La mejor ayuda, justicia y paz: desplazados
Hermann Bellinghausen, enviado, X'oyep, Chis., 10 de enero Ť ``Ahorita no queremos nada. El apoyo que queremos es la paz y la justicia para todos los pueblos de Chenalhó'', dice Roberto a la comitiva gubernamental de primer nivel que visita este mediodía uno de los barrios de Polhó. Es decir, la remota y pequeña ranchería a donde han venido a refugiarse 1090 campesinos, expulsados de sus colonias.
A nombre de todos, dice Roberto: ``Nosotros no necesitamos el arroz ese que nos quieren mandar porque la persona no está en su casa''. El primer eslabón de justicia que esperan estos desplazados y perseguidos es la garantía para regresar a sus casas.
Debe ser curioso ser candidato a gobernador y gobernador al mismo tiempo. Roberto Albores Guillén va escuchando los mensajes cada vez más contundentes de ese indígena en calzón de manta blanca a su lado, que no le suelta el micrófono hasta que termina cada una de sus intervenciones.
``Estamos aquí porque sufrimos. Porque se ve que no hay autoridades claramente, ni federal, ni estatal, ni municipal. Porque no quieren resolver. Por eso los paramilitares están fuertes''.
De entrada, Albores había dicho al presentárseles a esos hombres y mujeres que los rodeaban, expectantes.
-Quisiera hacer un enorme esfuerzo para que me creyeran.
El primer orador había dicho, mientras llegaban al cobertizo de presidium edificado con plástico y varas de pino, el flamante gobernador chiapaneco y el secretario de salud, y enviado del presidente Zedillo, Juan Ramón de la Fuente:
-Nosotros no conocemos de cara al gobernador sustituto. Ya lo conocemos hoy. No sé si tiene alguna palabra.
-Queremos servirles -empezó Albores-. Por eso quiero comprometerme con ustedes.
Es evidente la desconfianza de estos campesinos de Los Chorros, Yibeljoj, Yaxemel y Puebla, deudos de las víctimas de Acteal, en su mayoría Abejas.
-Salimos de nuestras colonias porque los priístas, o sea los paramilitares, nos han amenazado de muerte para entrar al PRI- dice Roberto al gobernador priísta.
-No hay autoridad que nos resuelva, agrega, y el gobernador le toma la palabra a ``Roberto, mi tocayo'':
-Quiero ser su amigo y me quiero ganar su voluntad.
-El primero que queremos- replica Roberto- es que se castigue a los paramilitares.
Hasta hace poco los rodeaba el Ejército Federal. Estas mujeres sentadas en el piso, relucientes de huipiles blancos y escarlata, son las mismas que a empujones se quitaron de encima un batallón de soldados fuertemente armados. Así, pequeñitas como parecen. Escuchan las traducciones al tzotzil de lo que dice el gobernador, comprometiéndose. A veces el murmullo con que reciben esas palabras sube el tono. Roberto resume las demandas:
-Lo que queremos es el castigo a los paramilitares, que se cumplan los acuerdos de San Andrés en derecho y cultura indígenas, y el retiro de los ejércitos de las comunidades.
Al principio del acto, cuando arribaban los políticos, un hombre de sombrero comentó:
-Tá güeno que vengan. A ver qué nos van a decir. A veces creemos, a veces no. Vamos a decirles que la ayuda que queremos es que se haga justicia, para vivir en nuestra casa y vivir en nuestra vida.
El sentimiento es unánime. El tocayo del gobernador, que evidente, hablaba con el sentir de todos. Primero que nada, quieren justicia.
-Sólo la culpa tenemos de no apoyar a los paramilitares y al partido oficial.
La otra cara
Los zapatistas y Abejas de Polhó de plano les mandaron decir a los funcionarios que cómo querían que los recibieran, si primero habían ido a visitar a los asesinos. Y es que la gira gubernamental comenzó en Chimix y Pechequil, donde viven buena parte de los paramilitares priístas que efectuaron la matanza de Acteal. Los viejos reflejos gubernamentales de primero visitar los lugares seguros, los propios.
Las fotos de estas mujeres enfrentando al Ejército Federal ya dieron la vuelta al mundo, y su imagen ilustra hoy, en varios países de Europa y en Estados Unidos, los carteles que invitan a una marcha de apoyo a sus demandas en distintas ciudades.
¿Con qué actitud esperaban que recibieran estas mujeres a los del gobierno, que llega con cara amable por primera vez en mucho tiempo? ¿Quién podría acusarlas de desconfiadas?
A campo traviesa, por veredas que hace unos días eran lodazales, pero que hoy amanecieron secas, el sector salud en pleno se apersona en el campamento de refugiados de X'oyep.
A la cabeza de la delegación viene Juan Ramón de la Fuente, acompañado por José Marro, uno de sus subsecretarios; por el director nacional del DIF, Mario Luis Fuentes; por el subsecretario de la Sedeso, Enrique del Val, y por la presidenta de la CNDH, Mireille Roccatti. Además, algunos funcionarios del incipiente gabinete de Albores Guillén, así como legisladores federales, miembros de la Cocopa.
Antes de entrar en X'oyep, la comitiva se detiene en torno del manantial que hace poco todavía disputaban las mujeres a los soldados que rodeaban el campamento. El único reducto de agua potable en los alrededores.
Hacen consideraciones de orden higiénico, y con presteza de funcionarios deciden que urge traer una planta potabilizadora de agua. De hecho, después de saludar a las primeras familias, reunidas en las cabañas de plástico donde duermen y comen, todas amontonadas, los funcionarios instalaron un teléfono satelital que traían consigo. Del Val, viejo lobo de Solidaridad, acostumbrado a resolver este tipo de contingencias, ordenó el envío de la planta, hoy mismo. Aclaró, telefónicamente, que debía hacerse en helicóptero porque por tierra resultaría imposible.
Antes del acto donde escucharon a las familias desplazadas, los funcionarios giraron instrucciones precisas a la brigada de salud, instalada en el campamento de la CNDH sorpresivamente, un hombre acongojado llegó llevando en brazos a su hijita. La niña lucía seriamente enferma, y de pronto se vio rodeada por las principales autoridades sanitarias de la República, atentas a su neumonía galopante. También la rodeaban un gobernador, varios diputados federales, una brigada médica, los miembros de la CNDH y un nutrido grupo de fotógrafos y camarógrafos.
En su conjunto, era una escena extraordinaria.
Mantas y brazaletes
De la noche a la mañana, por los caminos de Chenalhó brotaron hoy mantas que dicen ``Labor social''; y junto a ellas, industriosos soldados que ofrecen consultas y trabajos de construcción. Ahora traen brazaletes amarillos con la misma leyenda de las mantas, no hay retén en Polhó, y uno parece andar por las calles de Tuxtla o San Cristóbal, donde también acaban de aparecer los soldados amables del brazalete que dice: ``Labor social''.
Incluso el batallón que vigila X'oyep se instaló varios cientos de metros más abajo, en un paraje diminuto. Colocaron su casta manta y una antena parabólica. Hasta parecen otra cosa.
¿Por qué no empezaron por ahí, por la cara amable? Además, está eso del orden seguido en las visitas de la gira por Chenalhó. Mireille Roccatti, quien como quiera ya lleva por estos rumbos más tiempo que en el nuevo gobierno de Chiapas, se dio cuenta del error, y se veía molesta. Si querían acercarse a los refugiados de Polhó, que son el mayor problema político y social (casi 5 mil, entre ellos los sobrevivientes de Acteal), ¿por qué acudir primero a Pechiquil y Chimix, sede de los paramilitares, en su mayoría aún libres, que atacaron el día 22?
En todo caso, la llegada del sector salud mejora las señales, que apenas ayer seguían a cargo del sector castrense y policiaco, al que además de hostigamiento, los refugiados de X'oyep acusan de proteger y solapar a los culpables de la matanza de Acteal.