La Jornada Semanal, 11 de enero de 1998
Luis González y González es autor de un clásico de la microhistoria mexicana, Pueblo en vilo, que otorgó rango mítico al poblado de San José de Gracia. Fundador de El Colegio de Michoacán, ha sido maestro de legiones de historiadores y ha ejercido el arte de la historia narrativa. Nadie mejor que él para iniciar nuestro recorrido por la obra de Agustín Yáñez.
Don Agustín Yáñez, quizá por frondoso, es difícil de juzgar en pocas palabras. Desde su nacimiento hay dudas. La totalidad de los biógrafos acepta que nació en 1904 pero más de alguno niega su pertenencia al elegante club de los Contemporáneos, cuyos prohombres nacieron en la última década del siglo XIX y el primer lustro del XX. Tampoco se discute su origen urbano, su nacimiento en Guadalajara. Sin embargo, insiste en sus inclinaciones rancheras, en su temprano amor por Yahualica, la tierra de sus padres. De hecho, su ojo y pluma se solazaron en paisajes rústicos y en las dos ciudades mayores de este país: Guadalajara y México. Nunca se limitó a ver y contar las circunstancias sucesivas de su vida. También fue muchas veces en busca de lo ocurrido antes, tanto en su terruño como en su nación. Según la manera de hablar de mis coterráneos fue ``todista''. Hombre de palabra y de buenas acciones. En plan de gente de pensamiento se desempeñó como licenciado en leyes, novelista, biógrafo e historiador. sus haceres tuvo un prestigio muy bien ganado como padre de familia, jefe de oficina, gobernador y titular de las enormes y difíciles secretarías de Educación y de la Presidencia. Entre los cultos, se hizo famoso por sus obras de ficción y de verdad. Entre los servidores públicos y los políticos ganó fama de eficaz, honesto, talentoso y justo. Fue habitante de muchos agujeros y en todos dejó buena fama. En ninguna parte hizo ruido con la boca, pero sí con la pluma y con los instrumentos de administración y mando.
Don Antonio Gómez Robledo, gran amigo del recordado en esta ocasión, escribió: ``De Agustín Yáñez, a lo que me parece, podemos predicar... conforme a la manida pero siempre viva sentencia de Terencio: nada de cuanto es humano le fue ajeno.'' Don Agustín desempeñó amorosamente y con eficacia una docena de oficios de varia índole. En la Universidad de Guadalajara adquirió la profesión de abogado, cuyo ejercicio no fue más allá de la juventud. En la ciudad de México siguió cursos de filosofía con don Antonio Caso pero no llegó jamás a ejercer profesionalmente el oficio de filósofo. Nunca hizo estudios especiales de profesor, crítico, periodista, cuentista, novelista, director de academias, promotor cultural, gobernador, ministro de Educación e historiógrafo. Se estrenó en el magisterio, en la Escuela Normal para señoritas, en Guadalajara, en 1923. Vuelve a enseñar lo mismo tres años más tarde en la Escuela Preparatoria del profesor Camacho.
En los años veinte, en plena juventud, anduvo metido en la crítica, en el periodismo y en los quehaceres políticos. Con el seudónimo de Módico Delgadillo dio golpes a diestra y siniestra. Tuvo que ver mucho en el lanzamiento y la difusión de Bandera de Provincias y otros periódicos regionales. En 1929 fue delegado estudiantil a la Convención del Partido Antirreeleccionista, que buscaba llevar a la Presidencia de la República al verdaderamente revolucionario José Vasconcelos.
Todos los testimonios coinciden en que don Agustín fue guía, jefe y capitán durante toda su vida. De su pasión por el poder, sana y fuerte, se derivan dos obras memorables: gubernatura de Jalisco entre 1952 y 1958, y la Secretaría de Educación Pública (1964-1970), amén de otras de escaso ruido. Se repite en muchas partes que en 1930 fue nombrado Director de Educación Primaria en el estado de Nayarit. Un lustro después fue jefe, en la ciudad de México, de Bibliotecas y Archivos Económicos de la Secretaría de Hacienda, donde tuve la oportunidad de saludarlo la primera vez. Allí me condujo el generoso maestro José Ramírez Flores, devoto amigo de don Agustín.
La Biblioteca de la Secretaría de Hacienda, donde el mero jefe era don Agustín, ocupaba una parte del Palacio Nacional. La dirección disponía de un cuarto pequeño y pobre, pero el enorme acervo de libros de historia y derecho, de periódicos y de papeles sobre economía, contaba con salones amplios con estanterías de buen ver y repletas de libros, folletos, diarios, revistas y manuscritos. El salón de Historia era, además, cuna del CentroÊde Estudios Históricos, de aquel fabuloso grupo formado por su director Silvio Zavala, una decena de intelectuales españoles que la violencia de allá transterró a nuestro país, y siete alumnos que aspiraban a ser historiadores; este grupo produjo, gracias a la generosidad de don Agustín Yáñez y su gusto por la historia, el advenimiento a nuestro país de la historiografía científica. Don Agustín también proporcionó cocina, crudos e instrumental para poner a disposición de los lectores de diezvoluminosa Historia moderna de México de don Daniel Cosío Villegas y su docena de colaboradores. Don Agustín fue generoso mecenas de clionautas.
Además de protector de buscadores de lo ocurrido, el personaje que conmemoramos tuvo arranque de historiador. Le dijo al inteligente periodista Emmanuel Carballo: ``La primera vez que tuve conciencia de que escribía fue cuando redacté un resumen acerca de la época de Revillagigedo.'' En los años de la primaria se aficionó a la lectura de novelas que trataban asuntos de la antigua Roma: Lucio Flavio, Quo vadis, Fabiola, Los últimos días de Pompeya... Desde la adolescencia, afloran las inclinaciones por las historias universal, nacional y regional. En 1917 ganó el premio de biografías por sus trabajos: Antonio Alcalde, impulsor de Guadalajara, y Agustín de la Rosa, sabio y benefactor. Al celebrarse el primer centenario de la consumación de la Independencia de México pronunció un memorable discurso conmemorativo.
En el decenio de los treinta se mantuvo callado, o mejor dicho, guardó la pluma, pero en la siguiente década fue novelista e historiador de renombre. Prologa y publica Crónicas de la Conquista. Hace otro tanto con la Doctrina de fray Bartolomé de Las Casas. En 1942 da a luz El conquistador conquistado. Al promediar el siglo se vuelve ampliamente todista: viajero por Sudamérica, director de la revista de Filosofía y Letras y del seminario de Cultura Mexicana. Es electo miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, miembro del Colegio Nacional y gobernador de Jalisco. Publica Al filo del agua y Don Justo Sierra.
El maestro Yáñez ganó gran parte de su fama por la escritura de tres biografías de otros tantos protagonistas de la vida mexicana y por sus conferencias de temas claramente históricos. En una época de grandes biografías escritas por Maurois, Marañón, Papini, Ladwig, Sweig, Belloc, etcétera, Yáñez compareció con la trayectoria de tres hacedores del Estado mexicano que no consiguen el prestigio universal de los autores citados pero sí una acogida respetable de los públicos hispanoamericanos. Se trata de las vidas de tres compatriotas egregios : Las Casas, Santa Anna y Sierra. Como cumplido historiador ortodoxo, leyó todo lo escrito acerca de esas figuras y anduvo explorando en algunas fuentes documentales. Como los que se decían historiadores de título, reunió muchos datos, los interpretó a la luz de la psicología y los puso en el lugar merecido dentro de la hechura de México. Al revés de los profesionales de la historia, generalmente somníferos, hizo narraciones del pasado para ser gustadas por los lectores.
La tercera de las biografías de Yáñez tiene alguna relación con lo escrito por don Octaviano Valdez. La verdadera excelencia de Agustín reside en ``haber sido, durante más de cuarenta años, árbol de ancha sombra amorosa para su esposa y sus hijos''. María de los çngeles, su hija, respondió a la sombra amorosa de su padre al adquirir el oficio de historiadora y cuidar de la obra histórica de su progenitor.
Quiero agregar que desde 1946, en una obra dedicada a sus abuelos ``que vivieron y murieron el amor de su tierra natal'', don Agustín sentó las bases de la microhistoria. Se trata de un ensayo descriptivo e histórico de Yahualica. El autor pretende con esta obra poner en claro ``lo que Yahualica fue, lo que es ahora y lo que pretende ser mañana''. La semblanza de Yahualica es, según la autorizada opinión de Ignacio Díaz Ruiz, ``el antecedente por excelencia de Al filo del Agua'', que según Brushwood ``es novela histórica en la mejor acepción del término, porque recrea la realidad de México durante los postreros resplandores de la paz y el orden de la era de Porfirio Díaz''.
Aquí, quisiera repetir el soneto de Francisco Liguori:
Un pueblo de mujeres enlutadas/ al filo del amor
o de la muerte:/ archipiélago ideal que se convierte/ en sombras
ojerosas y pintadas.// Tierras flacas y pródigas, captadas/ por un
tácito espíritu que advierte/ cómo el tiempo litúrgico revierte/
realidades, en sueños conquistadas.// Vivir la corte sin perder la
aldea,/ ejercer el poder y la enseñanza,/ unir letra y acción en la
tarea,/ y morir con la última esperanza/ de haber cumplido el plan que
se pelea:/ lograr de la nación, la real semblanza.
Sin lugar a dudas, don Agustín Yáñez fue una figura clave en la vida
de México, fue un espejo de virtudes que sólo padeció una leve cojera:
la adicción al tabaco. Espero en una ocasión menos breve disertar
sobre el humanista dedicado al saber y la construcción de
México. Ahora sólo pude recorrer a las volandas uno de los ranchos del
amo Yáñez, uno de los grandes latifundistas de la cultura mexicana.