En grato recuerdo de Alberto Isaac. Y, por supuesto, con un beso para Juli.
Breve viaje a Tijuana, siempre tan grata para mí, por un motivo profesional. Al bajar del avión, en el largo pasillo hacia los equipajes, dos reporteros me abordan sin mayores presentaciones. ¿Qué opina de la situación del sindicalismo? ¿Qué nos puede decir a propósito del asunto de Ham Young?
Fue una charla mínima que, metros adelante, en el momento de recoger mi razonable equipaje (acompañado de una horrible caja de cartón en la que Nona metió, con cierta vergüenza de mi parte, dos pantallas para la recámara de visitas de nuestra hija Leonora y parecía caja de repatriado al revés) se convirtió en otra entrevista en la que la indiscreta tele puso de manifiesto la calidad de mi cajita. Y volvió el mismo tema de los contratos de protección.
Alguno de los reporteros me preguntó si en mi concepto era cierto que 90 por ciento de los contratos colectivos de trabajo de las maquiladoras son producto del famoso corporativismo, es decir, contratos celebrados a espaldas de los trabajadores como una medida de protección frente a movimientos sindicales auténticos. Le contesté que, en mi concepto, estaba equivocado. Que no era 90 por ciento sino, probablemente, 99 por ciento. Hablamos de Ham Young y de la vergüenza de que se haya resuelto el asunto en contra del FAT, a pesar de un recuento totalmente favorable. Pero se trataba, me dijeron, de preservar la economía del estado.
Charlé del tema con mis amigos de Tijuana. Hay nombres específicos y concretos que juegan con una CROC democrática, antes CROM tan anti- democrática como la primera. Un dato: alrededor de 200 maquiladoras firman en Tijuana esos famosos contratos de protección. No está mal si se tiene en cuenta que los dirigentes (¿no sería mejor llamarles los recipientes?) cobran dos salarios mínimos al mes por cada contrato, lo que hace un bonito conjunto económico. Y por lo visto en el asunto famoso de Ham Young ya se llegó a un arreglo entre autoridades, empresa y sindicato CROC, obviamente sin el consentimiento de los trabajadores para que desaparezca la titularidad del sindicato al que le regaló la Junta de Conciliación y Arbitraje la resolución y se le otorque, quién sabe mediante qué mecanismo jurídico, a otro sindicato tan corporativo como el primero.
Una de las fórmulas en juego por aquellos rumbos, que por supuesto también se aplican en estos, es que cuando una empresa tiene problemas y no puede pagar a los acreedores, al fisco, al IMSS y a los trabajadores mismos, el sedicente líder emplaza a huelga, la huelga estalla, y después de algún tiempo, cumplido y puntual, el sindicato demanda de la empresa la responsabilidad del conflicto. Obviamente la empresa pierde el juicio, se embargan sus bienes y se llevan a remate. Curiosamente surge una empresa de reciente creación que compra en primera o segunda almonedas a un precio claramente prefijado muy por debajo del valor real, la maquinaria y equipo. Paga el precio, los trabajadores reciben su mesesito o dos meses de salario después de dos años de pleito, y el líder una cantidad no precisada pero imaginable.
El problema es que la empresa que compra no es otra cosa que la misma empresa quebrada, con otra personalidad jurídica, aprovechando lo alcahuete que es para esos efectos el derecho mercantil, que reinicia operaciones libre de deudas. Una monada. Y entre tanto el señor Fisco, el señor Seguro Social y los señores acreedores se van a disfrutar de la conversión de sus créditos en puritito polvo.
La frontera vive, por supuesto, el auge del fraude social. El tema no es nuevo sino radicalmente viejo, ni tampoco exclusivo de Baja California. La tesis oficial es que las maquiladoras crean empleo y hay que protegerlas. Y, lo que parece más importante, nos proporcionan unas primorosas cifras de exportación que, se dice, nos colocan arriba de Gran Bretaña en capacidad exportadora. Lo que no se dice es que son bienes que entran in bond, quiere decir, sin pagar impuestos, y regresan a casita (USA) con el valor agregado de la mano de obra. Y esas son nuestras fabulosas exportaciones que evidentemente no se miden por el agregado sino por el total.
Y hay algunos idiotas, yo entre ellos, que queremos acabar con el corporativismo.