Con motivo de la visita que en diciembre pasado hizo el presidente Zedillo a Nicaragua, algunas organizaciones sociales hubieran querido plantearle una serie de propuestas aplicables en México que, si bien no se inscriben dentro del tratado de libre comercio firmado entre ambas naciones, se vinculan con un uso más racional de los recursos productivos y el cuidado del medio. La apretada agenda lo impidió. No se trata, como pensarán algunos de nuestros modernizadores, de soluciones técnicas y financieras com- plicadas, sino de recurrir a un sistema tradicional, pero efectivo, probado durante décadas en el agro centroamericano y también en las zonas del México pobre. Me refiero a la yunta.
En Nicaragua, como en otras muchas otras partes del mundo, las áreas agrícolas no están siempre bien utilizadas. Con sus 130 mil kilómetros cuadrados, el más grande país de Centroamérica tiene todas las posibilidades de impulsar una eficiente actividad agropecuaria. Sin embargo, priva el monocultivo y una ganadería ineficiente que ocupa la mitad de la tierra agrícola y, por ello, son los obstáculos más señalados para que la patria de Rubén Darío y de Sandino obtenga los alimentos que requiere su población y vuelva a ser el granero de Centroamérica.
Luego de varias décadas de vigencia del paquete tecnológico que exige la revolución verde (agua, maquinaria, agroquímicos, crédito, semillas mejoradas, etcétera), se comprobó su ineficiencia y sus efectos en el ambiente y la economía, especialmente la de los agricultores que no tienen acceso a dicha revolución. La tecnificación que exigió el auge algodonero iniciado en los años cincuenta en Nicaragua no alcanzó, sin embargo, a desplazar a la tracción animal, la cual sigue siendo el recurso más utilizado en la agricultura mediana y pequeña. Hoy dicha tracción, que descansa en bueyes y caballos, no es signo de atraso, sino el fruto de miles de años de experiencia humana en el manejo de animales de trabajo, en la elaboración de tecnologías que no deterioran y que incluyen lo mismo implementos, aperos y sistemas agrícolas.
Hoy se sabe que la modernización agrícola en Nicaragua ocasionó transformaciones de gran envergadura. Entre otras cosas, se sustentó en tecnología importada que causa elevados costos sociales, económicos y ecológicos. Baste recordar cómo las trasnacionales convirtieron virtualmente al campo nica en su parcela experimental de algunos de los más criticados plaguicidas, como el paraquat o la atrazina; también, cómo el beneficio inicial que significó utilizar tractores en grandes extensiones de tierra donde se siembra para la exportación, finalmente originó salida de divisas, dependencia tecnológica y una cadena de intermediarios que terminaron por elevar los costos de quienes poseen esa maquinaria. Igualmente, desplazamiento de mano de obra que engrosa los cinturones de pobreza urbana o jornalera en las grandes fincas. No en vano, la importación de tractores y maquinaria agrícola no es hoy tan masiva como antes, pese a la liberación del mercado y la presencia de las compañías estadunidenses.
Está probado que la revolución verde no fue ni es la panacea para sacar del atraso al agro, y que además crea dependencia y desigualdad. En cambio, otras alternativas campesinas muestran su vigencia y sus ventajas. No solamente en la preparación de la tierra y la siembra, sino en el combate de malezas y otros problemas que afectan las cosechas. Igualmente, en la construcción de terrazas, bordes y otras obras que evitan la erosión y la pérdida de humedad de la tierra.
No se trata de eliminar los tractores y demás maquinaria sofisticada. Pero sí de combinar su uso de acuerdo a la situación imperante en cada caso. El ejemplo más interesante, pero no el único, es el de la tracción animal que millones de campesinos siguen utilizando por doquier como una fórmula más ventajosa que la propuesta por las trasnacionales de maquinaria, plaguicidas y otros insumos agrícolas.
Cuando se alega insuficiencia de recursos para atender las necesidades del campo mexicano; cuando el nuevo secretario de Agricultura señala que hay millones de pequeños y medianos agricultores pobres cuya situación desventajosa se resolverá en el largo plazo, la experiencia nicaragüense no debe desecharse. Por el contrario, apoyarse y perfeccionarse, a fin de hacer un uso racional de bienes escasos y conservar el medio. Como lo hacen muchas familias en el país, donde sigue la yunta andando.