En Argentina como en Alemania, donde importantes historiadores exculparon al nazismo y lo justificaron, el pasado no pasa y se resiste a desaparecer. En efecto, el caso del capitán de fragata, Alfredo Astiz, individuo que justificó la desaparición, tortura y muerte de millares de personas a manos de los militares y, particularmente, la terrible y mortal represión ejercida por su propia arma contra mujeres, niños y monjas, revela un profundo mal social.
Astiz dijo que los militares habían sido entrenados para matar y torturar, que eso era legítimo y se jactó, mientras profería nuevas amenazas, de ser el principal especialista en el asesinato de políticos y periodistas. Incluso mencionó la posibilidad de que se registrara un golpe de Estado si continuaba lo que calificó de ``hostigamiento'' a los militares, calificó de ``cretino'' al jefe del Ejército argentino y dijo que el presidente Menem -comandante en jefe de las Fuerzas Armadas- era, según su juicio, ``el peor de todos'' los enemigos de los soldados, ya que los trataba bien, pero los engañaba. Sin embargo, a pesar de su apología del delito y de sus amenazas contra la Constitución y la vida de los periodistas, sólo fue castigado por sus superiores de la Marina con 60 días de arresto en una prisión donde goza de múltiples privilegios y comodidades. Además, en sus continuas apariciones públicas en las playas de moda o en las calles más lujosas de Buenos Aires, el criminal buscado por la policía francesa acusado de la tortura y asesinato de dos monjas de esa nacionalidad, el torturador directo y asesino confeso, era normalmente aceptado, situación que demuestra la existencia de un sector social poderoso que coincide con él y lo respalda, tal como lo protegen muchos de sus pares.
El presidente Menem, que había admitido anteriormente la propuesta de ascenso de Astiz al grado de capitán de navío y le había asegurado la libertad, ahora ha decidido degradar al criminal y enjuiciarlo, lo cual sin duda dividirá las opiniones en los medios castrenses y en otros importantes sectores sociales, pues no debe olvidarse que otro asesino, el general Bussi, fue elegido gobernador de Tucumán con una cómoda mayoría, y que varios militares golpistas y extremistas de derecha son hoy diputados.
Argentina está enferma de autoritarismo y, como muchas otras naciones de América Latina, carece de una democracia real. Y la forma de gobernar del equipo de Menem -que aplica una política absolutamente opuesta a sus promesas electorales, prescinde del Parlamento, prepara una anticonstitucional reelección del actual Presidente y ha cubierto a los responsables de decenas de miles de asesinatos- parece inventada para estimular y dar una sensación de cobertura política y de impunidad a los peores elementos de las Fuerzas Armadas, que no han aprendido nada del pasado, se sienten ``traicionados'' por los civiles, odian a los periodistas y a la opinión pública, y siguen al asecho, esperando su hora. La división en el partido gobernante y en los sectores que dominan la economía, la incertidumbre sobre la estabilidad de ésta, el actual periodo preelectoral, la probable aprobación de una ley que anule la amnistía concedida a los asesinos y la posibilidad de triunfo en las próximas elecciones de los sectores que más padecieron la represión de la dictadura militar que ensangrentó a Argentina -la principal precandidata opositora, Graciela Meijide, tiene un hijo desaparecido-, son elementos que alientan a lo más turbio de la sociedad a proponer y llevar a cabo atentados contra la Constitución.
Bertold Brecht decía que el ``viejo vientre inmundo aún es fértil''. Sólo un castigo ejemplar contra Astiz y quien lo apoye, sólo la anulación del perdón a los criminales jamás arrepentidos, podrán evitar una posible resurrección política de quienes siguen trabajando en la sombra. No hay que olvidar que Astiz acaba de declarar que las listas de los miles de personas que debían ser asesinadas habían sido preparadas cinco años antes del golpe que en 1976 instauró la última dictadura y, por lo tanto, después de ser elaboradas por un gobierno militar siguieron vigentes en secreto bajo tres gobiernos constitucionales, hasta que un sector civil derechista y conservador soltó los perros de guerra contra la sociedad y los cebó en la carne de miles de obreros, estudiantes, sacerdotes, periodistas, escritores y amas de casa de todas las ideologías. Para que el ``¡Nunca más!'' de Ernesto Sábato y de los argentinos realmente comprometidos con la justicia y la democracia sea realidad, en Argentina deben cortarse de raíz las bases del golpismo militar que, cabe mencionar, no se encuentran solamente entre los círculos castrenses.