Mijail Gorbachov, hoy propagandista de la Pizza Hut, desarrolló la tesis de que primero había que democratizar al régimen para modernizar la economía y elevar la productividad. Por supuesto, su democratización desde arriba, totalitaria, aceleró el caos, hasta entonces contenido por el corsé de hierro policial-burocrático. Cuba, legítimamente, se niega a seguir la ``vía Gorbachov'', que tenía como pilares la aceptación de los valores capitalistas (que dictaron todas las ``reformas'' en la URSS, desde Jruschov en adelante). Pero, al rechazarla, combina pragmáticamente la creciente concesión a las exigencias de los inversionistas con la ``vía china'' (Estado ``duro'' más mercado cada vez más libre). La alternativa, mercado más democracia autogestionaria y planificación desde abajo a partir de las prioridades y necesidades fijadas por la población, no ha sido encarada. Eso impide la democratización (y la obtención de un consenso que no puede ser solamente negativo, o sea, dependiente de la voluntad de no ser colonia, de no querer la guerra civil ni la conquista extranjera), pero también dar un comienzo de solución o un alivio a la crisis económica resultante de los trágicos errores económicos y políticos que llevaron a depender de la ex URSS y que hacen a Cuba más sensible al criminal bloqueo estadounidense.
El hecho elemental es que no puede haber democratización política sin participación y movilización popular. Y ésta depende de la posibilidad de pensar en algo más que en la comida, el transporte, la vivienda, la salud. Quien se concentra en sobrevivir se aísla, se desmoraliza, se despolitiza y la burocracia impera ante un vacío político. Antes de filosofar (o pensar políticamente) hay que vivir, decían los romanos, que eran materialistas a su modo. Lo primero de todo, por lo tanto, es crear cooperativas de pescadores con barcas de escaso poder y escaso consumo de combustible, que desembarquen alimentos y organicen a la población local en la producción y la distribución. Es fomentar la producción de frutas, hortalizas y verduras y crear las bases para la reconstrucción de una ganadería o cría de traspatio, dando tierras a pequeños campesinos, reforzando cooperativas reales con lazos directos con las poblaciones cercanas para la distribución barata y controlada. Si se teme ``la reproducción del capitalismo'', ésta es muy superior con el turismo o las inversiones extranjeras y con la desmoralización de una población hambreada.
Empezando a resolver el problema agrario (las haciendas cañeras estatales no tienen ni caña buena, ni fertilizantes, ni insecticidas, ni buenos precios internacionales y el gobierno mismo ve que sobre ellas no descansa la solución de la crisis) mejoraría el consumo. Así también los ingresos del Estado, si mediante impuestos lógicos y flexibles éste controlase el nuevo mercado campesino; eso podría permitir pagar mejor a los técnicos, médicos, enfermeros, enseñantes, y reducir las diferencias entre los salarios de estos sectores y los de las jineteras y dependientes de los dólares. La corrupción, la dolarización de la economía, la existencia de dos mercados diferenciados, podrían ser mejor controlados y la población se sentiría más aliviada y podría participar en asambleas para decidir sobre la producción y distribución de los productos o respecto a las legislaciones sobre los ingresos. Si, al mismo tiempo, se eliminaran los visibles privilegios económicos, el clima político mejoraría.
Todas estas medidas pueden ser adoptadas incluso por el gobierno actual, o por funcionarios más abiertos, sobre bases locales, y pueden ser discutidas hoy más o menos abiertamente en Cuba. El tiempo también para ellas. En efecto, la producción de alimentos por el ejército es costosa e ineficiente. La producción por la gente misma, en cambio, permite utilizar a fondo una ventaja comparativa que tiene Cuba: la creatividad y el nivel cultural de sus habitantes. La alternativa no es destruir el actual aparato de Estado y, por lo tanto, al Partido Comunista, para después elevar la productividad (en un caos a la rusa, unido seguramente con una guerra civil ¿qué productividad podría elevarse?); es, por el contrario, impulsar en la sociedad, y por lo tanto también en el PC cubano, en la intelectualidad, en el gobierno, los elementos de autoorganización y autogestión, que son a la vez fundamentales para la producción y para la democracia y que instaurarían elementos fundamentales de solidaridad, de colectivismo.