Sinrazón de la guerra
Visualizar la unidad como resultado del conflicto fue uno de los descubrimientos de la filosofía clásica alemana. Pero cuando Hegel desarrolló esta idea inspirado en la guerra de Troya entendió muy mal a Homero y creyó, de un modo germánicamente correcto, que los pueblos alcanzaban la cohesión política haciéndose pedazos unos a otros. Es decir que la guerra responde a una causa nacional identificada con la nación. Con lo que para consolidar la defensa de la patria había que identificar guerra y nación.
A partir de este razonamiento, la guerra quedó ``científicamente'' fundamentada. Un contemporáneo de Hegel, el general prusiano Karl von Clausewitz, escribió un libro secamente titulado De la guerra y acuñó una frase perdurable: ``la guerra es la continuación de la política por otros medios''. O sea que la política no era el arte del entendimiento y de una racionalidad entre las partes enfrentadas, sino un pretexto para negar pactos, acuerdos y palabras destinadas al entendimiento. Más tarde, otro alemán (inevitable), Colmar Von der Goltz, escribió La nación en armas y todos los ejércitos siguieron a pie juntillas su propuesta: ``Las naciones que desean la paz deben prepararse para la guerra''.
Desde entonces, los guerreros y las armas fueron el eje político de la forma Estado-nación. O sea que ni la cultura, ni el lenguaje ni las artes, ni el pensamiento y ni siquiera la política podían estar por encima de la capacidad ofensiva y defensiva de la patria. Como fuere, lo que nunca aclararon Clausewitz y Von der Goltz es si los ``otros medios'' incluían las torturas, los asesinatos, las bombas atómicas, los campos de concentración, los bombardeos y las masacres de la población civil, los escuadrones de la muerte y la ``limpieza étnica'', a la que echaron mano algunos aventajados discípulos del siglo XX.
Teorizar sobre la guerra y la violencia es casi casi como caminar sobre una alfombra de huevos. Sin embargo, el acierto de este camino, a más de necesario, representa uno de los grandes hallazgos políticos de fin de siglo y del milenio. No digo ``filosófico'' porque el término se presta a la duda del claustro y el soliloquio. Y los filósofos por ejemplo (y los psicólogos y los antropólogos) ya nos han enriquecido con sólidos razonamientos sobre las causas profundas de la violencia y la guerra. Basta revisar, entre otros, los textos de Santiago Genovés o de Hannah Arendt para tener una percepción lúcida del tema.
Acaso por eso, nunca antes la humanidad informada y políticamente consciente ha tenido como hoy, una ocasión igual: la posibilidad efectiva y concreta de erradicar la violencia y la guerra. La movilización de esta conciencia en el mundo actual es posible. Y no tanto por las desgarradoras evidencias que al parecer tornarían inútil tal posibilidad cuanto por la sensación de que condenar la violencia en abstracto sería ponerle el signo igual a una ecuación infinita e irresoluble que soslaya el fondo de sus causas.
En los países relativamente civilizados, a los políticos corresponde, en su calidad de representantes, la última palabra sobre el asunto. En Estados Unidos, las movilizaciones contra la guerra de Vietnam y en Europa contra la guerra nuclear fueron exitosas y los políticos tuvieron que tomar cartas en el asunto. La razón es clara: si la violencia y la guerra es la manifestación del poder, la política, en tanto ejercicio del poder, puede impedirlas.