VENTANAS Ť Eduardo Galeano
La diosa
La noche de Yemanyá, toda la costa es una fiesta. Bahía, Río de Janeiro, Montevideo y otras orillas celebran a la diosa de la mar. La multitud enciende en la arena un lucerío de velas y arroja a las aguas un jardín de flores blancas y también perfumes, collares, tortas, caramelos y otras coqueterías y golosinas que a ella tanto le gustan.
Entonces los creyentes piden algún deseo a Yemanyá:
el mapa del tesoro escondido,
la llave del amor prohibido,
el regreso de los perdidos,
la resurrección de los queridos.
Mientras los creyentes piden, sus de-seos se realizan. Quizás el milagro no dura más que las palabras que lo nombran, pero mientras ocurre esa fugaz conquista de lo imposible, los creyentes son luminosos y brillan en la noche.
Cuando el oleaje se lleva las ofrendas, ellos retroceden, de cara al horizonte, por no dar la espalda a Yemanyá. Y a paso muy lento regresan a la ciudad, al desamparo.