Néstor de Buen
Cambios

Las perspectivas de este dificilísimo país nuestro ya no son las mismas a partir de dos hazañas periodísticas: el impresionante artículo de Carlos Marín sobre el plan del Ejército en Chiapas, y la entrevista de Gerardo Albarrán de Alba a Jaime Martínez Veloz, en la que no sabe uno a quién rendirle mayor homenaje, si al entrevistador o al entrevistado. Lo dejaríamos en empate.

No hace falta decir, por supuesto, que se trata de dos colaboraciones en el último número de Proceso. Pero hay que decirlo, por supuesto.

Respecto de la primera, el mensaje de respuesta de la Sedena fue particularmente curioso: no negaron de manera enfática la autenticidad, sólo dijeron que no habían encontrado en sus archivos ese documento. Pero basta leerlo para descubrir en él una lógica tan evidente que dudar de la autenticidad es poner en duda la inteligencia.

Las declaraciones de Jaime Martínez Veloz, independientemente del sentido rotundamente crítico de la actuación del secretario Chuayffet, descubren un elemento de relación humana entre el presidente Zedillo y el sub Marcos, que es impactante. Y si a partir de esa realidad, por supuesto que desconocida hasta que la entrevista la hizo pública, se han llevado a cabo cambios en el gabinete, la impresión que se tiene y no puede ser otra, es que el Presidente quiere resolver el problema. La renuncia de Ruiz Ferro a la gubernatura difícil de Chiapas, sería otro eslabón en la cadena de rectificaciones que sólo pueden tener ese sentido.

Rosario Green en Relaciones Exteriores es, sin la menor duda, el reconocimiento a la indispensable profesionalidad en el servicio exterior. Gurría, hombre experimentado en los diálogos difíciles con el extranjero, estaba demasiado vinculado con lo económico y pese a su inteligencia, su balance en la SRE no es positivo. Sin olvidar su carácter un poquito fuerte, nada compatible con la diplomacia. En cambio puede ser eficaz, y mucho, en su regreso a su hábitat natural, Hacienda, como lo comprueba su amplia sonrisa en el acto de transferencia de la secretaría. Me llamó, por cierto, la atención que Guillermo Ortiz no demostrara mayor contento con su nuevo destino. Parecía niño castigado.

No es normal o por lo menos no lo ha sido en México que un Presidente haga cambios, incluyendo el que se presenta como renuncia de Ruiz Ferro, que son exigidos por la opinión pública. En esto el Presidente ha actuado en forma notablemente diferente de sus antecesores y, por supuesto, acertada. La relación con Emilio Chuayffet, por lo que dice Martínez Veloz, era ya insostenible. Pero era la oposición hablando en todos los tonos la que reclamaba las renuncias y sustituciones, y los cambios se dieron. Eso no se había visto antes.

Me parece -no sé si serán solamente buenos deseos- que Francisco Labastida puede hacer un papel singularmente importante. Hay una razón fundamental: sabe perfectamente, por la experiencia anterior, lo que no debe hacer. Con modificar el rumbo inteligentemente, habrá adelantado mucho en el camino de la paz, y lo que es evidente es que el nuevo rumbo no puede ser otro que el diálogo con la mediación de la Cocopa y de la Conai que pueden hacer, como por lo visto han hecho aunque sin resultados y no por su culpa, una gran labor de acercamiento. Labastida tiene experiencia política y además es hombre que ha vuelto de las catacumbas políticas. Eso hace madurar.

El punto que me deja en muchas dudas es la intensa actividad militar que no parece congruente con un propósito de pacificación. O el Ejército actúa por decisión propia, lo que sería catastrófico, o las apariencias engañan. Y si las cosas son así y el Ejército mantiene su actitud beligerante por sí o por interpósitos paramilitares, estaremos entrando en una pendiente en la que difícilmente podrán aplicarse frenos. Yugoslavia es, sobre el particular, un ejemplo lamentable. Confío en que el Ejército haya mantenido cierta inercia, pero que demuestre capacidad de volver al orden.

Por otra parte, de que la política puede ser de dureza, sin concesiones sociales, no me quedan demasiadas dudas. A pesar de los discursos, el aumento de los salarios mínimos muy por debajo de lo esperado es la prueba de una política inflexible. Y si ese es el camino social, nada impedirá que el problema de Chiapas se agrave y la situación se torne insostenible. El presidente Zedillo y el subcomandante Marcos tienen la palabra. Y todos nosotros, la esperanza.