La perspectiva de género y el DIF
Me entusiasmó trabajar en el manual del DIF porque esta institución impulsa una reflexión amplia sobre las familias, que recoge la diversidad y complejidad de relaciones que se expresan en nuestra sociedad. Todos sabemos que la familia es un ámbito donde las experiencias son fundantes. Infancia es destino, decía Santiago Ramírez siguiendo a Freud. El escenario cotidiano de la familia es el ámbito de aprendizaje de lo social: fuera de la familia repetimos lo que aprendemos dentro de ella. El afecto y el respeto, o la carencia de ellos, rebasan la dimensión familiar y tienen una proyección social; por eso la familia, metáfora de la sociedad, opera como reproductora de relaciones sociales.
Es imprescindible reconocer que la familia también es un lugar social de gran injusticia, que transmite distintos sometimientos a través de mecanismos de obediencia, dependencia económica, servicio y abnegación. La actual familia mexicana está tironeada entre la tradición patriarcal y las nuevas aspiraciones democráticas. Ciudadanos que expresan anhelos antiautoritarios en sus ámbitos laborales o políticos, llegan a sus casas y gritan: ¡aquí mando yo! De ahí la importancia de la reivindicación de las feministas chilenas: Democracia en el país y en la casa.
Si comprendemos a las familias como formas de convivencia, y a la crianza infantil como una etapa de la socialización, podremos interpretar a la familia no sólo como crisol de la identidad personal sino como forjadora de la identidad ciudadana. Por eso es importante reivindicar la condición de la familia como matriz, pero no sólo para la adquisición de la conciencia moral, como plantea el discurso religioso tradicional, sino también para la constitución de un sujeto comprometido, relacional, dotado de capacidad de diálogo y de negociación.
Al reconocer que la convivencia ciudadana también está determinada por la convivencia familiar, las desigualdades brutales entre mujeres y hombres cobran otra dimensión. ¿Cuánto de lo que nos espanta de las relaciones sociales entre los sexos --desigualdad política, discriminación laboral, violencia sexual-- no está ya presente en la familia: toma unilateral de decisiones, repartición inequitativa del trabajo doméstico y la crianza infantil, violencia intrafamiliar?
Si el carácter troquelador de la familia determina la formación de los ciudadanos en la transmisión de los principios democráticos, en el desarrollo de las virtudes cívicas y en la adquisición de las habilidades básicas de participación, es evidente que se requiere una intervención social para establecer un ambiente familiar más equitativo en las familias.
Pero igual que la sociedad no se cambia por decreto, las familias tampoco se transforman sólo por leyes. Sociedad y familia se constituyen con los significados y valores de quienes viven en ellas, y sólo cambian mediante la transformación de esos significados y valores. Hay que formular modos de razonamiento y estrategias de acción para que la sociedad y sus familias se reconozcan y decidan cambiar hacia comportamientos colectivos más libres y solidarios, más democráticos y modernos. De ahí la importancia de modificar enquistados papeles (roles) sexuales, para así generar un ``clima afectivo'' igualitario y no sexista (o sea, sin discriminación en función del sexo al cual se pertenece).
Por último, pero no por ello menos importante, es de congratularnos que también la familia, instancia por excelencia de mediación entre la sociedad y la persona, sea afectada por el proceso de democratización. En la medida en que el discurso y las prácticas democráticas se filtran en la vida cotidiana, su impacto rebasa el nivel de las instituciones políticas e invade las vidas personales. Así, al ubicar el compromiso con los demás en el centro de sus aspiraciones, las familias empiezan a protagonizar el cambio democrático. Tenemos, pues, que la democratización de la sociedad avanza si las personas adquieren, desde la infancia, la capacidad de convivir con otras personas, de respetar las diferencias y de construir proyectos comunes.
El DIF ha elegido enfrentar la desigualdad entre mujeres y hombres, desigualdad ancestral, pensada por grandes sectores de la población como ``natural''. Por ello trabaja con la aspiración de construir un piso común de expectativas respecto a ciertos valores solidarios, a la formación de una conciencia cívica y a la construcción de equidad. Este manual pretende contribuir en esa dirección. Por lo pronto, yo valoro la voluntad política democrática que enfrentó la necesidad de formación en esta perspectiva de género y deseo que el manual logre su cometido.
Los expertos dicen que las etnias forman parte de las llamadas ``pluralidades internas'' de nuestros sistemas, y que suelen ser algo más complejo aún que las cuestiones de género. Sin duda es otra cultura, es una cosmovisión tan respetable como otras, incluso la nuestra.
Una no deja de preguntarse, sin embargo, si en estas culturas, en estas sociedades aparentemente más igualitarias, las mujeres siguen ocupando, también, una posición subordinada, que en este caso contrasta con el papel que ellas mismas están jugando en los procesos sociales, en tanto agentes tan importantes o más que los varones, expuestas a muchos riesgos y contingencias. Dígalo, si no, ese testimonio llamado Acteal.
Entre nuestros propósitos y estas realidades puede mediar un abismo. Si en algún lugar los conceptos de desigualdad, iniquidad e injusticia se acercan a negar una calidad humana a la vida, es en estas situaciones. Quisiera por ello dejarles planteada esta última reflexión, como una interrogante para la cual --desgraciadamente-- yo no tengo respuesta.