Para Rigoberta Menchú, hermana mayor de la lucha indígena del siglo XX
Rigo, en estos momentos que partes para Guate, cargando a tu pequeño hijo Tz'unun (Colibrí) que no tuvo la fortuna de ver la luz del día, siento un nudo en la garganta que me impide hablar; por eso he preferido escribirte estas líneas.
En tan sólo cinco años que tuve el privilegio de conocerte, escucharte y caminar juntos, aprendí muchas cosas que me ayudaron a ver el movimiento indígena en un horizonte social amplio. Con tus palabras convocaste y conmoviste a todos: niños y ancianos, hombres y mujeres, obreros y campesinos, indios y no indios, blancos y negros, en fin, tus mensajes trascendieron las barreras ideológicas y políticas para depositarse en el corazón de todo el mundo, sin importar el color o credo religioso.
Mi comunicación contigo fue breve pero intensa. Recuerdo, ahora, las lecturas de poesía que llevamos a cabo en el aula magna de la UNAM. Nunca antes te había escuchado: ahí nació nuestra amistad, nuestra relación fraterna y nuestro andar en pro del movimiento indígena de América y del mundo.
Después vino el viaje a Oslo para acompañarte a recibir el Premio Nobel de la Paz. A mi regreso, mi mujer y yo, leímos Yo soy Rigoberta Menchú: así me nació la conciencia; las páginas del libro quedaron bañadas con nuestras lágrimas al conocer el camino lleno de espinas por el que habías andado desde pequeña. Nuestra admiración por ti creció porque, a pesar del dolor, lograste la reconciliación interna: cambiaste el resentimiento por el amor a toda la humanidad.
Tiempo después vinieron las dos cumbres mundiales de pueblos indígenas y la iniciativa indígena por la paz en Chiapas que tú encabezaste. Ahí tuve la oportunidad de estar más cerca de ti para compartir tus ideales, tus sueños, tus esperanzas. Me brindaste la oportunidad de compartir tus amigos: Mirna, Aurora, Demetrio, Ted Moses y otros hermanos de diferentes partes del mundo que luchan por la dignidad y la justicia de sus pueblos.
Ahora me doy cuenta que te exigimos demasiado. Queríamos que estuvieras en todos lados, en cada reunión, en cada acto relacionado con nuestros pueblos. No nos pusimos a pensar que también eres humana como nosotros, como cualquier ser humano que se cansa, que se agota, que también necesita vivir.
Ahora que vuelves a tu natal Guatemala en donde te esperan muchos ``patojos'' con flores y cantos, nos quedará el recuerdo de tu ejemplo para seguir luchando. Nos quedan tus enseñanzas de que es con amor y no con resentimientos como podemos luchar para alcanzar la paz y la justicia de nuestros pueblos. Nos queda el ejemplo de que debemos prepararnos cotidianamente para responder a las exigencias del movimiento indígena contemporáneo de cara al siglo XXI.
No nos queda, entonces, más que enriquecer el camino que inauguraste, a nivel internacional, en 1992. Por eso no encontré mejor palabra para encabezar estas líneas que el de Ohtocani, sembradora de caminos. Hasta pronto hermana Rigoberta.
En esta ocasión me toca compartir el dolor que te embarga por la pérdida de tu segundo hijo. Yo sé que nadie más que tú siente el dolor de madre, pero todos sabemos de tu fortaleza interior para superar las adversidades de la vida.
Sin duda, con la ayuda de tu esposo Angel, y tu primer hijo, Mash Nahual'ha (Espíritu del agua) sabrás resanar las heridas que ahora tienes en el corazón.