Masiosare, domingo 11 de enero de 1998
Cuautla, Jalisco. El viejo del sarape se llama Mike Lowry. Es gringo y demócrata. Fue gobernador del estado de Washington. Está de visita en México, en un reseco pueblo de la sierra occidental de Jalisco. Feliz con sus amigos a los que abraza en la foto: Ted Rodríguez y Pepe Ramos.
Hace unas horas que el helicóptero que trajo a Lowry bajó en estas tierras de temporal, donde apenas se cosecha un poco de maíz y frijol. Cuando la nube de polvo se disipó, Lowry se topó con el magnífico lienzo charro y, más allá, con el Paradise Club and Resort, un hotel de cuatro estrellas en un pueblo de apenas 3 mil habitantes.
Y, claro, también con sus amigos Ted Rodríguez y Pepe Ramos, dos cuautlenses que hace dos décadas dejaron su tierra y se fueron a Seattle, Washington, para hacerse millonarios con sus restaurantes. Millonarios en dólares, además. El sueño americano a plenitud.
Mike Lowry acaba de llegar. Una camioneta lo lleva hasta el centro del pueblo. Las estrechas calles chocan con las lujosas residencias estilo colonial mexicano, coronadas con enormes antenas parabólicas. Las camionetas último modelo apenas dejan sitio para alguna vieja troca. Los signos de prosperidad abundan. Los dólares de los hijos ausentes han dado un nuevo aspecto a un lugar que hasta fines de los sesenta no se distinguía del resto de las poblaciones de la región. Los hijos ausentes: la mitad de los 3 mil cuautlenses vive en Estados Unidos, principalmente en Seattle, Washington. Todos trabajan en alguno de los 300 restaurantes de comida mexicana allá establecidos.
Pero hoy, penúltimo domingo de diciembre de 1997, están aquí y celebran su regreso con una semana de fiestas taurinas.
Todo comienza con un gran banquete. Abundante birria y cerveza bajo una enramada en la plaza más importante. En las mesas principales, algunos de los restauranteros más poderosos de Seattle con sus familias. Y en medio de ellos, Lowry, quien dejó el cargo de gobernador en enero de 1997 y sonríe satisfecho.
Un vendedor ambulante se acerca y ofrece un gabán de piel. Lowry pregunta el precio. Los anfitriones se adelantan y compran la prenda. El político estadunidense se lo pone de inmediato, a pesar del intenso calor del mediodía. Es como una reunión de viejos amigos.
La banda Los Vasitos, de Teuchitlán, se arranca y el baile comienza.
Abundan los trajes de charro, pero no faltan los hijos nacidos del otro lado, con sus anchos pantalones de mezclilla y sus tenis Nike. Ellos, además, hablan entre sí en inglés.
A media tarde, la fiesta sigue en el lienzo charro. Las cubetas de cervezas se vacían tan pronto aparecen en el graderío. Algunos previsores destapan las botellas de tequila Jimador. Es la fiesta del reencuentro, con la protección de agentes de la Policía Judicial del Estado. Bueno, a mediados de 1996 Lowry visitó al gobernador panista Alberto Cárdenas Jiménez para sellar un convenio que hermana a los estados de Washington y Jalisco.
Pero se diría que esa precaución dispuesta por el gobierno estatal no hace falta. Los millonarios de Cuautla tienen su propio cuerpo de seguridad. ``Hubo un intento de secuestro hace tiempo, por eso la formamos'', desliza uno de los restauranteros.
Abajo, los peones preparan los toros de reparo. La charreada va a empezar. Mientras, Los Vasitos deleitan a los asistentes con música para cierto tipo especial de agricultores: ``Yo tenía dos hectáreas/ un día un amigo me dijo/vamos saliendo de pobres y démosles otro uso/ el que se mete al negocio/ vive rodeado de lujos''.
En los lugares de los invitados especiales, los restauranteros y algunos políticos estadunidenses platican amigablemente con personajes que visten camisas de seda que llevan estampada la imagen de Jesús Malverde, el santo de los narcos. Los cinturones, piteados con figuras de ametralladoras cuernos de chivo, disipan cualquier duda sobre la actividad de sus portadores. Otra cara de Cuautla.
El presidente municipal del pueblo, José Gregory Fernández Torres, de extracción panista, se cura en salud sin que medie pregunta: ``Sé que las cosas en este pueblo parecen raras, pero no lo son. Los que vienen de afuera luego piensan que las casas son producto del narco, pero no es así. Yo he estado en Seattle y todos ellos sí son restauranteros. Es dinero bien habido. Nada de lavado''.
La charreada sigue hasta el anochecer. Los helicópteros no dejan nunca de ronronear. Cuidan el sueño americano en la seca sierra jalisciense.
Los cuautlenses señalan hacia su vecino San Clemente para explicar cómo vivían apenas hace unos años. Y San Clemente es apenas un caserío atravesado por la carretera, con su presidencia municipal y su iglesia como edificios más ostentosos.
Hasta fines de los sesenta, los habitantes de Cuautla, como los del resto de la zona, vivían de los productos de sus resecas tierras de temporal o de la migración.
Hoy, antes de dejar la adolescencia, los muchachos del lugar comienzan a planear su viaje al otro lado. En su horizonte aparece más cercano Estados Unidos que Guadalajara. Las cuatro horas que median entre el pueblo y la capital jalisciense no animan a nadie. En cambio el norte...
Una parte del rito es escuchar, todos los fines de año, ``a los que cruzaron''. Ellos transmiten las claves del viaje al norte. Cuando los escuchas crean tener la edad suficiente, emprenderán el camino, para regresar cada año y hacerse escuchar por otros jóvenes.
Como todos los migrantes de la región, los de Cuautla se iban a California.
Pero un día todo cambió. Fue a fines de los sesenta, recuerdan algunos sin precisar la fecha. Lucy Lara, una maestra que se había ido años antes al país vecino, regresó al pueblo y trajo buenas nuevas. En California se casó con un español, con quien se fue a vivir a la frontera con Canadá. En Seattle, Washington, puso un restaurante de comida mexicana: el Guadalajara Café. ``El lugar estaba chiquito pero lleno de gente'', recuerda Andrés Cárdenas, uno de sus primeros ayudantes.
Al poco tiempo, la familia y los amigos que Lucy se llevó fueron insuficientes para atender el negocio. Regresó por más gente. Así comenzó el éxodo.
En los ochenta llegó el boom de la ``comida mexicana para americanos'' en el estado de Washington. Los restauranteros llaman de esa manera a un nuevo género culinario que mezcla condimentos mexicanos y estadunidenses. ``Hay que mixtearla para que les guste a los gringos'', justifican.
Los restaurantes de los cuautlenses se multiplicaron.
``Los hermanos o los amigos le dicen a uno: `Ya te ayudé de cocinero, de mesero, de gerente. Ahora, vamos abriendo un negocio'. Entonces uno los ayuda a poner su restaurante y así se ha creado la pirámide. Ahora no sólo estamos en Washington sino que hemos crecido a Idaho y Oregon'', explica Ted Rodríguez, dueño de ocho negocios en Seattle, con ventas que rebasan los 10 millones de dólares anuales.
Al principio, toda la cuota de trabajadores extranjeros que permite la legislación estadunidense era cubierta por los habitantes de Cuautla. ``Uno los conoce de toda la vida y les tiene confianza. Sabe que son gente derecha. Sabe quiénes son sus padres, sus hermanos. Pero ya no son suficientes. Hemos ido incorporando personal de otros pueblos de la región como Ayutla, Mascota o Talpa. Ultimamente, hasta gente de Nayarit y Michoacán contratamos'', comenta el restaurantero.
Pepe Flores considera que su éxito y el de sus paisanos se debe a que conocen el negocio desde sus bases. ``La mayoría hemos comenzado desde lavaplatos. Sabemos todos los secretos de un restaurante. Además, somos gente de trabajo, no le sacamos a jornadas de 16 horas al día''. Sabe de lo que habla. Llegó a Seattle ganando 120 dólares a la semana como lavaplatos y recorrió todo el escalafón hasta convertirse en propietario. Actualmente tiene 31 restaurantes en Washington y Oregon, con ventas anuales de 45 millones de dólares.
Andrés Cárdenas e Isabel Morán se incorporan a la plática. El primero posee 11 restaurantes, el segundo, ``sólo dos''. Relatan historias similares. Sus pasados de talabarteros, de albañiles, de paleteros. Y sus vidas de hoy con ganancias de miles, millones de dólares. Los cuautlenses parecen haber encontrado su potosí miles de kilómetros al norte. Andrés Cárdenas resume el sentir de esta gente: ``Mi corazón está aquí, en Cuautla, pero los centavitos están allá''.
"Desde que era niño, a los 12 años, me di cuenta que la gente del pueblo sólo trabajaba en época de lluvias. Después de eso ya no había nada que hacer. No había qué comer. El poco maíz y frijol que juntaba la gente se acababa rápido. En mi familia somos 11 hermanos y yo veía lo que tenía que pasar mi papá cuando la comida escaseaba. Yo era de los mayores, así que decidí que en cuanto pudiera me iría del pueblo''. Así explica su decisión de emigrar el millonario restaurantero Teodoro Ted Rodríguez.
De impecable traje gris oxford y corbata azul marino, Rodríguez recibe el reconocimiento del gobierno de Jalisco el tercer sábado de diciembre de 1997. Ese día ha sido instituido por los jaliscienses para celebrar a sus hijos ausentes, migrantes que han tenido que dejar el estado en busca de mejores oportunidades.
Algunos, como Ted Rodríguez, han tenido suerte:
``A los 20 años me fui al Distrito Federal pero no me fue bien y decidí mejor irme a Estados Unidos, donde mi papá ya había trabajado. Primero llegué a San Francisco. Ahí tenía algunos familiares y por medio de ellos conseguí trabajo. Con todo el dolor de mi corazón tuve que ponerme a lavar platos en un restaurante. Aunque el dueño primero quería ponerme a trabajar de mesero, como no sabía inglés fui a parar de lavaplatos. Recuerdo mis cheques como si fuera ayer, ganaba 62 dólares por semana. Con dos semanas de trabajo pagaba la renta, con otra comía y el resto lo enviaba a la familia que estaba en el pueblo. Aunque no era mucho dinero no me desanimaba. Siempre creí que allá estaba el país de la oportunidad. En Estados Unidos si uno trabaja puede progresar y tener su propio negocio''.
Hoy, Rodríguez es dueño de la cadena de restaurantes Torero«s y sus ventas anuales rondan los 10 millones de dólares.
``En 1979, un amigo de Cuautla, radicado en Seattle, me invitó a irme con él. La verdad que ni lo pensé. En sociedad con él puse un resturante de comida mexicana. Mi socio ya tenía pensado el nombre, Torero«s. Estuve de acuerdo. Poco a poco nos empezó a ir bien. A los americanos les gustaba la comida que hacíamos. Los platillos mexicanos los arreglábamos de una manera que les gustara a ellos. Por ejemplo: a los tacos les poníamos mucho queso. Entre más queso lleve el platillo parece que les gusta más. Otro de los platillos que vendíamos mucho eran las fajitas de pollo, que ahora también aquí en México se han puesto de moda. Pero lo que es la venta número uno de los restaurantes de comida mexicana son las enchiladas suizas, rojas o verdes. Con mucho queso''.
Ted Rodríguez no se puede quejar: el año pasado fue nombrado Ciudadano del Año en el condado de Renton, Washington. Aunque sigue siendo mexicano porque, según ha explicado, tiene tanto trabajo que no le da tiempo de estudiar para el examen que se aplica a los aspirantes a la ciudadanía estadunidense.
Parte de su trabajo es dirigir a sus 175 empleados, muchos de ellos cuautlenses.
``Yo regreso de dos a tres veces al año a Cuautla. Aquí tengo una casa y un rancho. Trato de mantener mis raíces y que mis hijos las conserven. Es una lástima que la gente tenga que irse de México en busca de mejores oportunidades, pero qué le vamos a hacer. Yo creo que a los que nos ha ido bien debemos invertir aquí para crear fuentes de empleo, para que no se vayan los jóvenes''.
Don Salvador López Aguilar, de 83 años, espera en el parque de La Manzanilla de la Paz, Jalisco, la llegada de su hijo que regresa de Chicago. Su esposa se quedó en la casa preparando la cena con la que van a recibirlo.
En Illinois y Nebraska residen alrededor de 3 mil manzanillenses, quienes aportan 80 por ciento de los recursos de este municipio serrano. ``Aquí la gente vive de lo que envían del norte. Cuando nuestros hijos nos mandan cartas, meten algunos dólares para que nos ayudemos'', explica el anciano.
La mayor parte del año, sólo mujeres, niños y ancianos habitan este poblado de 2 mil 500 habitantes, a 180 kilómetros de Guadalajara.
Todo cambia en septiembre, cuando se celebran las fiestas del santo patrono, y a fin de año. En esos días regresan los migrantes.
Las semiabandonadas casas de adobe resultan insuficientes para dar cabida a tantos visitantes. ``Esos días todo está bien alegre. La gente apenas cabe en las calles'', comenta Gloria Rodríguez, quien también espera visita. Su hijo Mauricio, de 17 años, partió el año pasado a Estados Unidos. ``Se fue con un tío que trabaja como carnicero en Norfolk, Nebraska. Me escribió que venía a visitarme este mes. Ojalá venga...''
Apenas terminan la secundaria, los hombres del pueblo se van a Estados Unidos. La única fuente de trabajo en el municipio, aparte de la agricultura de temporal, es un vivero de plantas de ornato que genera menos de cien empleos.
El presidente municipal de La Manzanilla, José de Jesús Berrospe, acepta que sin los recursos de los migrantes no sobrevivirían. ``Por lo menos uno de los miembros de cada familia de aquí vive en Estados Unidos. Al terminar la secundaria se van. Acabamos de abrir una preparatoria para ver si podemos retenerlos unos años más. La mayor parte de los que se han ido son gente sin preparación. Por eso tienen que aceptar malos trabajos. No saben cómo defenderse''.
El edil explica que parte de los manzanillenses residen en Chicago, Illinois, donde trabajan como obreros. Otro grupo trabaja en rastros de Nebraska. ``Los que se fueron primero le consiguen trabajo a los que van llegando. Unos se ayudan con otros''.
En este diciembre, además del retorno de los ausentes, La Manzanilla tiene otro motivo de alegría: se les apareció la virgen.
``Baltazar Castro vio una luz en una casa vecina y se metió al patio para averiguar. Ahí estaba la Guadalupana sobre una laja. En esa casa vivía una señora muy santa que enseñaba catecismo, por eso se apareció en ese lugar'', relatan los fieles. El dueño de la casa no quiere saber nada de milagros. Dice que él mandó a pintar la imagen. Sin embargo, el párroco y el presidente municipal lo obligaron a abrir una ventana para que la gente pudiera venerar la ``aparición''.
Cae la tarde y don Salvador sigue en la plaza con la mirada clavada en la carretera. Un grupo de mujeres y niños llega al lugar. Los pequeños juegan con una pelota. Las mujeres los miran mientras esperan. En La Manzanilla de la Paz todo es espera.
- Jalisco es el estado del país con mayor número de migrantes.
- Un millón 500 mil jaliscienses residen en Estados Unidos.
- 123 de los 124 municipios de la entidad son expulsores de mano de obra. Sólo Puerto Vallarta es receptor. 58 de los municipios son calificados como altamente expulsores, es decir, 40% de sus habitantes radican en Estados Unidos.
- Los municipios del norte de la entidad son los que aportan la mayor cuota de migrantes.
- La migración aporta alrededor de 800 millones de dólares anuales aÊla economía jalisciense.
- California, Chicago y Washington son los principales destinos de los migrantes de Jalisco.
- La delegación de la Secretaría de Relaciones Exteriores en Jalisco tramitó 180 mil pasaportes en 1997 (12% más que el año anterior).
- Sólo la mitad de las visas solicitadas por jaliscienses en el consulado de Estados Unidos son otorgadas.
En Seattle, según el censo de 1990, hay 75 mil migrantes mexicanos. En 1993 estaban registrados 18 equipos en la liga de futbol, 15 de ellos patrocinados por restaurantes de jaliscienses. Uno de los equipos se llama Las Aguilas de Cuautla.