La Jornada 12 de enero de 1998

Aún rural, 57% de la superficie del DF

Juan Antonio Zúñiga M. Ť Las tendencias a la expulsión de habitantes de las delegaciones centrales a las periféricas de la ciudad de México no podrá contenerse mientras no se desarrollen políticas vigorosas de desarrollo urbano, advierte un estudio elaborado en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF).

La investigación, desarrollada por un grupo interdisciplinario de especialistas de la Comisión de Desarrollo Rural, detalla que en promedio cada año el entorno rural capitalino pierde más de mil 400 hectáreas --unos 14 millones de metros cuadrados-- en espacio verdes, que son sometidos a la erosión por el avance de la mancha urbana.

Ya con un crecimiento espectacular, particularmente entre 1950 y 1960, la extensión urbana del Distrito Federal se amplió 23 veces en el transcurso de los últimos 27 años respecto al incremento que tuvo durante toda la primera mitad de este siglo.

De acuerdo con la información oficial, el área urbana del DF abarcaba hace 47 años una extensión de 2 mil 714 hectáreas y en 1997 se desparramó a 85 mil; lo que significa que en ese periodo se crearon 23 ciudades de México alrededor de la que existió hasta la primera mitad del siglo XX.

La capital del México de los bis y tatarabuelos hacia fines del siglo XIX era de mil 76 hectáreas, 80 veces menor a la actual. En 1950 la superficie urbana que conocieron los abuelos llegó a 2 mil 714 hectáreas. Pero, en los diez años siguientes, que coincidieron con el desarrollo industrial del país, la capital se extendió a lo largo y ancho, pues su superficie en ese entonces era de 47 mil 70 hectáreas.

Aun así, el ámbito rural de la ciudad de México representa 57 por ciento de la extensión territorial del DF y en ella sobrevive una franja de contención estratégica integrada principalmente por productores agrícolas, que en caso de desaparecer eliminarían la última frontera que impide el paso a la devastación de los bosques que atraen la lluvia, purifican el aire y donde se localizan los mantos acuíferos que suministran dos de cada tres litros del agua que diariamente consumen los capitalinos.

Falta una política efectiva en la materia

Sin apoyos efectivos a pesar de su importancia estratégica para la sobrevivencia de la ciudad, carente de una política institucional del gobierno local que agrupe y garantice la efectividad de los recursos destinados al sector primario y prácticamente cercado por las reformas al artículo 27 constitucional --que posibilita la venta de terrenos ejidales y comunales a particulares-- el medio rural citadino sucumbe en forma acelerada, pero no necesariamente fatal en sus potencialidades.

Según la Comisión para la Regulación de la Tenencia de la Tierra (Corett) jurídicamente existen en la capital del país 64 de los 89 núcleos rurales registrados en 1970, los cuales hace casi tres décadas contaban con una extensión de 55 mil 300 hectáreas ejidales y comunales.

Hoy, hasta donde la dispersa información permite saber, 25 de estas comunidades desaparecieron como tales y la extensión rural de estas dos formas de propiedad de la tierra disminuyó en por lo menos 21 mil 129 hectáreas, lo que representa una reducción de 38 por ciento.

Florentino Salazar Mendoza, integrante del grupo interdisciplinario de la Comisión de Desarrollo Rural de la ALDF explicó: ``el verdadero productor se ve asediado por la ausencia de apoyos y por otro lado también por los asentamientos irregulares, los cuales se dan por dos vías, sobre todo en el sur de la ciudad, ya sea por invasiones o también porque el gobierno ha instrumentado una serie de expropiaciones a sus espaldas para una supuesta reserva ecológica. Además no debe perderse de vista que 90 por ciento de los propietarios de la zona rural son los productores ejidales y comunales''.

Ambas formas desalientan el trabajo en la tierra --dijo-- y el productor mantiene en su mente la posibilidad de vender a cualquier precio antes de que acontezcan cualquiera de los dos fenómenos. Esta situación se vio agravada por la política de privilegiar megaproyectos, más desde una óptica de beneficio a contratistas que como promoción de un desarrollo urbano en beneficio de la mayor parte de la población.

Por su parte, Raymundo Hernández, economista del equipo multidisciplinario, considera que el apoyo a los megaproyectos --``eje fundamental de la anterior administración''-- no tuvieron un beneficio general para toda la población y sí para una minoría, pero propiciaron una verdadera contrarreforma que debilitó tanto el desarrollo urbano como el rural de la ciudad. Por ejemplo, señaló, no se invirtió nada en reparar las redes primaria y secundaria de agua por la que se pasa entre 25 y 30 por ciento del líquido que consume la capital.

Frente a todo esto, ¿cómo se perfila el fin del milenio en la ciudad?

Ambos investigadores responden: ``el área rural del DF es un dique, una cortina que impide que se destruyan las zonas forestales; si esto sucede el escenario es devastador para el campo capitalino para el último trienio del siglo XX''.

El efecto ya está presente. La investigación revela que 40 por ciento del suelo rural se encuentra ya en la séptima categoría por la calidad de la tierra, presentan altos niveles de salinidad, están sodificados, son extremadamente ondulados y pedregosos; en fin, han sido desertificados.