Carlos Fuentes
Cien años de Orfila Reynal
Hace 40 años publiqué, en la colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica, mi primera novela, La región más transparente. El libro provocó reacciones muy opuestas. La elogiaron Salvador Novo, José Alvarado y Luis Cardoza y Aragón. La trataron mal, entre otros, el crítico de la revista Tiempo de Martín Luis Guzmán, y, sorpresivamente, Raúl Roa, a la sazón en el exilio antibatistiano, en Cuadernos Americanos. Las razones de Roa resultan hoy llamativas. Mi libro, dijo, al criticar a la revolución mexicana, dañaba la voluntad antiimperialista en América Latina, donde México era, entonces, el faro revolucionario. Pero la crítica que más me tocó fue la de mi amigo, maestro y muy admirado don Alfonso Reyes. A sus ojos, mi novela era todo lo que una novela no debería ser. Un engendro.
A lo largo de todo este proceso, mi apoyo fue siempre don Arnaldo Orfila Reynal, a la sazón director general del FCE. En contra de opiniones dentro de la propia editorial, fue él quien decidió publicar a un escritor desconocido y muy joven: tenía yo 27 años cuando entregué el manuscrito. Orfila le dio su lugar, su difusión y su calor a mi primera novela y a las que le siguieron. Entre la revolución cubana y la revolución del mayo parisino, Orfila y su mujer, la admirable Laurette Séjourné, fueron el puerto seguro de muchos ideales, preocupaciones y desengaños de nuestra juventud.
Se iniciaba la lenta y desesperada descomposición del sistema PRI-Gobierno, y aunque Orfila y Laurette eran escrupulosos en su actitud de respeto hacia la hospitalidad que México les brindaba como extranjeros, el FCE contribuía a difundir ideas nuevas y a mantener una política editorial independiente, como corresponde a una corporación pública, de Estado que no de gobierno, deudora, por su naturaleza misma, de la sociedad civil, es decir, de sus lectores. Orfila honró, de esta manera, a los dos grandes nombres asociados a la creación del Fondo, Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas.
Sin embargo, durante la presidencia del siniestro Gustavo Díaz Ordaz, nada ni nadie estaba a salvo del capricho autoritario. Orfila había pubicado, a principios de los 60, el libro del sociólogo norteamericano C. Wright Mills, Escucha Yanqui, cuyas advertencias, de haber sido escuchadas, le hubiesen ahorrado muchos dolores de cabeza a Cuba, a México, pero sobre todo a Estados Unidos. El gobierno de Adolfo López Mateos, que maquiavélicamente aprovechaba el foco de tensiones en Cuba para restarle presiones norteamericanas a México, respetó la gestión de Orfila.
No así Díaz Ordaz. La publicación por el Fondo, en 1967, del libro de Oscar Lewis, Los hijos de Sánchez, le costó a Orfila el puesto que había desempeñado, con honradez cabal en todos los órdenes, durante 20 años. El libro del antropólogo Lewis había sido publicado con éxito en varias lenguas y a nadie, en ninguna parte, se le había ocurrido que ``denigraba'' a México. Lewis, quien ya había publicado un admirable estudio sobre Tepoztlán y la cultura del campo, continuaba ahora su investigación sobre la cultura de la pobreza en una gran ciudad. México, pero también Nueva York o Londres o Jakarta o El Cairo o Bombay.
Que las características particulares de la miseria en cualquiera de estas grandes urbes constituye hoy un fenómeno mundial, ya nadie lo pone en duda. Lewis al escribirlo y Orfila al publicarlo, anunciaban en Los hijos de Sánchez la crisis generalizada de las civilizaciones urbanas. Díaz Ordaz decidió tomarlo como un insulto a México y con ese pretexto despidió al ``extranjero'' Orfila, cuya nacionalidad argentina lo hacía tan latinoamericano como cualquier mexicano y tan mexicano como cualquiera de nosotros, sus autores y lectores en permanente deuda con él.
La reacción al cese diazordacista de Orfila fue inmediata y constituye una de las páginas más hermosas de la vida cultural mexicana. Todos los amigos (y deudores) de Orfila abandonamos el Fondo de Cultura Económica. Elena Poniatowska tomó la iniciativa de crear una nueva editorial y prestó para ello su propia casa como oficina. Así nació Siglo XXI. Orfila pudo continuar su extraordinaria tarea editorial y sus amigos encontramos un nuevo hogar para nuestros libros. Allí pude publicar Zona sagrada, cuya filmación fue prohibida por Díaz Ordaz el día mismo en que se iniciaba el rodaje.
Y allí apareció Posdata, el pequeño pero extraordinario libro de Octavio Paz publicado como secuela a El laberinto de la soledad pero, en sí mismo, el mejor análisis de la tragedia de Tlatelolco, una de esas matanzas al parecer rituales que manchan los calendarios mexicanos y que acaba de repetirse en la brutal masacre de Acteal, en Chiapas. El gesto de Orfila al publicar Posdata fue en extremo valiente, dado el ánimo de Díaz Ordaz contra Octavio Paz porque el poeta había renunciado a la embajada de México en la India como protesta contra la represión. Paz se encontraba fuera de México, demonizado por el gobierno pero defendido por sus leales amigos y, desde luego, por su leal editor, Orfila.
Este no sólo vivió un siglo. Lo llenó. Lo llenó de valentía editorial, de coraje político, de calor humano. No olvidaré nunca la reacción de un sociólogo norteamericano desaliñado, un poco bárbaro y sumamente intuitivo, Irwing Louis Horowitz. Cuando lo presenté con Orfila en las oficinas del FCE, Horowitz se le fue encima con un abrazo de oso, diciéndole: ``Usted es un hombre bueno y eso es ser un gran hombre''.
Descanse nuestro amigo y editor.