El domingo pasado La Jornada amaneció con una de las fotografías más impresionantes de nuestro tiempo. La fecunda trayectoria de Pedro Valtierra como testigo de los desastres de la Tierra alcanzó un momento épico y culminante en la fotografía que ocupó la portada de nuestro periódico: una niña indígena empuja, y casi derriba, a un soldado vestido para matar. En más de un sentido la lucha es desigual: toda la debilidad y toda la fuerza están del lado de la niña. ``Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan frágiles'', escribió e. e. cummings. Con indecible firmeza, esas manos enfrentan a un militar digno de protagonizar Rambo en Acteal y demuestran la poderosa resistencia de un pueblo inerme. En Conversación en La Catedral, la más lograda de sus novelas políticas, Mario Vargas Llosa se sirve de una pregunta como hilo conductor: ``¿En qué momento se jodió el Perú?'' La fotografía de Valtierra nos desvela de un modo semejante. ¿Es posible vivir en un país donde la miseria se defiende de los rifles con las manos vacías? ¿Hay forma de detener el despojo, la masacre, la pobreza terminal? En la portada del diario contemplamos un icono salvaje, un imborrable símbolo del sinsentido. La suerte de Chiapas depende de todos y acaso en los días futuros podamos merecer otras noticias. De ser así, la imagen de la niña y el soldado se cargaría de un significado venturoso: el día en que un testigo impar detuvo el flujo del tiempo, el día en que una niña detuvo la avalancha de la Historia.
El médico Arnoldo Kraus y el pintor Gabriel Macotela, miembros del Sistema Nacional de Investigadores y del Sistema Nacional de Creadores, respectivamente, lanzaron una importante convocatoria en las páginas de La Jornada para que quienes se dedican a la ciencia y la cultura se manifiesten por una solución pacífica al conflicto en Chiapas. El SNI y el SNC son apoyos significativos para el avance de las ideas; sin embargo, es obvio que no hay teoría que camine en un país en pie de guerra; también es obvio que en la comunidad científica y artística hay muy distintas opiniones sobre lo que pasa en Chiapas y que resulta ocioso crear un esquema unilateral para el proceso de paz. Lo urgente, por el momento, es impedir que ocurran nuevas matanzas. Kraus y Macotela señalan, con justicia, que no todos los intelectuales que contribuyen a la investigación y la creación pertenecen al SNI o al SNC. De cualquier forma, estos organismos reúnen a buena parte de la comunidad pensante y establecen un vínculo entre el gobierno y los generadores de ideas. De ahí la necesidad de que sus miembros rompan el aislamiento del laboratorio o del cubículo. Nos unimos a la iniciativa de Arnoldo Kraus y Gabriel Macotela. El imperativo de la hora es impedir que se siga derramando sangre en Chiapas.
Para quienes acostumbraban leer Proceso de ``atrás para adelante'', ha aparecido un libro de colección. ``Boogie el aceitoso'', la tira cómica de Roberto Fontanarrosa que durante años ocupó la página postrera de la revista, ha dado lugar a los 78 episodios de Boggie en Proceso. El prólogo del libro corresponde al mayor experto en el género, Carlos Monsiváis (otro célebre caricaturista, Rafael Barajas El Fisgón, informó en una historieta que Monsiváis ya prepara el prólogo del Directorio Telefónico). El cronista vacía varios cargadores en su retrato de pólvora: ``Boogie, baby-sitter de secuestrados, es el magnífico aviso satírico de la opresión vivida en todas partes, que, bajo presión, transforma los recuentos de la violencia urbana en relatos hogareños. Si no nos reímos del fin del mundo, ¿qué le heredamos a nuestros descendientes?'' El volumen también incluye una entrevista de Armando Ponce en la que Fontanarrosa abre los archivos secretos de su personaje: ``Alguien me dijo alguna vez que Boogie tenía la glándula moral alterada... Lee pensamientos de Al Capone, informes sobre armas y municiones... es fundamentalmente machista, desprecia a las mujeres... Al principio iba al psiquiatra, luego lo mató porque no quería que se metiera en su vida.'' Fontanarrosa ya no dibuja al más duro de sus personajes: ``Boogie está suspendido, pero claro, su final lógico sería la muerte.'' Si el cartonista de Rosario regresa para matarlo, esperamos ser testigos de su impecable asesinato. Por el momento, vale la pena disfrutar las sátiras de espléndida mala sangre reunidas en Boogie en Proceso.
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-Dibújame una jirafa. -No, no puedo, no me salen. Si quieres te dibujo un elefante, un caballo, un barco, una cara, pero no sé dibujar jirafas. Así hablan del dibujo los niños, selectivamente, discriminando por la dificultad de los entes dibujables. Para ellos no hay una capacidad universal de dibujo. Saber dibujar algo consiste en tener mecanizados los trazos para lograr cierta figura. No he conocido ningún niño interesado en dibujar del natural, intentando reproducir lo que ve. Si el niño va a dibujar un ojo, por ejemplo, no mira un ojo e intenta dibujarlo. El sabe cómo es un ojo, su problema es hallar las líneas que lo representen. Es decir, simplificar. Entonces traza un óvalo y dentro un círculo, y dentro otro círculo más pequeño, la pupila, luego eriza el óvalo con pestañas enérgicas. Y ya está, ha hallado la fórmula; en adelante, siempre que dibuje un ojo lo hará exactamente igual. Este niño ya sabe dibujar ojos. Este niño, cuando dibuja así, es un cumplido representante de la estética indirecta cuya exposición y defensa emprenderé en esta página. Obsérvese en primer lugar que el joven artista no se preocupa por la belleza de su dibujo. No está pensando en eso, sino en otras cosas, por ejemplo, en que esté completo. Al ojo sin pestañas, según él, algo le falta, está incompleto. Y como su atención está dirigida a eso, y no anda calculando resultados de belleza, su dibujo se carga de una poderosa y extraña energía. Puesto que no quiere que esa mano que ahora dibuja ``se vea bien'', ni siquiera entiende qué pueda ser eso, sino que sean cinco dedotes claros y distintos con sus uñas respectivas, la mano dibujada se llena de elocuencia. Es decir, como su atención directa no es ``artística'', no es si se ve o no bien, sino es, digamos, documental, su resultado estético es incontrolado, imprevisible y más imaginativo. Esta es la estética indirecta, aquella en la que los fines artísticos no se prosiguen directamente, sino son resultado indeliberado de otro tipo de atención y trabajo. Supongamos que haces un diagrama explicándole a un amigo cómo sucedió cierto incidente: ``aquí estaba el presidium'', dices, por ejemplo, trazando un rectángulo, ``y aquí el público (un gran cuadrado), por aquí entraron los inconformes (flechas enérgicas), y aquí escupieron a Campuzano (un círculo con rayos), y esta es la mampara que tiraron y patearon (otro rectángulo, pero moteado)''. Ahora supongamos que terminada la explicación miras el diagrama y te sorprende su mérito en calidad de dibujo abstracto. Esa obra de arte sería una muestra de la práctica de la estética indirecta. En esta estética el problema del pintor no es cómo, sino qué pintar, a qué puede dirigir su atención, qué podría ser lo que quiere documentar mientras pinta. Se trata de impedir la frustrante vulgaridad de tratar de pensar su cuadro y dirigirlo hacia la belleza. Porque el cuadro no debe ser previsto ni planeado, debe estar libre de tentativas estéticas, que, salvo muy raras excepciones, son consabidas, melifluas y lugarcomunescas. ¿Por qué será que la belleza difícilmente se entrega al que la busca directa y ardorosamente, y, en cambio, se hace presente cuando la rehúyes? Parece mujer en una comedia de galanteos. Los cuadros suficientes y admirables no los hace el pintor con su buen gusto, sino con otras de sus facultades. Decir que los cuadros de Klee son de buen gusto, es ofenderlo. ¿Dónde quedarían las inauditas dificultades que tuvo que vencer el ojo que piensa? Puede haber grandes pintores sin buen gusto, por ejemplo, Orozco o Max Beckman. Picasso expresa muy bien esto al declarar: ``Cuando empiezas un cuadro, muchas veces haces bonitos descubrimientos. Debes estar en guardia contra ellos. Destruye la cosa, hazlo varias veces. En cada destrucción de su hermoso descubrimiento, el artista no lo suprime de verdad, sino lo transforma, lo condensa, lo hace más sustancial. Lo que aparece al final es el resultado de los hallazgos descartados. De otro modo, tú te conviertes en tu propio connoisseur. Y yo no me vendo a mí mismo nada.'' Pobre y triste es el artista que es superior a sus creaciones. Dios es muy superior a su creación, pero en la esfera del arte, las creaciones del artista, diosecillo inquieto, tienen que ser muy superiores a su creador. Feliz el artista de quien podemos decir asombrados: ¿cómo es posible que este infeliz haya pintado tan buenos cuadros?
En medio de la sed de sangre que despertó la reciente crisis iraquí, de pronto una noticia vino a cambiar el tono belicista de los noticieros estadunidenses: Bobbi (ella) y Kenny (él) McCaughey (pronúnciese ``macoy'') de Carlisle, Iowa (3,400 habitantes), se convirtieron en padres de los primeros septillizos que nacen vivos. La furia guerrera de los medios se convirtió en fascinación paternal y fantasía de obstetricia. El fenómeno no era solamente una ``bendición de Dios'' sino también un milagro tecnológico. Bobbi se había sometido a un tratamiento de fertilidad ya que no había logrado volver a embarazarse después de tener a su primera hija (que hoy tiene dos años y también fue concebida con ayuda de fármacos). Con estos procedimientos a menudo se obtienen embarazos múltiples, y aunque los médicos sugieren sacrificar algunos fetos para asegurar la supervivencia de los demás, la decisión corresponde a los padres. Los McCaughey, devotos bautistas, decidieron conservar a toda su prole a pesar del riesgo que esto implicaba; 31 semanas después de ser impregnada, Bobbi dio a luz a sus bebés. Hasta entonces nadie en Carlisle abrió la boca, los habitantes de esa población se habían comprometido a guardar el ``secreto'', como si se tratara de una estrategia militar. En cuanto tuvo lugar el milagro, los medios de comunicación del mundo entero invadieron Carlisle. Las grandes corporaciones, como reyes magos de la posmodernidad, hacían cola para rendir ofrendas a los siete bebés. Procter & Gamble se comprometió a entregar 32 mil pañales, Chevrolet (empresa para la que trabaja Kenny) regaló una camioneta Chevy Express (en la que caben cómodamente 15 personas), Gerber alimentará a los bebés, la megafranquicia juguetera Toys ``R'' Us enviará siete carriolas y siete asientos de auto, la empresa TCI Cablevision prometió siete años de servicio gratuito y Mid American Energy les proveerá de manera gratuita calefacción y aire acondicionado para la casa que les regaló el gobernador (por lo menos nueve mil niños viven en las calles de Iowa).
Recuperar América
La asombrosa (y selectiva) generosidad de los sectores privados y públicos ante esta historia de hadas farmacéuticas (particularmente de la droga Metrodin), sucede al tiempo que las grandes empresas se encuentran en un amargo periodo de despidos masivos y el gobierno clintoniano está recortando todo tipo de beneficios sociales, especialmente para los niños pobres y las villanas favoritas de los republicanos: las madres solteras pertenecientes a minorías étnicas. Esta política refleja el difundido prejuicio de que los culpables de todos los males sociales del primer mundo son los inmigrantes del tercer mundo, ``acostumbrados a tener muchos hijos'' y a ``vivir a costas del estado''. La historia de los McCaughey, como todos los grandes espectáculos de los media, va mucho más allá de la simple anécdota insólita. Bobbi representa ante la imaginación sajona la esperanza de supervivencia de la raza blanca ante la marea de gente ``de color'' que invade Estados Unidos. Los McCaughey se han vuelto el ideal conservador de la familia trabajadora, cristiana y rústica, una imagen nostálgica de la era del sueño americano, una época anterior al control de natalidad, al rap y al sida. La paradoja es que los septillizos no son producto de la naturaleza sino de la utopía de una vida mejor a través de la química. Asimismo, es paradójico que los grupos religiosos que se oponen al aborto y los métodos anticonceptivos, no condenen el uso de las drogas fertilizantes que convirtieron a Bobbi en una superincubadora humana.
El otro milagro de Bobbi
La ex costurera Bobbi es una conmovedora Madonna moderna, un nuevo icono pop (seleccionada por la revista People como una de las personalidades más enigmáticas del año), un experimento de las posibilidades de la mujer como abeja reina y un mito moderno instantáneo. Una señal de la asimilación de Bobbi a la cultura del consumo tuvo lugar cuando la supermadre robusta de cutis deteriorado, pocas palabras y dientes chuecos y amarillentos fue objeto de otro milagro: la revista Newsweek, en su portada, le dio una notable mejorada a su dentadura; mediante un trabajo de manipulación digital fotográfica le practicaron una ortodoncia virtual. Esa misma semana, Time en su portada prefirió respetar la belleza au naturel de su boca. De esa manera, las dos portadas ofrecen algo semejante a un tramposo anuncio de dentista con un antes y después.
Memorias de guerras e incubadoras
El hecho de que la historia de los bebés McCaugheys coincida con la amenaza de una nueva guerra en el Golfo Pérsico recuerda aquellos reportes de que las tropas iraquíes habían sacado a los bebés que se encontraban en las incubadorasÊde los hospitales kuwaitíes para dejarlos morir en el piso. Tales testimonios macabros eran parte de una meticulosa campaña destinada a manipular a la opinión pública. Luego, se supo que la supuesta testigo era parte de la familia real y ni siquiera había estado en Kuwait durante la invasión. Por simple asociación de ideas, al hablar de Irak, guerra, bebés prematuros e incubadoras, parecería que los propagandistas del complejo industrial-militar esperan despertar memorias de horror sembradas hace (coincidentalmente) siete años en el inconsciente colectivo para que el público vuelva a clamar venganza en contra del imperio del mal de Hussein.
Naief Yehya
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