La Jornada sábado 17 de enero de 1998

Carlos Monsiváis
Arnaldo Orfila ante la gratitud de los lectores/ II y última

Del chovinismo como guillotina

En 1965 el Fondo publica Los hijos de Sánchez, la investigación antropológica en donde Oscar Lewis continúa su acercamiento a las formas de vida (migraciones y obsesiones sexuales incluidas) que ya evaluó en Tepoztlán, a mexican village y en De la pobreza.

Para Lewis, los Sánchez son los mexicanos paradigmáticos, que se educan a sí mismos con tal de perseverar en la cultura de la pobreza. La tesis es discutible, pero los convencidos y los escépticos de la mexicanidad reciben con entusiasmo Los hijos de Sánchez.

Una excepción: el sector del chovinismo recalcitrante, alentado de diversas maneras por el nuevo Presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, y convencido de la perfección del país. Este es su mensaje: lo que hay aquí es magnífico por ser nuestro, aunque tal vez podía ser mejor, pero ningún extranjero tiene por qué decírnoslo.

Y en función de las virtudes (y los defectos, también celebrables por muy nuestros) la censura cinematográfica, por ejemplo, no admite en las filmaciones de extranjeros datos que, fuera de contexto (es decir, observados con perspectiva no nacional) resulten denigrantes; perros famélicos, niños descalzos, chozas, mujeres harapientas, mendigos.

``Los cazadores de la mirada denigratoria'' ubican de inmediato a Los hijos de Sánchez: ¡He aquí un libro de extranjero que se solaza en exhibir miserias y dolencias!

Según algunos, Los hijos de Sánchez es mero pretexto y lo que en verdad subleva al grupo de Díaz Ordaz es la condición de ``argentino subversivo'' de Orfila. Muy probablemente, pero la campaña es genuina, y es infalsificable por extremoso el atraso chovinista de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística y su presidente Luis Cataño Morlet. Para ellos Los hijos de Sánchez por su lenguaje ``obsceno'', su descripción impía de las costumbres de los pobres y su visión ``negativa'' del país, difama a México, y publicarlo es acto de lesa patria.

Se acusa por vía judicial a la editorial, al editor y a Oscar Lewis, y los periódicos controlados por el gobierno (en este momento todos) le conceden amplio espacio al vilipendio de Orfila. La demanda se desestima, pero la atmósfera persecutoria se acrecienta, y a los pocos meses se le exige la renuncia a Orfila. Este se niega y, en consecuencia, se le despide.

La respuesta es rápida y compacta. Fernando Benítez, muy especialmente, y Guillermo Haro, Carlos Fuentes, Enrique González Pedrero, Víctor Flores Olea, Francisco López Cámara, Elena Poniatowska, y los redactores de La cultura en México, entre otros muchos, le organizan un desagravio a Orfila.

Lo que ocurre es inusitado: un desafío frontal al empecinamiento del régimen y el violento recelo antintelectual de Díaz Ordaz. En el acto, que recuerdo entusiasta y emotivo, Benítez propone crear una nueva editorial.

Y de nuevo es amplia la solidaridad con Orfila y, muy fundamentalmente, con la libertad de expresión.

Hay que demostrarle al gobierno que no es el dueño de todo el espacio, y que ya no se admiten, así como así los caprichos autoritarios.

Elena Poniatowska presta su casa y surge la editorial Siglo XXI, y quienes adquieren las acciones son escritores, economistas, sociólogos, politólogos, pintores, funcionarios de segundo nivel.

El impulso, que hoy llamaríamos de la sociedad civil, es el primer intento en mucho tiempo de darle vida orgánica a la comunidad intelectual, hasta ese momento un conglomerado de prestigios, honores y apoyos incondicionales al régimen.

Otro resultado importante del apoyo a Orfila: liquidar o volver ridículas las pretensiones chovinistas en la vida cultural, tan presentes cuando la llegada del exilio español, y tan caracterizadas en la derecha por la xenofobia, el antisemitismo y la homofobia.

Mantener el horizonte utópico

El argentino Orfila de las embestidas de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, pasa a ser simplemente Arnaldo Orfila, el gran editor que en Siglo XXI promueve algunas de las tendencias más notorias en un periodo marcado por la Revolución cubana, el nuevo pensamiento latinoamericano, el boom de la narrativa, el pasmo ante la ``teoría de la dependencia'', el auge y el fracaso trágico de la guerrilla continental, la emergencia de la Teología de la Liberación, los nuevos métodos de enseñanza comunitaria, las revisiones del marxismo (casi todas tan dogmáticas como aquellas que rechazaban).

Una excepción notable: Posdata de Octavio Paz, publicada en 1970, de importancia extraordinaria en un momento marcado por el macartismo priísta, ansioso de borrar de la memoria histórica la matanza de Tlatelolco.

Siglo XXI publica a Pablo González Casanova, Paulo Freire, Poulantzas, Lacan, los revolucionarios centroamericanos, los clásicos del marxismo, la sociología argentina... Orfila, partidario de los movimientos revolucionarios, difunde las visiones y versiones críticas, ortodoxas y heterodoxas, que tanto influirán en los jóvenes de América Latina.

Durante una década, los grupos y partidos de izquierda, las comunidades eclesiales de base, los estudiantes de ciencias sociales, los nacionalistas revolucionarios, los descontentos con las situaciones de miseria y explotación, acuden al acervo de Siglo XXI para informarse, crearse un horizonte de expectativas revolucionarias, definir y redefinir el sentido de su acción.

De la segunda mitad de los años sesenta a finales de la década siguiente, el catálogo de Siglo XXI es indispensable, por ejemplo y en México, en los colegios de Ciencias y Humanidades, la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, la Escuela Nacional de Economía, la Facultad de Filosofía y Letras, el movimiento de Cristianos por el Socialismo, la pedagogía radical, etcétera.

En Siglo XXI Orfila carece del espacio natural que tuvo en el Fondo, empresa del Estado. Sin embargo, su actitud no varía, ayudado por el equipo en donde figuran Martí Soler, Concepción Zea, Juan Almela, Eugenia Huerta.

El rigor es el mismo, persiste la combinación de líneas editoriales, aunque aquí visible y no tan afortunadamente, pesan más el marxismo y esa fe en el cambio revolucionario que en los años setenta, entre golpes militares y guerras cruentas, todavía se mantiene en el horizonte utópico.

Actor y testigo de la vida cultural

Arnaldo Orfila no cree en el socialismo de los países del Este, pero sí confía en los gobiernos de Cuba y de la Nicaragua sandinista, y en las revisiones del marxismo de Althusser y sus discípulos.

No en balde el best-seller por antonomasia de Siglo XXI es el manual (Las categorías del materialismo dialéctico) de Martha Harnecker, que define en cierta medida la primera y muy elemental visión del mundo y el desplome ortodoxo de una generación latinoamericana, que suele pasar de la fe en el catecismo dialéctico al desencanto.

A don Arnaldo ya no le toca asistir al derrumbe editorial de toda una línea de pensamiento. Se jubila y la empresa queda en manos de Jaime Labastida.

Pero a lo largo de su medio siglo como editor, Orfila es actor y testigo de primer orden de la vida cultural, tan determinada por el libro, tan sobredeterminada por la escasez del libro.

A él, editor incansable, mucho se le debe en América Latina. Como pocos, creyó en la inteligencia del lector, y el tiempo le ha dado, y con creces, la razón.

El 13 de enero de 1998, Arnaldo Orfila Reynal muere en la ciudad de México.