En el ruedo de la Plaza México no veía ni a los toros ni a los toreros ni a la torera, sólo el cuadro terrorífico de los muertos de Acteal. Los niños y mujeres navajeados y balaceados por cuchillos de siete filos. Las imágenes de la TV que nos presentó Ricardo Rocha de los niños muriéndose de hambre. En el aire no escuchaba los ecos del pasodoble, ni los débiles olés; sólo el grave rasgueo de una guitarra que dolorosa resonaba en todo el país. Ridículo me sentía presenciando la corrida, si en la mente estaba la pintura de la barbarie con los indígenas chiapanecos.
La tarde sabía a sangre en la México, a sangre chiapaneca inocente. La sangre que era lamento furioso de la vida que se iba en segundos. Trasfondo expresivo de la muerte de donde salía el chorro de sangre que no purificaba, sino, nos manchaba de sangre a todos, lanzándonos a todas las dudas, a todas las interrogaciones y a todos los estremecimientos, bajo la más terrible angustia metafísica.
En la Plaza México --en México-- estamos mirando la muerte desde adentro. La muerte hurgada en su razón existencial. No hay ya más luna, ni horizonte que el aire que desgarra a los chiapanecos. Los niños muertos iluminan por dentro la sádica explotación de los indígenas. Sadismo que busca infringir al otro el máximo dolor posible.
En Acteal la muerte toca marchas fúnebres en este invierno y se desplaza a toda la República. La muerte en Acteal desnudó --a pesar de todas las declaraciones oficiales-- lo que tiene de falsa nuestra vida. La vida en Acteal y la zona tzotsil y tolojobal es comunitaria. No existe ni el tú ni el yo, sólo el nosotros al que la muerte está mirando y flota a la deriva.
En la plaza pensaba si el estado normal del mundo del hombre es la guerra. Si el estado normal es matar a los más débiles para sentir la sensación omnipotente de los dioses. Lo que si sé es que a los más débiles los lleva a vivir en el dolor de las heridas que las balas desgarran, al igual que el hambre que lacera y los hace sangrar.
La Plaza México se calló en la temporada del no va pasar nada, no pasó nada. La madrileña que fue flor de un día se vino abajo. Sólo el valor del torero indígena El Zotoluco con toritos muy enrazados de Marcos Garfias nos devolvió a la situación de los indígenas desplazados, enviados a la marginación, al destierro, al exilio, la exclusión, la no pertenencia, el no hay lugar de la ley. Los aficionados nos retiramos del coso a enterarnos de lo que sucede en Chiapas, a hablar, a tratar de elaborar este duelo que por traumático será inelaborable. Lo mínimo será esta tarde asistir a la manifestación que partirá de El Angel de la Independencia, repasando las humedades de la sangre, en el silencio de la tarde chiapaneca.