La Jornada Semanal, 18 de enero de 1997



GASPAR, CULTURA Y FE


Gabriel Zaid


Iniciamos este número 150 con el estimulante autor de Los demasiados libros. En su extenso ensayo Tres poetas católicos, que se ocupa de Ponce, Pellicer y López Velarde, Gabriel Zaid ya se había referido a Gaspar Elizondo y su impar librería. En esta estampa indeleble, se completa el retrato de un hombre paradójico, el librero modesto que actuaba como líder.



Cerca de mi oficina, descubrí un letrero inusitado: ``Biblia, Arte, Liturgia''. Era una librería con artículos religiosos, muy distinta a las tradicionales de literatura piadosa y arte convencional. Me recordaba las que conocí en París, para un público minoritario, quizá por eso ignorado, tanto para la oferta católica tradicional como por el mundo intelectual no católico.

Volví muchas veces a Berlín 17. Vendían artesanías del monasterio benedictino de Cuernavaca. Tenían una sección bíblica y litúrgica muy completa. Pero lo que más les agradecía era la sección francesa, llena de libros difíciles de conseguir y novedades que sólo ahí se encontraban. El ambiente era sobrio, elegante y discreto. Uno podía pasarse un largo rato explorando en silencio, y, en el momento de hacer una pregunta, recibir la respuesta de un conocedor: Gaspar Elizondo.

El creador de aquel espacio intenso, inteligente, estaba siempre ahí, y acabamos siendo amigos. Creo que fue a raíz de que inició la publicación de Informaciones Católicas Internacionales, traduciendo del francés la revista quincenal del mismo nombre. Yo estaba tan impresionado con los primeros números que me presenté como voluntario para ver en qué podía ayudar.

La revista fue una conmoción secreta en el mundo de habla española. Llegó a tener unos 3,500 suscriptores, de los cuales muchos eran líderes de opinión en su país. Las grandes agencias de la prensa internacional no habían descubierto por entonces que el mundo católico estaba en plena efervescencia, alentado por la apertura de Juan XXIII. Esa fue la oportunidad de la revista. Daba a conocer las iniciativas y dificultades de todo el mundo católico, lo cual estimulaba más iniciativas. O dificultades, porque en algunas partes alarmaba que se informara más allá de lo oficial. Eso no ayudó nunca a la prosperidad de la revista. Sin embargo, paradójicamente, lo que resultó mortal para el proyecto fue la causa contraria: la gran prensa descubrió lo que había ignorado. Ya no hacía falta suscribirse a una revista de vanguardia para enterarse de lo que publicaban los diarios y hasta la televisión. Naturalmente, la gran prensa se limitó a exprimir lo más vendible.

La apertura posconciliar tuvo el mismo efecto sobre la librería. Que el mundo católico se abriera a Freud, a Marx, a Darwin, era refrescante, pero también equívoco. Cuando la patrística griega o la teología medieval asumieron la cultura antigua, lo hicieron con un sentido de superación: ir más allá. Claro que eso tomó siglos y genio creador, y ahora no existía infraestructura cultural para tanto. Que Gregorio Lemercier se psicoanalizara o Camilo Torres tomara las armas era llamativo y noticioso, pero los freudianos o marxistas que veían esas conversiones con curiosidad (desconfiada, benigna o despectiva), nunca se convirtieron al cristianismo: lo consideraban superado, no superador. Por el contrario, para muchos cristianos, la apertura fue una pérdida de identidad, que llevaba a aferrarse a las viejas certidumbres, o a abandonar su fe, pasando por una serie de matizaciones intermedias que terminaban siendo innecesarias. Para los que pasaban de un cristianismo abierto a un marxismo cerrado (o al menos indepassable, como dijo Sartre), ``Biblia, Arte, Liturgia'' dejó de tener sentido, y no lo tuvo nunca para los que preferían un cristianismo cerrado.

La falta de infraestructura cultural cuesta más de lo que nadie se imagina, especialmente en situaciones de cambio. Si los miembros de una comunidad no tienen un marco de referencia para enfrentarse a las nuevas inquietudes, acaban valiéndose de alguno ya existente (el freudiano, el marxista), creado por otros y para ellos: para sus necesidades, situación, tradición.

El liderazgo no es sólo voluntad y carisma. Depende de imágenes, metáforas y símbolos; de constructos teóricos; de la creación de formas originales de ver las cosas, sentirlas, hacerlas, vivirlas. Muchas conversiones al marxismo, al psicoanálisis, al positivismo, se explican por la conciencia de una realidad innegable, frente a la cual tienen muy poco que decir las ideas, sentimientos y creencias disponibles. Se explican, finalmente, por la falta de creatividad artística e intelectual del mundo católico. Una fe que no produce cultura acaba subordinada a las creencias de quienes sí la producen. Si, frente a ciertas realidades psíquicas o sociales, no hay más explicación disponible que las teorías freudianas o marxistas, hasta los que combaten esas teorías acaban utilizando sus planteamientos, sus imágenes, su terminología. Así se paga la falta de liderazgo cultural.

Gaspar nunca teorizó sobre estas cuestiones, pero una y otra vez tomó iniciativas que reconocían el desastre de separar fe y cultura. Participó en la renovación de la liturgia y la artesanía en el monasterio de Cuernavaca. Creó ``Biblia, Arte, Liturgia''. Publicó Informaciones Católicas Internacionales. Al final de su vida, organizó una tertulia chestertoniana y un cine club inspirado en Tarkovski. Hay muchos cristianos ejemplares en México, pero poquísimos, como él, que hayan visto qué vulnerable es una fe seca de cultura.

Gaspar tenía un talante paradójico. Parecía flemático, y uno de pronto se enteraba que andaba de chofer, ayudando a las monjas de la madre Teresa a repartir pan que había conseguido para las colonias pobres. Parecía pesimista, y lanzaba una y otra vez iniciativas. Parecía conservador, y estuvo siempre en la vanguardia. Parecía modesto, y lo era, pero actuaba como líder. Acabó siendo especialista en la administración de proyectos utópicos. Era asombroso lo que hacía con tan pocos recursos: hacía historia. Si algún día se escribe la historia de las iniciativas de vanguardia en la cultura católica mexicana, figurará, con justicia, como uno de sus principales animadores.