Emilio García Riera
Alberto Isaac
En noviembre del año pasado viajé a Colima con mi esposa Cristina para conocer la nueva casa de mi viejo amigo Alberto Isaac. Ahí se nos reunieron Juan Francisco González, si hijo Alonso y Gonzalo Villa. La pasamos muy bien, muy contentos, y disfrutamos una comida tan sabrosa como las que sabe preparar la esposa madrileña de Alberto, Juli Sanjuán, también amiga mía desde hace mucho. Hoy, no puedo evocar esa agradable jornada sin una dolorosa sensación de absurdo: lo que menos pensé durante su transcurso fue que veía por última vez a Alberto, mi compañero muy cercano en las alegrías y en las desgracias vividas por ambos a lo largo de casi 40 años.
Fue a finales de los años 50 cuando conocí a Alberto en el cine club del IFAL, en la calle Nazas de una ciudad, la de México, donde pasamos las mayores partes de nuestras vidas. Hace apenas unos pocos años, Alberto aclaró ante un auditorio colimense que no nació en Colima, como se creía, sino en la capital del país. Eso no hace menos válido un apodo, el de ``flecha de Colima'', ganado al competir como nadador en nombre del estado donde se crió. El deportista frustradísimo que fui admiraba desde muy joven a un deportista tan cumplido como Alberto, que no sólo mantuvo durante muchos años su récord nacional en los 100 metros de nado libre, sino que fue en eso mismo campeón de Estados Unidos en la primera mitad de los cuarenta. También lo admiraba yo, al conocerlo en persona, por su buen trabajo en la sección de espectáculos del diario Esto. Gracias a la dirección de Alberto, esa sección resultaría por mucho tiempo excepcional, bien informada y orientadora, y hoy más que nunca puede servir de ejemplo insuperado en una zona del periodismo tantas veces afligida por la frivolidad y la ignorancia extremas. Last but not least, Alberto, hombre de muy buen gusto y gran sentido del humor, ya hacía entonces buena cerámica y era bien conocido como caricaturista de notable gracia e ingenio; muchos de los libros sobre Luis Buñuel publicados en todo el mundo reproducen la caricatura de Alberto que muestra cómo explotó en las manos de Francisco Franco una bomba llamada Viridiana.
Algo tuve que ver con los comienzos de Alberto en el cine. En 1964 se le ocurrió que podíamos hacer juntos un guión para competir en el primer concurso de cine experimental a celebrarse en 1965. En una de las reuniones semanales que se producían en mi casa, le leímos a Gabriel García Márquez ese guión sobre una maestra española iniciada en el sexo a los cuarenta y pico de años de edad. A Gabo no le gustó el guión y nos propuso que adaptáramos, como lo hicimos, su cuento En este pueblo no hay ladrones. Dirigida por el debutante Alberto, la película de ese título ganó el segundo lugar en el concurso y resulta hoy muy curiosa por su elenco de actores secundarios y figurantes formado entre otros por el propio García Márquez, Luis Buñuel en un papel de cura, Juan Rulfo, José Luis Cuevas, Carlos Monsiváis, Abel Quezada, Alfonso Arau, Leonora Carrington y La China María Luisa Mendoza. Como guionista, resulté peor que flojo, pero Alberlto volvió a llamarme para colaborar en el argumento de la que tengo por una de sus mejores películas. Los días del amor (1971). En esa cinta, Alberto mezcló recuerdos de su adolescencia colimense con alusiones a la guerra cristera. Me probé de nuevo guionista omitible y Alberto ya no incurrió de nuevo en el error de llamarme.
Al rever hace pocos años Tívoli (1974), otra película de Alberto, quedé entusiasmo y tuve por fortuna tiempo de decírselo a mi amigo. Además, pude incluir en la nueva versión de mi Historia documental del cine mexicano una ficha muy elogiosa de una película que expresa quizá mejor que ninguna otra de Alberto cuan compatibles eran en su ánimo la alegría de vivir y la observación crítica e inteligente de la realidad. Sin embargo, escribí para Excélsior una crítica más bien desfavorable cuando fue estrenada esa película de producción estatal (Conacine); en aquellos tiempos devotos de la ideología pura y dura, temía uno demasiado los ataques de cuatachería y de sumisión interesada al estado, aun sabiendo que algunas provenían de sabandijas calumniadoras capaces -por ejemplo- de denunciar nuestras ``nostalgias colonizadas'' por el mero hecho de haber incluido en una escena de Los días del amor un cartel de Wings, la película hollywoodense de 1928. Estoy por eso seguro de que la obra cinematográfica de Alberlto Isaac merecerá nuevas y más justas ponderaciones. Además de Los días del amor y Tívoli, creo por ahora que Las visitaciones del diablo (1968), el documental Olimpiada en México, (1978), El rincón de las vírgenes (1974), Tiempo de Lobos (1981), Mariana Mariana (1986) y su película póstuma, Mujeres insumisas (1994), son los mejores ejemplos de un cine honesto y no pocas veces divertido, lúcido e inspirado. En cambio, Alberto no pudo hacer gran cosa como funcionario cuando fue de 1983 a 1986 el primer director de Imcine, y tengo la conciencia tranquila por haberselo advertido a tiempo: no era en absoluto hombre de grilla ni nada por el estilo. Era una bella persona en todos los sentidos, y la envidiable admiración que su postura despertó en una multitud femenina no afectó nunca su noble naturalidad y sencillez.
Bueno, pues ya sé bastante de lo que significa ser viejo: el mundo se le va despoblando a uno. Fallecidos José Luis González de León, Jomí García Ascot y, ahora, Alberto Isaac, apenas quedamos la mitad de quienes nos reunimos por años y años, convocados por Alvaro Mutis, en un restorán de Paseo de la Reforma. Muertos Luis Buñuel, Luis Alcoriza y los ya mencionados, pocos sobrevivimos entre quienes celebrábamos en honor del primero unos comilonas inolvidables. Y muerto Alberto, casi nadie me queda para recordar en lances de trivia divertida a Gail Russell, Viviane Romance, Donald Meek, Raymond Bussieres y tantos y tantos actores olvidados del cine de nuestra juventud. Son constataciones desoladoras y tan obvias como las que puede hacer cualquier persona mayor que haya conocido los placeres de la amistad. Y es que estoy triste, muy triste por la muerte de mi querido amigo Alberto Isaac.