Carlos Montemayor
El subcomandante y el secretario
En los pocos días que lleva de encabezar la Secretaría de Gobernación, el licenciado Francisco Labastida Ochoa se ha referido reiteradamente al subcomandante Marcos como Sebastián Guillén. Entre otras cosas, lo exhorta a que contribuya con su esfuerzo al logro de la paz y a que se presente ya con ese nombre, porque, argumenta, el subcomandante Marcos es realmente Sebastián Guillén. No. Lamentablemente el secretario de Gobernación está equivocado.
Sebastián Guillén no es realmente el subcomandante Marcos. Si el secretario de Gobernación, si Seguridad Nacional, si la Secretaría de la Defensa o la Presidencia de la República siguen sin entenderlo, será difícil reanudar las negociaciones de paz. Para que lo entiendan, necesitan reconocer una realidad política que se empeñan en negar. Esa realidad se llama Ejército Zapatista de Liberación Nacional; se llama bases sociales zapatistas en las Cañadas, el norte y los Altos de Chiapas; se llama verdad social y verdad histórica de la cultura y los derechos indígenas. De esta realidad política se derivan otras facetas no menos conflictivas para el entendimiento oficial: Cocopa, Conai y Ley para el Diálogo, la Conciliación y la Paz Digna en Chiapas, que exigen reconocer los conflictos agrarios, indígenas y sociales de Chiapas como algo más que la aparición de una pandilla de delincuentes.
Sin aceptar la realidad política de estas diversas facetas, el gobierno federal será incapaz de entender que el subcomandante Marcos es algo abismalmente distinto al deseo policiaco hasta ahora constreñido en la ficha descriptiva de Sebastián Guillén. El secretario de Gobernación sabe que no le interesa al país que él actúe a título personal como Francisco Labastida Ochoa (o como se llame: Emilio Chuayffet, Esteban Moctezuma), sino como secretario de Gobernación. No nos importa a los mexicanos que hable o actúe a título personal, sino a título institucional. Y si el secretario de Gobernación se empeña en confundir a Sebastián Guillén con el subcomandante Marcos, corre el riesgo de seguir confundiendo al EZLN con un puñado de delincuentes y a las bandas de asesinos paramilitares con las fuerzas del orden.
Tiene que aceptar realidades políticas que el gobierno federal y el ejército mexicano se han dispuesto a negar. Hay un EZLN más poderoso que su capacidad de fuego y que sus bases sociales porque habla y exige desde una verdad social e histórica que debemos oír de una vez por todas, ciudadanos y gobierno. Hay un Comité Clandestino Indígena Revolucionario y una Comandancia General que refuerzan la realidad colectiva del EZLN. La reanudación del diálogo, las negociaciones posibles, el camino andado y desandado, sólo pueden partir de esto. A partir de esa realidad necesitamos que el subcomandante Marcos se comprometa con la paz. Por esa realidad necesitamos que el secretario de Gobernación también acepte ese compromiso.
Lamento tener que decir aquí, cuatro años después del 1¼ de enero de 1994, que el secretario de Gobernación (llámese como se llame fuera de sus funciones institucionales) tendrá que exhortar al subcomandante Marcos (llámese como se llame en la ficha policiaca que el ejército mexicano se empeñe en identificar con él) a participar en un nuevo esfuerzo por la paz. Quizás Sebastián Guillén y Francisco Labastida Ochoa tengan destinos dispares y no se encuentren jamás en Tampico ni en Mazatlán compartiendo una mesa. Pero el secretario de Gobernación y el subcomandante Marcos tienen un destino común aquí y ahora: esforzarse a profundidad por lograr una paz digna y justa.