Jaime Martínez Veloz
Paz, justicia y dignidad
¿Cuál es la imagen que mejor representa el momento actual de México? ¿Será la de un grupo de mujeres indígenas, la mirada desafiante y el gesto firme, formadas frente a unos soldados armados que sin embargo en su mayoría no las miran a los ojos?
Hay una segunda opción: la de la plaza de la Constitución casi llena por un río de gente unida en un punto común: que se haga la paz con justicia y dignidad en Chiapas.
Propongamos una tercera opción: la de policías disparando contra un grupo de personas que les había manifestado su repudio a pedradas. Balas contra piedras, y el saldo trágico de una mujer muerta y dos heridos. Detrás de esto, la reiteración de lo que se ha dicho hasta el cansancio: gran parte de los cuerpos de seguridad estatales están degradados en su función por servir a intereses diferentes al del servicio público. Lo de Ocosingo sucedió no como un hecho casual, sino porque los policías han sido entrenados para hacer lo que hicieron.
Hoy, a diferencia de otras épocas, la prensa presenta crudamente las escenas de la injusticia que se perpetra a diario contra la población más pobre, y de la torpeza con la que se pretende contestar lo incontestable. En los agravios documentados quedan implícitos todos los demás agravios que han quedado impunes, todos los demás agravios que han sido silenciados.
La sombra de la duda, la desconfianza cuando no la abierta incredulidad, están tocando a cada una de las acciones gubernamentales encaminadas a resolver el conflicto en Chiapas y los demás procesos que amenazan, se quiera o no, la estabilidad de la República. Es, desgraciadamente, un hecho que a cada declaración o propuesta por parte del gobierno federal lo acompaña si no el vacío cuando menos la sensación de que es insuficiente, de que ha sido tomada a destiempo, a veces con un retraso inexplicable.
Esta no es una buena noticia. Independientemente de la militancia partidista o la simpatía política que se tenga, la insuficiencia gubernamental, la carencia de puentes entre las partes, el desgaste de las instancias de intermediación no sólo no beneficia a ningún bando, sino que tiende a agravar el conflicto que hoy se vive en Chiapas. Este clima negativo amenaza también con extenderse a otros problemas.
Hay que tomar la iniciativa política, es decir, dejar que ésta tome el lugar de los asesinatos, las amenazas, los errores, las excusas, pero también de las acusaciones y de los anuncios, provengan de donde provengan, de que no hay solución en Chiapas. Mientras los cambios (que ya eran necesarios) de personajes no se acompañen también de una modificación en la inercia del clima de enfrentamiento y muerte, se tenderá de nuevo a un punto muerto, pero en condiciones más adversas para todos.
Para evitar el agravamiento de la situación en Chiapas, la iniciativa política tiene que desechar cualquier acto que pueda ser interpretado como provocación. Es indispensable concretar medidas que hagan posible el alejamiento del fantasma de la guerra y la muerte.
En este sentido, destacan cuatro eventos en el corto plazo que podrían dejar sentada la voluntad de resolver el conflicto por medios pacíficos: el retiro del Ejército de las comunidades identificadas como zapatistas; el envío de la propuesta de la Cocopa en materia de derechos y cultura de los pueblos indígenas, hecha con base en los Acuerdos de San Andrés; el castigo a los responsables materiales e intelectuales, por omisión o acción deliberada, de los asesinatos de Acteal y Ocosingo; y proceder al desarme de los grupos paramilitares.
Sobre esta base se podría consolidar un mejor escenario que posibilitara el reinicio del diálogo entre el gobierno federal y el EZLN y, en paralelo, el llegar a acuerdos para alcanzar la gobernabilidad democrática en la entidad.
Un buen aliciente para animar la voluntad gubernamental es recordar que existe un gran sector de mexicanos que estamos por la paz con dignidad y que hemos dejado patente nuestra voluntad de empujar en ese sentido. A este gran sector, agrupado en un enorme número de organizaciones partidarias, ciudadanas, privadas o que simplemente expresan su voz ciudadana, puede ser que nos separe el diagnóstico de lo que sucede, pero nos une en la acción el deseo de abrir el camino del diálogo para encontrar la vía de la paz con justicia y dignidad.
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