La rebelión de los mayas zapatistas ha situado el problema de la nación como esencial para la transición democrática. Por el libro de Ivon Lebot, El sueño zapatista, ahora sabemos de las preocupaciones del EZLN por evitar ser identificado en el inicio de su movimiento únicamente a partir de la condición mayoritariamente indígena de sus integrantes, que le lleva a ignorar de manera consciente la cuestión étnico-nacional en la Primera Declaración de la Selva Lacandona.
El mismo concepto de liberación nacional que toma la organización para darse un nombre, heredado de los movimientos guerrilleros latinoamericanos de décadas pasadas, nos sitúa en pleno fin del milenio, frente al problema de la lucha por la nación en el sentido no de la independencia estatal, sino en la tarea de redefinir los términos y las condiciones de su existencia interna y las características de su inserción en el mundo exterior. Esto es, la formación de naciones no culmina con la formación o establecimiento de un Estado nacional políticamente independiente.
El zapatismo, en particular, resalta las contradicciones básicas del Estado nación actual en lo referente a la profunda polarización económica y social, la pérdida del control soberano de la direccionalidad económica y política de nuestros países, y la negativa de aceptar la pluralidad étnica y las autonomías como base inicial de la reforma del Estado y la sociedad.
El zapatismo y en buena medida el cardenismo actual, aceptan el reto de retomar el problema nacional en una época en que parecía imponerse una perspectiva globalizadora del capital, que implica una renuncia virtual del grupo gobernante a seguir desarrollando un proyecto nacional propio, y en su lugar, participar como socios secundarios de la trasnacionalización capitalista. El neoliberalismo provoca resistencias y contradicciones que enfatizan las tendencias particularizantes, y las posiciones de defensa de lo nacional tarde o temprano lograrán imponerse. Paradójicamente, el neoliberalismo se presenta como reproductor de fenómenos nacionalitarios que dice combatir.
El zapatismo logra superar las ideas que se desprenden de la matriz marxista, en el sentido de considerar a la nación como un residuo de la época democrático-burguesa, como un monopolio de las clases dominantes, y, en consecuencia, dueñas de la simbología nacional, administradoras únicas del ritual patriótico y de la historia nacional. Estas ideas provocaron en muchos de nuestros países que la izquierda abandonara la lucha por la hegemonía nacional, al enfatizar el reduccionismo clasista y generar dos fenómenos igualmente perniciosos para los fines nacionales: el obrerismo y el economicismo. En otras palabras, la abigarrada y multifacética realidad socioética y cultural de la nación fue observada a través del lente uniformador de las clases sociales, e incluso éstas aparecían desde una perspectiva eurocéntrica u ``occidental''.
Paralelamente, no se percibió la naturaleza de un proceso que va intrínseco en el desarrollo de la nación moderna y que se expresa en las tendencias contradictorias a universalizar y particularizar, a homogeneizar y diferenciar, reproduciendo los particularismos, tanto en el plano mundial como en el interior de la nación. El Estado nacional logra unificar estas tendencias contradictorias hacia fuera y hacia dentro: hacia fuera, conformando el sistema internacional de Estados que conocemos desde el siglo XIX, y hacia dentro reproduciendo y ampliando las imposiciones jurídicas, ideológicas y culturales de las clases dominantes. Esto trajo como consecuencia el relego político y teórico de grupos diferenciados en el interior de la nación, como las etnias o los pueblos, y la idea de un tránsito inevitable a la uniformidad, a la proletarización y al fin de las etnias y naciones.
De esto se desprende que en el desarrollo de la nación moderna, los sujetos actuantes no son sólo los constituidos en las clases sociales, sino también en los agrupados en torno a las identidades de diversa naturaleza, como las etnias o pueblos, los grupos de edad, el género, etcétera. También, el desarrollo futuro de la nación está íntimamente relacionado con los procesos de hegemonía, la capacidad de grupos sociales y políticos para extender su orientación cultural y política sobre la sociedad nacional y, en consecuencia, que cada sujeto social en la medida en que posee una voluntad de hegemonía, aspira a conformar parte del proyecto nacional.
Los zapatistas y el movimiento indígena nacional han construido durante estos cuatro años una propuesta para la articulación democrática de los pueblos indios en la nación, a través de las autonomías. Ojalá que los afanes autoritarios del actual gobierno no hagan pagar un precio alto a la construcción de una nación pluralista y democrática.