El enigma de la dignidad
Una palabra, dignidad, cargada de poesía, de enorme incisividad a la par que intensamente plástica va develando la terrible realidad íntima de los indígenas chiapanecos y de toda la República. La situación límite los ha hecho aflorar al ser desplazados de sus lugares y reducidos a la condición de masa informe con connotaciones cercanas a la degradación. El destierro como descuajamiento de un árbol de sus raíces de vida que es su escritura interna, sin tiempos ni espacios.
El cuadro chiapaneco al que se suceden otras escenas aparece como un pecado de tragedia, de horror, de sangre y de incomprensible crueldad, como la revelación de ese misterio del mundo que es la irredimible fatalidad del mal.
Esa fatalidad que lleva a los chiapanecos indígenas a ser explotados desde siempre y calmados después con dosis de alcohol corriente. Mientras, sus explotadores se enriquecen gracias a su trabajo y si protestan dignamente les aplican dosis de pánico para doblegarlos aún más. Una nueva ampliación de la vida de lado de la tristeza y la culpa.
Corre un escalofrío de muerte al pensar en las víctimas de Acteal y Ocosingo. Se le siente en mucha leguas a la redonda escondida en las sombras de la noche en la selva. A los indígenas no les queda ya más que apresurarse a morir. Los siglos los empujan a la muerte.
En un mundo contradictorio el lenguaje oficial sustituye el lenguaje tojolabal. Difícil se ve que esos dos hilos se entretejan. El lenguaje tojolabal prescinde del ``yo'' y el ``tú'' y se conduce en el nosotros.
Sobre dicho esquema dual se van alejando los lenguajes en ondas expansivas: apariencia/ realidad; el campo como lugar sin límites/ la ciudad electrónica fija/ humildad/ sadismo; vida/ muerte, tiempo interno/ tiempo cronológico. Pero, la sustancia ideológica también está presente. El campo de los indígenas no oculta su exaltación en la medida que han cobrado conciencia de clase grupal. Oposiciones duales, culturas y lenguajes que tienen puntos equidistantes: un indígena ayer dormido y hoy despierto. Un canto que lo trasciende y habla de dignidad.
Dignidad que hace crepitar las entrañas indígenas ante la injusta y brutal profanación de un ritmo natural de vida, indefenso en su espontaneidad. Dignidad indígena que surge de la esperanza de la cual brotará vida frente a tanta muerte. En última instancia, el hombre no consigue nunca apresar algo distinto de aquello que con anhelo es buscado.
Los indígenas en su lenguaje interno cantan en las sombras que aún palpitan sobre las palmeras, en las que se esconde la muerte, entre ayes mutilados. Lenguaje inentendible para el discurso oficial cifrado en la voz e incapaz de tratar de entender, ya no traducir, la escritura interna tzotzil, tzeltal o tojolabal que es grupal, no individual y recrea un espacio hijo de la selva.