Dos leyendas degradadas
Antes de entrar al tema de esta nota, querría insistir en la conservación de la memoria de hechos no tan distantes en el tiempo. Las acusaciones que un general hizo al obispo Samuel Ruiz porque, entre objetos supuestamente del EZLN, se encontró un documento tan comprometedor (ya subrayado por Adolfo Gilly en uno de sus espléndidos artículos) como El evangelio según San Marcos, nos trae a la memoria el apresamiento con gran lujo de fuerza, durante el movimiento del 68, de José Solé, en ese momento director de la Escuela de Arte Teatral del INBA; sus acusadores mostraron como pruebas de sus simpatías comunistas volúmenes de teatro de ``los rusos'' Chejov y Gorki. Estupidez y malicia para implicar a quien sea permanecen iguales a través de los años.
Pero vayamos al tema. Dos notas aparecidas en La Jornada muestran la degradación de dos leyendas, muy distantes pero muy parecidas. Así estuvieran mal estructuradas las acusaciones del Ministerio Público contra el llamado Chucky y su banda de asaltantes y asesinos en taxi, la increíble ``metáfora'' de la juez María Claudia Campuzano para decretar su libertad inmediata, comparando al jefe de la banda con un nuevo Robin Hood ``que roba y reparte lo que roba sin ganancia alguna'' mueve más a indignación que a risa. Muy aparte del daño infligido a nuestra ``justicia'', hay que recordar que Robin Hood no era un simple bandido que robaba para repartirse el botín con sus compinches, porque entonces su leyenda no se hubiera mantenido viva desde 1066.
Las brutales condiciones que Guillermo el Conquistador, duque de Normandía, impuso a los anglosajones en la invadida Inglaterra y el sojuzgamiento que los primitivos habitantes de la isla tuvieron a manos de los conquistadores normandos, dio lugar a varias rebeliones, siempre ahogadas en sangre. Desde entonces nace la popular leyenda de Robin Hood y su alegre banda de los bosques de Sherwood, que justicieramente robaba a los ricos (siempre normandos) para entregar el botín a los pobres (siempre anglosajones).
De las muchas versiones de la leyenda, subsiste la que dio lugar a un, para mí, inolvidable filme con Errol Flyn encarnando a Robin; la ingenuidad del cine de la época presentaba a Ricardo Corazón de León como un normando ``bueno'' que ayudó a los oprimidos. Muchos años después, en Robin y Marian, la dolorosa película de Richard Lester, Robin Hood ha acompañado al rey Ricardo en sus cruzadas y asistido, con gran desengaño, a las matanzas de sarracenos, rompe con el monarca y regresa a Sherwood para intentar revivir sus tiempos de gloria. De cualquier modo, Robin Hood es una figura que actúa por motivos políticos ante la opresión y la barbarie.
Una figura semejante, pero esta vez en la Sinaloa de finales del siglo XIX, es la del ``santo del pueblo'', Jesús Malverde, de quien muchos supimos gracias a El jinete de la divina providencia, de Oscar Liera. Así, Liera confirma el carácter justiciero de Malverde (de quien se desconoce el verdadero nombre, pues su apodo le viene de que se cubría con hojas de los matorrales para pasar desapercibido a las fuerzas del orden), quien roba a los ricos opresores y corruptos para dar monedas de oro a los pobres y oprimidos. La leyenda cuenta que, objeto de una traición, Malverde fue muerto y su cadáver expuesto a la depredación del tiempo y de los animales salvajes; no podía ser enterrado so pena de muerte. Poco a poco, la gente del pueblo fue cubriéndolo de piedras a cambio de lo cual le pedía un milagro.
La tumba de Malverde pronto fue un túmulo de piedras, que la gente cambiaba por otra al pedir un milagro. Cuando las autoridades de Culiacán decidieron hacer el palacio de gobierno justo encima de la tumba del santo del pueblo, cuenta la gente, el espíritu de Malverde se hizo presente de varias maneras y sólo se sosegó cuando se le hizo una curiosa capillita. Allí se pueden ver las ofrendas que la gente le hace para agradecer cualquier ``milagro'': una sanación, un parto feliz, un matrimonio llevado a cabo, la buena pesca camaronera. Los ex votos van desde frascos con gigantescos camarones en formol, una peinetita de niña, hasta, fotos y más fotos de personas o de familias enteras. Resulta algo tan conmovedor como cualquier otra creencias popular y por ello es muy injusto que ahora se le conozca como el patrono de los narcos. Estos, que corrompen todo cuanto tocan --incluso personeros de gobiernos o de ejércitos-- han terminado por degradar no sólo una ingenua fe, por extraña que pueda parecer, sino a la leyenda misma de quien fue un justiciero.