Rodolfo F. Peña
Parecerse a Santa Anna
No debemos ocultar, junto con la más grande indignación por los numerosos crímenes cometidos en Chiapas y por los que con toda probabilidad seguirán cometiéndose al amparo de una impunidad que persiste por debajo del palabrerío vacuo de quienes debieran callarse un poco y dejar hablar a los hechos, nuestra alarma ante la ceguera de las autoridades estatales y federales que no parecen entender, o no les importan, las causas reales del conflicto, su dimensión y profundidad, y la índole y urgencia de las medidas que deben adoptarse. Se diría que hay una causa escondida, secreta, que obliga a mantener un estado de guerra vergonzante a sabiendas de que se está atropellando el orden social y el régimen de derecho.
¿Cuál podría ser esa causa? Hay indicios de que en las altas esferas del poder público federal suena con frecuencia el nombre de Santa Anna, el personaje histórico que en la primera mitad del siglo pasado alcanzó acuerdos indignos con Estados Unidos, mediante los cuales el país perdió su soberanía sobre una buena parte de su territorio. Se menciona a Santa Anna, hay que decirlo, con el temor de que la evolución del conflicto chiapaneco conduzca a una similitud con la conducta del dictador decimonónico. ¿Está en peligro la integridad territorial mexicana? ¿Podría Chiapas ser separada de la nación, simular su independencia o acabar anexada a otro Estado, con lo que perderíamos inmensos recursos del suelo y del subsuelo, algunos de ellos bélicamente estratégicos? ¿Quién o quiénes harían tal cosa?
Aun si por un momento tomamos en serio semejante hipótesis, la estrategia más eficaz para parecerse a Santa Anna en lo relativo a Chiapas sería precisamente la que está aplicándose: ruptura del orden social y legal por parte del Ejército, las bandas paramilitares y las fuerzas policiacas, y expulsión de los indígenas de sus comunidades. Sólo faltaría acabar con el EZLN y el subcomandante Marcos, que no quieren, nunca más, ``un México sin nosotros'', y así las fuerzas de la nueva conquista se instalarían cómodamente. Por lo demás, habría que ver si los últimos gobiernos no han cedido más que Santa Anna con una política económica neoliberal que ha hundido en la miseria, y en cuanto ésta representa, a millones de mexicanos de todas las entidades federativas.
No es extraño que haya fuerzas voraces interesadas en apropiarse de Chiapas o de otras porciones del territorio mexicano. Pero la defensa de la soberanía y la integridad territorial no se emprende ocultando la amenaza externa, de donde quiera que proviniere, desprestigiando al Ejército regular, armando o tolerando a hordas paramilitares, asesinando indígenas y desorganizando la vida interior de una de las entidades que componen el Estado federal.
En el supuesto de esa amenaza, que entre paréntesis no podría venir sino de los grandes intereses económicos y financieros con los que dócilmente nos hemos asociado, la mejor forma de enfrentarla consistiría en denunciarla con ese valor del que careció Santa Anna en los momentos decisivos, convocar a la nación a defender la soberanía que en ella radica esencial y originariamente y de la que son parte integrante los indígenas, y resolver sin demora el conflicto chiapaneco, que ya parece alimentado deliberadamente.
Así que con amenaza externa o sin ella, la estrategia aplicada en Chiapas debe sufrir un vuelco de l80 grados (por así decirlo), a menos que el asunto haya escapado de las manos de quienes debían manejarlo, en cuyo caso no quedaría más que esperar que el conflicto cobre, en su forma más dolorosa y directa, la dimensión nacional que en muchos sentidos ya tiene. Es hora de que las autoridades federales, que están manejando el conflicto íntegramente ante la inexistencia real de autoridades estatales, decidan el retiro del Ejército a sus cuarteles, el desmantelamiento de los escuadrones paramilitares, la modificación al articulado constitucional para recoger el acuerdo de Larráinzar y la continuación de las pláticas con el EZLN para negociar los puntos restantes de la agenda y alcanzar al fin la paz. Con menos no nos conformamos, y esto, entre otras cosas, porque ningún mexicano bien nacido quiere la reencarnación de Santa Anna.