Jaime Ortiz Lajous
Cínicas declaraciones patrimoniales

Yanireth Israde ha puesto en claro el abandono en que se encuentra el patrimonio arqueológico, artístico y arquitectónico de México, en la respuesta de los funcionarios del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) queda claro que están conscientes de las limitaciones y dificultades que significa defender el patrimonio; los arquitectos López Morales y Díaz Berrio tienen una sólida experiencia en el tema, sus posiciones contrastan gravemente con los irreales y absurdos planteamientos del director de Arquitectura del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), Víctor Jiménez, quien manifiesta un profundo desconocimiento de la problemática sobre conservación, pues sostiene que no son necesarias las declaratorias de monumentos y que ``de nada sirven las leyes más estrictas del mundo para defender un patrimonio''; a final de cuentas intenta justificar la absoluta falta de declaratorias que el INBA no ha realizado en los últimos 15 años, y argumenta que los propietarios de los inmuebles y ese instituto buscan lo mismo.

¡Qué alejamiento de la realidad histórica de la sociedad mexicana! Jiménez, encerrado en el Palacio de Bellas Artes, vive sólo de la utopía quincenal que él mismo se ha inventado; su dirección ha sido incapaz de controlar siquiera las nefastas intervenciones que se han venido ejecutando frente a su oficina, el Banco de México y el edificio de Correos.

Es increíble que se pretenda creer que ``si la sociedad está convencida de que algo vale, lo va a proteger ella misma''; la sociedad aún no tiene la cultura que se necesita para llegar a ese status, priva la especulación y el deseo de obtener mayores ganancias demoliendo precisamente la arquitectura de calidad para destinar los predios a estacionamientos o construir en ellos una arquitectura de inferior calidad a la anterior.

Es imposible pretender que ese remedo de Dirección de Arquitectura del INBA, con cinco inspectores, pueda defender, catalogar y programar la conservación del patrimonio monumental y artístico del siglo XX, y para ello ejemplifiquemos con la destrucción del patrimonio arquitectónico industrial; baste mencionar la reciente desaparición de ese rico patrimonio en las regiones mineras de California y Chihuahua, estaciones de ferrocarril y fábricas textiles.

Y no se diga la conservación de arquitectura, pinturas y decoraciones ejecutadas por artistas italianos a principios del presente siglo en templos y catedrales realizadas poco antes del movimiento revolucionario. Prueba de ello fue la desaparición de las maravillosas pinturas de estilo pompeyano de la catedral de Durango, o el absoluto abandono que padecen la mayoría de los cascos de haciendas en el territorio nacional.

La arquitectura extraordinaria ejecutada en las últimas cinco décadas se encuentra sin catalogar y sin control alguno, como el abandono de la obra de Barragán o la del recientemente fallecido Félix Candela. Es increíble que con el dineral que gasta el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA) en sus programas no otorgue la mínima atención a este problema, el cual se lo he planteado de viva voz al director general del INBA.

Debería existir un programa especial de protección, delimitación y declaración legal de los sitios arqueológicos. Monte Albán, en Oaxaca, es el caso más patético; lo terrible es que conociendo el problema nadie hace nada y las ruinas terminarán como en la época prehispánica, rodeadas de casas, igual que en Mitla.

Así, el tema se le ha planteado directamente a Teresa Franco y al gobernador de Oaxaca; la respuesta es el silencio de los caracoles prehispánicos. En Cuicuilco fue patética y deplorable la posición del INAH, era cambiante como las veletas que mueve el viento y ni siquiera mencionemos las afrentas al territorio de Teotihuacán, ni los grandes megaproyectos arqueológicos, herencia del salinismo.

La arquitectura colonial mexicana yace en el olvido, se canceló a principios del sexenio y a nivel nacional de la atención que la Secretaría de Desarrollo Social venía brindando en este renglón, sólo queda la obra de la Catedral de México, milagro del andamio perpetuo, mina inagotable, acción de alto riesgo y costo, sin proyecto claro de terminación.

Por último, en lo que se refiere al Centro Nacional de Conservación de Bellas Artes, el Cepram, bajo la excelente dirección de Walter Boelstery --quien con sus colaboradores hace verdaderos milagros-- no es justo que dada la riqueza artística de México el centro mencionado no cuente con los elementos técnicos elementales para realizar una labor seria de restauración, como serían una cámara de secado y otra de barnizado, equipo básico del cual se adolece; bastaría con cancelar cuatro becas de engorda del CNCA para comprar los equipos faltantes e intervenir el fresco de José Clemente Orozco en el templo anexo al Hospital de Jesús, en la ciudad de México, que está a punto de venirse abajo.

No se quiere entender por el sistema, que es fundamental contar con mejores y actuales instrumentos legales para salvar lo que nos queda; inventariar, catalogar y utilizar adecuadamente el patrimonio arquitectónico abandonado resulta esencial, así como el marco legal constituye una piedra angular en relación con la problemática sobre salvación y conservación del patrimonio de los mexicanos.