Los relevos recientes hechos en el gabinete presidencial marcaron un interesante cambio de gorras en el campo financiero. Ortiz pasó a una confortable posición en el banco central, donde por varios años mandará sobre la administración monetaria y tendrá por completo bajo su encargo la gestión del tipo de cambio. Desde las calles del Centro Histórico estará parapetado en esa institución de la cual ha salido buena parte de quienes desde hace más de una década tienen altos puestos en el gobierno y hechos, todos ellos, bajo la tutela de Miguel Mancera. El estatuto de autonomía del Banco de México le confiere el manejo de la cantidad de dinero en la economía, con lo que queda en su dominio una gran parte de los mecanismos que influyen en la determinación de las tasas de interés y en el control del valor del peso frente al dólar. La responsabilidad principal del banco central es el control de la inflación, y Ortiz toma las riendas en un momento muy favorable, en el que usando todas las posibilidades de la estadística, se registró un crecimiento de los precios de 15.7 por ciento en 1997 (el impacto de los recientes aumentos en diversos precios fue pospuesto efectivamente para el próximo año).
La autonomía de Banxico fue llevada por el ex presidente Salinas hasta límites que rebasan el proyecto de país democrático que se ha impulsado. Las instituciones deben ser fuertes, en muchos casos deben ser autónomas, pero en ningún caso deberían tener privilegios de tipo corporativo o incluso estar por encima de las instituciones superiores, como es el Poder Legislativo. Durante los últimos años de su gobierno en el Banco de México desde que se le confirió la autonomía, Mancera no compareció una sola vez ante el Congreso y las posiciones oficiales del banco parecieron letra definitiva para explicar lo que pasaba en la economía mexicana. Un caso elocuente del estilo Banxico era el del entonces vicegobernador Gil Díaz, hoy flamante funcionario del sector privado. Si hay que revisar la ley del Banco de México debe hacerse de modo que sea políticamente claro y explícito su trabajo, y que sea uno más de los actores que participan de manera abierta y con responsabilidades sociales bien establecidas en el país.
Gurría vuelve a la Secretaría de Hacienda donde actuó durante largos años, especialmente en el área del endeudamiento externo. Después de participar en los procesos de contratación de los créditos bancarios que marcaron la crisis económica de 1982, durante el sexenio salinista actuó de manera muy protagónica en la restructuración del endeudamiento y se acercó a la comunidad bancaria y a instituciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Podría decirse que se convirtió en uno de los hombres favoritos del mundo financiero internacional entre los administradores de los países altamente endeudados. Funcionario hábil y muy cercano al Presidente, sustituye a Ortiz también en un momento muy favorable, en el que la economía exhibe buenos registros macroeconómicos y se entra al periodo decisivo de la segunda parte del sexenio en el que habrá que consolidar la visión oficial de la recuperación económica después de la crisis de 1995. La verdad sea dicha, tanto Ortiz ahora en Banxico, como Gurría en Hacienda, tienen una amplia experiencia en cuanto a crisis económica se refiere.
Durante la toma de posesión de Gurría en su nuevo encargo apareció recibiendo la oficina de manos de Ortiz. Este último se mostró cauteloso en sus palabras y dijo que desde Banxico velaría por evitar la ocurrencia de una nueva crisis financiera como las que han marcado la historia de la economía en las dos últimas décadas. Se colocó así su nueva gorra como conductor de la política monetaria. Gurría, en cambio, mostró más entusiasmo y menos sospechas --cuestión de temperamentos-- y aseguró que continuaría con lo que es reconocido tanto dentro como fuera del país como una exitosa política económica del gobierno (¿se acordaría de los empresarios japoneses a los que ofreció la continuidad por muchos años del modelo económico?). También se puso así su nueva gorra. Pero el país sigue siendo el mismo y el éxito oficial al que ambos funcionarios habrían contribuido a conseguir, sigue tercamente enfrentado con una sociedad que, a pesar de lo favorable de los grandes números, está desfondada. Ese es el verdadero rasero con el que habrá de medirse para el año 2000 la nueva recuperación de la más reciente de las crisis.