Luis González Souza
¿Nación o qué?

Tal vez esta es la pregunta de fondo en el conflicto de Chiapas. ¿Queremos que México se constituya de una vez por todas en una verdadera nación, o nos resignamos a que acabe de cuajar y explotar como un polvorín de castas y racismos, como una hacienda grandota de pocos dueños y muchísimos peones, como un manicomio donde la diversidad étnica, en vez de aprovecharse, genere conflictos cada vez más sangrientos? Si a lo que queda de México puede llamársele nación, entonces la pregunta es: ¿queremos o no reconstruirla, ya sin sus contrahechuras de desigualdad y racismo?

La mayoría de los mexicanos sí queremos hacer de México una verdadera nación, tan sólida como democrática. No hay riesgo de equivocación, salvo que los gases desnacionalizadores y antidemocráticos de nuestra ``modernización'' neoliberal hayan avanzado más de lo que suponemos.

Sin embargo, los usufructuarios de esos gases tercamente insisten en destruir todo lo que huela a un proyecto en verdad nacional. Las contrahechuras de México les tienen sin cuidado. Por el contrario, les sirven para mantenerse en la cúspide del poder, y con ello las riquezas y los privilegios. Por ello es que no muestran mayor interés en resolver el conflicto de Chiapas. Ni el de Guerrero ni el de Oaxaca ni el de las Huastecas ni ninguno otro donde la demanda es una y la misma: dejar que los más olvidados, comenzando con los pueblos indios, sean parte de la nación. Dejar que los más agraviados e inclusive desahuciados por esta ``modernización'', mantengan por lo menos la esperanza de llegar a ser ciudadanos normales en una patria que sea tal.

Para colmo, los gaseros de la desnacionalización y la antidemocracia están dispuestos a todo con tal de seguir evadiendo la gran tarea de nuestra historia: construir una nación donde quepan todos y donde, por el aporte y la superación de todos, entonces sí pueda hablarse de una nación verdadera. Por ello, tales gaseros han llegado al extremo de la masacre de Acteal. Masacre que no sólo es más sanguinaria que la de 1968: hasta donde recordamos, ningún estudiante fue asesinado a machetazos mientras rezaba ni el hijo por venir fue exhibido como trofeo de guerra. También la masacre de Acteal es más desvergonzada que la de 1968. Se lleva a cabo sin importar los reflectores internacionales que, a punta de perseverancia y dignidad, han sabido atraer los indígenas zapatistas. Es más estúpida porque ocurre no obstante que sus autores (al menos indirectos) dependen más que nunca de esos reflectores internacionales, lo mismo para captar divisas que padrinazgos políticos. Es más necia y provocadora, porque el movimiento democratizador de México hoy es mil veces más poderoso que en 1968.

Finalmente, la masacre de Acteal es más irresponsable, alcanzando ahora el punto de una ceguera de plano suicida. Ya lo sabíamos por la experiencia de innumerables dictaduras en América Latina, y ya lo advertían desde 1994 hasta expertos estadunidenses como Roderic Ai Camp (autor, entre muchos otros libros sobre México, de Los militares en Palacio): el problema no es tanto poner al Ejército en la calle sino cómo regresarlo a sus cuarteles. Más allá del cambio de funcionarios, lo cierto es que continúa la escalada militar en Chiapas y en muchos otros lados. O el Presidente ya perdió el control del Ejército, o él mismo promueve la irresponsable apuesta militarista. Cualquiera que sea el caso, urge abrir paso a la cordura.

Aquí y ahora, la cordura significa respeto a la Constitución, regreso del Ejército a sus cuarteles, desaparición de los grupos paramilitares, creación de condiciones para retomar la vía de la negociación y recuperación de credibilidad por parte del gobierno, comenzando por cumplir lo ya firmado en los acuerdos de San Andrés.

Sólo así podría renacer la esperanza de resolver el conflicto de Chiapas antes de que continúe extendiéndose. Y, enseguida, la esperanza de construir una verdadera nación con nuestros pueblos originales (indios) por delante. Si los gobernantes de hoy quieren rectificar y sumarse a ello, bienvenidos. Si no, simplemente que no estorben la movilización de la sociedad, como la indispensable marcha -ojalá marcha histórica- del próximo lunes en la tarde, del Angel de la Independencia (añorado vocablo) al Zócalo.

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