En el discurso de Cuauhtémoc Cárdenas al tomar posesión de su cargo como jefe de gobierno del Distrito Federal, ante el pleno de la Asamblea Legislativa, manifestó que el problema ambiental de esta ciudad tendría que resolverse en el largo plazo y difícilmente se verían resultados importantes contra la contaminación que nos agobia en el breve plazo de su gestión de tan sólo tres años. En efecto, es largo el plazo de la evolución de esos problemas, pero algunas decisiones de los próximos dos años van a marcar profundamente el destino ambiental de nuestro valle y, por ello, conviene estudiarlas, discutirlas y tomarlas en función de lo que es técnica y socialmente más adecuado, pues la responsabilidad con nuestros descendientes es muy seria e importante.
Son tres los grandes tópicos que nos preocupan: el manejo de las aguas, el suelo (y subsuelo) y la atmósfera. Los tres tienen relaciones estrechas entre sí, debido a que en nuestro valle existen ciclos que afectan el líquido que bebemos, el aire que respiramos y los alimentos que comemos.
Empecemos por lo más urgente: el líquido que bebemos. Desde el siglo XVIII, los ingenieros hidráulicos -con Enrico Martínez a la cabeza- pensaron que el agua que inundaba las casas y las calles se contaminaba con excrementos y era el sitio reproductivo de los mosquitos, es decir, era el enemigo ambiental número uno de los pobladores de este valle. Desde entonces se formuló la estrategia de vaciar sus demasías por el tajo de Nochistongo y secar los lagos para dar lugar a la agricultura y después a la construcción urbana.
Con los siglos, esa idea cobró la forma de canales, bordos y finalmente el gran desagüe profundo, provocando así el desequilibrio hidráulico y el hundimiento progresivo del suelo.
Ahora tenemos un suministro muy caro y agotamos y envenenamos los pozos profundos locales; en cambio, traemos agua desde casi 100 kilómetros de distancia, elevada por medios mecánicos para remontar cuestas de mil 500 metros y con un muy alto costo de combustible. La reinyección del líquido al subsuelo es muy escasa (menos de 10 por ciento) y, como dijo un urbanista, convertimos un valle hermosísimo, lleno de lagos, en una región reseca y muy contaminada que hidráulicamente funciona como fosa séptica.
La decisión fundamental que tendrá que tomar César Buenrostro, nuevo secretario de Obras del DDF -asesorado por los titulares de Desarrollo Urbano, Roberto Eibenschutz, y del Medio Ambiente, Alejandro Encinas-, es aceptar la tecnología desarrollada por algunos investigadores del Instituto de Ingeniería de la UNAM y la Comisión Nacional del Agua (CNA) para dar tratamiento químico a las aguas negras del valle, arrojando los lodos al vaso de Texcoco y sin reinyección de líquido al subsuelo, o reconsiderar una tecnología biológica anaerobia, con tratamiento avanzado en lagunas, para reinyectar 20 o 30 por ciento de ese caudal en los acuíferos del valle, siguiendo el ejemplo que ya se practica en el gran lago artificial llamado ``Refugio de las aves silvestres'', y del cual sale la poca agua reinyectable al subsuelo. Esta segunda alternativa ha sido formulada y publicada por investigadores del propio Instituto de Ingeniería y de la UAM Iztapalapa, y presentada a algunas de las personas involucradas en esa decisión.
No existe un consenso sobre el tema entre los expertos en ingeniería hidráulica y ambiental, a pesar de que se han presentado debates intensos en foros de los gremios respectivos. Además, el propio Cárdenas se ha mostrado muy preocupado en buscar la alternativa ecológica a la recirculación del agua.
El dilema es aceptar de inmediato la propuesta de la CNA y proceder sin corrección alguna a la licitación del proyecto de cerca de mil millones de dólares, o estudiar una opción que incluya el tratamiento biológico y la recirculación. En favor de la primera se abogaría que ya está formulada y el trámite listo, pero la segunda abre un futuro ecológico mejor para nuestro valle.
En la Ley de Murphy sobre los fracasos y desastres técnicos se enuncia un principio fundamental: ``Lo que no vale la pena hacerse, no vale la pena hacerse con mucho o poco esfuerzo''. Algunos técnicos pudieran apoyar una idea mal sustentada, aduciendo que estamos de prisa, que costó mucho trabajo llegar a esa conclusión, que hay muchos intereses involucrados, que ya está listo el crédito, etc. Empero, de lo que se trata es averiguar si vale la pena o no recircular el agua sin contaminar con lodos tóxicos el valle, dejando sin alternativa técnica al DF por más de 20 años.
Por lo tanto, si el problema del agua se va a resolver en ese lapso, es ahora cuando se tiene que tomar la determinación. Esperemos que se pueda dar un debate serio, con bases técnicas y ambientales bien sustentadas, y que de esa forma nuestra generación diga con la frente en alto que no tomó una decisión grave e importante sin analizarla y sin medir sus consecuencias.