Esther Orozco
La Medalla Pasteur

El 5 de noviembre de 1997 recibí, en la sede de la UNESCO en París, Francia, la Medalla Pasteur, otorgada por el Instituto Pasteur y el propio organismo internacional como reconocimiento a nuestro trabajo de investigación científica. Ese premio causó buen impacto en la sociedad mexicana y los medios informativos. El IPN; los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial de mi natal Chihuahua; la Universidad Autónoma de Chihuahua, la de Ciudad Juárez, la Regional del Norte, la Normal del estado, la Normal Superior y la sociedad toda recibieron el galardón como un reconocimiento para México y para mi entidad. Como agradecimiento, quiero compartir estas reflexiones con esas instancias y con todos los que trabajan por la ciencia mexicana, haciéndola, divulgándola, apoyándola, considerándola.

Nos hemos enfocado durante 16 años al estudio de la Entamoeba histolytica, el protozoario responsable de la amibiasis, infección que afecta a 500 millones de personas y causa 100 mil muertes por año. Diez por ciento de los mexicanos ha tenido contacto con la amiba. Los médicos se han preguntado mucho tiempo por qué sólo algunos infectados presentan disentería o absceso hepático, las dos manifestaciones clínicas más graves de la amibiasis, mientras en 90 por ciento de los casos los trofozoítos amibianos viven en armonía con el hospedero sin causarle ningún daño aparente. Recientemente encontramos que el aumento en el número de copias de ciertos genes (amplificación génica) puede explicar las variaciones en la virulencia de la amiba. Esto es, si un trofozoíto tiene una sola copia de un gen de virulencia, sería poco dañino, pero si incrementa su número de copias a cinco o a 10, su capacidad para causar trastornos podría aumentar varias veces.

Al trabajar sobre esa hipótesis descubrimos un organelo citoplásmico llamado EhkO, el cual tiene material genético (ADN). Se planteaba que el ADN de la amiba estaba sólo en el núcleo; así, al replicarse y dividirse tocaba la misma cantidad y calidad a las dos células hijas, que deberían ser iguales. Sin embargo, los que trabajamos con la amiba sabemos que las células hijas son diferentes en varios aspectos, incluyendo su virulencia. La presencia de ADN extranuclear, el cual se divide fuera del programa normal, podría explicar la variabilidad. El hallazgo fue publicado en 1997 en Archives of Medical Research (México) y en Molecular and General Genetics.

Muchos investigadores piensan que la Entamoeba histolytica es necesariamente virulenta, y que las amibas que no hacen daño corresponden a otra especie. Esas diferencias han ocasionado que datos experimentales que contradicen esta idea estén guardados en un cajón, esperando ser vistos con ojos más abiertos a resultados experimentales y opiniones distintas. Lejos de desanimarnos, ello nos invita a ser más reflexivos y cuidadosos al hacer los experimentos e interpretar los resultados. Todos en mi laboratorio coincidimos en que resulta peligroso apresurarse a decir que las amibas que no expresan virulencia no son Entamoeba histolytica, sin haber probado que las que en ciertas condiciones no hacen daño carecen de los genes de virulencia. Hay que buscar explicación a la variabilidad de la amiba, un patógeno tan nuestro como el tequila y la tortilla. En ciencia nada es definitivo, pero creemos que las evidencias que hemos publicado son la punta para destejer la madeja de ese complejo aspecto del protozoario.

La Medalla Pasteur, reconocimiento internacional desprovisto de los amores y odios de la comunidad científica nacional, constituye para mi grupo y para buena parte de mis colegas un estímulo por muchos años de trabajo hecho con cuidado, no exento de errores, que rectificamos cuando las evidencias científicas nos convencen de que hay que volver sobre nuestros pasos para marcar otra vez el camino. La ciencia se hace por aproximaciones, bien fundamentadas, pero no inmutables.

La Medalla Pasteur significa que, a pesar de las carencias, la UNESCO y el Instituto Pasteur creen que en México podemos hacer buena ciencia; que vale la pena tomar en cuenta a la ciencia y la tecnología para resolver problemas de la sociedad, y que el gobierno debe apoyar más a la investigación científica como actividad estratégica del país.

En la actualidad, sólo 50 por ciento de los proyectos sometidos al Conacyt serán subvencionados. Muchos fueron rechazados no por falta de mérito académico, sino de presupuesto. Así se desperdicia lo más valioso de una sociedad: el talento de sus individuos. La democracia debe llegar hasta la ciencia y la tecnología, con el fin de que el dinero para investigación se otorgue sobre bases más equitativas. La ciencia mexicana está constituida por unos pocos grupos que han tenido todo el apoyo, y por aquellos que luchan todos los días en las instituciones no favorecidas para hacer investigación.

Ojalá hubiera más dinero para la ciencia y se abrieran más espacios, sin empujones, valorando las aportaciones que cada científico mexicano puede hacer. Ojalá la ciencia mexicana se democratizara y diera oportunidades a todos los que tienen vocación y talento para la investigación científica, pero que se pierden por falta de apoyo, de programas adecuados para detectarlos y de oportunidades en lugares alejados del centro.

Ojalá se democratizara para que no decidan siempre los mismos cómo distribuir el poco dinero, sin escuchar los argumentos de los que tienen qué aportar pero se les cierra la puerta. Ojalá se democratizara para realizar proyectos multidisciplinarios e interinstitucionales, con metas muy altas e importantes para la sociedad como resolver, sin demagogia, el problema de la contaminación ambiental en la capital y en otros lugares del país. Ojalá se democratizara para aplaudir e impulsar la presencia de nuevos grupos de trabajo y nuevas sociedades científicas. Ojalá la ciencia mexicana se democratizara para que persista, crezca y trascienda.