, etcétera) para que asuman el riesgo de continuar con la guerra sucia en Chiapas como detonador de una explosión nacional.
En la infausta hipótesis de no disponerse el gobierno al diálogo con el EZLN, de diferirlo mediante argucias de consumo prácticamente interno pues a nadie engañan, de retorcer la autonomía y otros conceptos para asustar a la sociedad con el petate del muerto, de continuar diezmando las bases civiles de los neozapatistas para hacer más fácil su batida, será sin embargo difícil que pueda valerse del miedo para fines electorales.
La población se asusta una vez, pero también aprende de sus sustos. A falta de programas de gobierno creíbles y viables, tanto el PRI como el PAN podrían alentar el miedo como una fórmula para atraer votos que, por otras razones, ya no tienen seguros.
En estos días, las menudas mujeres tzotziles le han dado a la sociedad mexicana una muestra de valor enfrentándose a los soldados. Cuando se trata no sólo de preservar la vida, sino de luchar por la dignidad, el miedo pasa a un segundo plano.
En mi caso al menos, el día que vaya a votar tendré presente a esas mujeres valerosas.