La tentación de reflexionar sobre Indonesia y sus tres décadas de una dictadura personalista construida sobre el terror es fuerte. La Indonesia de Suharto (nacida sobre una de las matanzas más pavorosas del Siglo XX) ha sido por mucho tiempo un pedazo de lo peor de América Latina incrustado en Asia. Dos rasgos. De un lado, clientelismo, corrupción e ineficiencia de las instituciones públicas y sus ``servidores''. Y del otro, ausencia de reforma agraria, predominio de latifundios proyectados al comercio internacional y un campesinado miserable. Todo lo cual condimentado de gigantismo faraónico, irresponsabilidad administrativa y robos de Estado de parte de la familia de Suharto y toda una fauna famélica de hombres de negocios, intelectuales de asalto y burócratas de lujo. Pero dejemos la tentación a un lado. Si todo va como los vientos anuncian, habrá modo de volver sobre Indonesia en las próximas semanas.
Comentemos, en cambio, los datos recién publicados por la Cepal (Comisión Económica para América Latina y El Caribe) acerca del desempeño económico de la región durante el año que acaba de terminar. Hay dos datos sobresalientes: América Latina registró en 1997 el crecimiento más elevado en 25 años y la tasa media de inflación más baja en medio siglo. Los campeones regionales en crecimiento acelerado fueron, en 1997, Chile, Argentina, México, Perú y Uruguay, países que registraron tasas de crecimiento entre 6.5 y 8 por ciento. En los casos de México y Argentina el crecimiento reciente terminó por compensar el retroceso creado durante la crisis de 1995. Como quiera que se vean las cosas, fue un año muy bueno para casi todas las economías latinoamericanas.
Pero antes de echar las campanas a vuelo vale la pena recordar algunos datos de largo plazo que son menos brillantes de aquello que 1997 indica. En lo que va de los años 90 (el periodo 1991-97, para la precisión) el Producto Interno Bruto per capita creció significativamente sólo en Chile, Argentina, Perú y Uruguay. En Brasil y México, que representan conjuntamente más de la mitad de la economía regional, el crecimiento en cuestión se ubica alrededor de un exiguo uno por ciento, lo que no configura un escenario brillante considerando además el retroceso absoluto de la década anterior. En los dos países citados, las remuneraciones medias reales siguen en la actualidad por debajo de los niveles registrados en 1990.
Acerca de México hay un dato que es oportuno mencionar: el éxito exportador. Entre 1990 y 1997 México casi ha triplicado sus exportaciones, hasta convertirse en el principal exportador regional seguido muy de lejos por Brasil que no alcanza ni la mitad de las exportaciones mexicanas.
Dicho lo cual, los dos focos rojos de la economía regional siguen ahí, bien encendidos, en espera que alguien haga algo para detener tendencias que podrían resultar peligrosas a mediano plazo. Me refiero a la combinación de monedas sobrevaluadas y de cuentas externas en fase de rápido deterioro. Lo cual es especialmente evidente en los casos de Brasil, Argentina y México. Entre 1995 y 1997, el déficit en cuenta corriente de la balanza de pagos pasa de 2.5 a 9.8 mil millones de dólares en Argentina, de 18 a 34 mil millones en Brasil y de 1.6 a 6.6 mil millones en México. Lo cual no es necesariamente grave de por sí, sino por la simultaneidad con una situación de monedas sobrevaluadas en los tres países y, sobre todo, en Argentina y Brasil.
La inversión extranjera directa sigue afluyendo a la región con cierto dinamismo, pero deberíamos haber aprendido de las lecciones del pasado, que estos recursos no pueden cumplir indefinidamente la tarea de cubrir déficit de cuenta corriente desbordados. Si en 1998 creciéramos un poco menos que el año anterior pero con cuentas externas menos desequilibradas y una inflación relativamente controlada, tal vez existirían los márgenes para experimentar formas socialmente más equilibradas de crecimiento, en lugar que crecer, literally speaking, a lo bestia.