El año que inicia bien podrá ser definido como uno de gozne. Por uno de sus lados se va cerrando el capítulo de la descompuesta forma de ejercer el poder por una coalición insensible y torpe y, por el otro, patentiza la consolidación de un partido (PRD), quizás el único del espectro social del México al final del milenio, que tiene causas que defender y activas masas que lo apoyan. La grandiosa manifestación montada por los capitalinos el día de ayer no pasará desapercibida, a pesar de los esfuerzos televisivos por ningunearla. Los que salieron a la calle bien pueden considerarse como simpatizantes de la izquierda y que, en esa postura, encuentran rescoldo a sus tribulaciones, cauce para la acción y guías para sus inquietudes partidarias.
Aun para aquellos acostumbrados a expresar sus sentires e ideas en la plaza pública, la marcha del lunes pasado bien puede quedar inscrita en la memoria colectiva por varias razones. Una, por el meditado y decidido rechazo a una política genocida por parte de aquellos que son firmes partidarios de la paz con dignidad para todos. Dos, por la gravedad de la pesadumbre que acarreaban los que a ella concurrieron. Unos como integrantes de esa enorme valla formada por consternados observadores. Otros cientos de miles, como indignados caminantes que ven un México demolido por las balas y socavado por las ausencias gubernamentales que acentúan sus mínimas reacciones de humanidad. Tres, porque agrupó a una base activa de mexicanos que son la resonancia y la audiencia de ofrecimientos, deseos y peticiones de una nueva dirigencia política que tiene claros diagnósticos y las suficientes como efectivas correas de transmisión hacia el sentir popular. Cuatro, porque iluminó la conciencia de los protestatarios que, en sus gritos, consignas y pancartas varias, inscribieron los nombres precisos de los culpables de su coraje.
Haber sido parte de una parada popular de tal envergadura y significados, permite constatar la cercanía y la solidaridad masiva que, para fortuna de la nación, todavía subsiste como sustrato que se engrosa al ser herida por una estrategia de contención asesina que desarrollaron algunos mexicanos pervertidos.
La coalición gobernante seguirá adelante con sus recetas y reacciones tan instantáneas como desarticuladas a las palpitaciones de la sociedad. El periodo final de este gobierno lo resistirán atrincherados detrás de la burocracia hacendaria que domina ámbitos sensibles de la toma de decisiones (SHCP, BM, SCT, SRE, SE, Secofi), la militarización de la vida y el territorio nacional, el trasteo sin concierto de la base priísta por ahora confinada al papel de dócil soporte de los designios superiores y tras la codicia de los grupos de presión, sobre todo los financieros, de dentro y fuera del país. Los cambios recientes del gabinete llevados a cabo por el doctor Zedillo así lo muestran. Cayeron algunos de sus subordinados y se enlistaron otros más o menos similares. En la SHCP, para una forzada continuación de eso que han llamado el camino correcto y la asombrosa recuperación. Camino que proseguirá con el castigo impuesto a la población por los desmanes de sus elites y el espejismo de un bienestar siempre reducido a unos cuantos.
Los reacomodos en la Secretaría de Gobernación implican consecuencias todavía más onerosas para la República. En primer lugar porque no obedecieron a los impulsos de renovación, sino al agotamiento de perfiles específicos que han sido repuestos por sus semejantes. Segundo, porque con el paso de los días, el discurso ensayado y el significado de los nombramientos habidos, se pone al descubierto la ausencia de una estrategia de reemplazo, de raigambre política y que desplace el pronto plazo y la cortedad de vista ensayada. El armazón de la Secretaría de Gobernación es una superposición inorgánica de tiempos, concepciones y modos que lanzan señales equívocas y de muy precarios alcances. No hay, por donde se le busque, la menor consistencia entre ellos mismos y tampoco las calidades suficientes para responder a los retos que les aguardan. Transparentan, eso sí, la clara intención de atrincherarse para una sucesión en puerta y que el mismo doctor Zedillo y su gabinete parece haber perdido al interior de la coalición gobernante. Alguien quiere dar la impresión de que las personas y fuerzas que ya mueven al PRI desde sus mandos medios, tienen enfrente una opción distinta. Pero el trabuco presentado es llanero, superficial, equívoco y anquilosado. Labastida reafirma sospechas de su medianía y falta de visión abarcante para dar respuesta a los colores que matizan la actualidad o, al menos, a las fracciones de priístas que pueden, todavía, rescatar el golpeado y deambulante partido que los agrupa y que también era de masas.