El chiste del muro
Ese muro está en el pueblo desde el principio. Dicen que estuvo antes que el pueblo (hoy una ciudad de modestas dimensiones), que el pueblo se hizo aquí por el muro; su piedra de fundación, digamos que resulta.
Hemos querido leer sobre su origen, pero los libros de la Biblioteca Central, con ser una vasta Alejandría, no alcanzan tan lejos.
Es un muro anterior. Comprensiblemente, tiene mito. No se sabe de nadie que haya existido antes de su construcción. El único registro suyo que se tiene, el único libro donde se le puede leer, es el muro mismo.
Siendo un monumento arqueológico de singular importancia para la historia y la identidad, los visitantes siempre han considerado que le tenemos poco respeto al muro. Es más, no conciben que no lo hayamos metido desde cuándo en un museo.
Es un muro que usamos. Lo han hecho, generación tras generación, todos los habitantes del pueblo.
A ver. Sus dimensiones: no es ninguna muralla China, no se crea que va por ahí nuestro orgullo. Diez metros de largo, tres de alto, uno de espesor. Es casi posible abrazarlo en los extremos. Todos los abrazamos en el pueblo, una vez en la vida por lo menos. Así que, por costumbre, lleva los abrazos de varios siglos.
Sus características: parte de nuestro mito, que se enseña en las escuelas, es figurarnos el mundo cuando sólo existía el muro, en medio de una pradera pródiga que se recluía en las montañas. Una formación de roca y argamasa, dique prehistórico, o acaso el fragmento de una edificación inconclusa, o el último vestigio de una catástrofe que allanó lo que hoy son bosques, barrios y callejuelas.
Sus usos: de nacimiento nos viene el gusto de ponerle al muro cosas. Quien no le pinta una figura, le clava una estampita, le escribe una frase alusiva a lo que toca. Han pasado tantos siglos de manipulación y empleo del muro, que se le considera Palimpsesto.
Cada nueva pintarrajeada o intervención en alguna parte del muro cubre lo anterior, no lo borra pero lo elimina de la vista.
El pueblo, a causa del muro, aparece en las guías turísticas del país. A causa de lo cual, a nuestra vez, tenemos que soportar turistas sentenciosos, siempre nuevos, diciéndonos que es una tontería. Que sin perder tan bonita costumbre de adornar artísticamente el muro, hagamos muros nuevos cada generación, y así quedan todos a la vista, y no se ocultan los trazos del pasado.
No comprenden que el muro es lo que es justamente por el uso, y no importa su para qué. Yo mismo lo he orinado, como casi todos, un sinnúmero de veces. También para eso está. Nada, salvo golpearlo, está prohibido.
(Prohibición, por cierto, un poco inútil. Habría que darle quién sabe con qué para dañar el macizo muro. Y los que lo golpean a veces con sus puños o cabezas no son siquiera amonestados. Lo que no daña, curte el muro).
Paseo favorito de los jóvenes, lo han rodeado de estanques, parques y arboledas cuidadosas los sucesivos Consejos de la ciudad, antes pueblo.
No somos un pueblo de santurrones, qué va. La tradición aquí siempre ha sido liberal, menos religiosa que el resto de la región, proclive a la producción racional y artesanal.
Sí, tenemos iglesias, sofias y demás. Pero todas las creencias llegaron después del muro, así que no pueden aprovecharse de él. No han faltado intentonas fundamentalistas, pero no prenden. El misterio de su origen es tan definitivo que impide medrar con él a los que se pasan de vivos.
Y bueno, le tenemos un respeto mucho más casual que eso. No exento de cariño. Es como un servicio o un instrumento de labranza. Uno no le anda repartiendo bendiciones al azadón, al martillo o a los postes de alumbrado público.
Los jubilados gastan las mañanas tomando el sol en las bancas blancas que abundan en las inmediaciones del muro, provistas algunas de parasoles. Paseo de parejitas, es la fecha que media ciudad pinta flechas, iniciales y corazones. En las tardes se puebla de infancia y nanas, de escolares que lo toman de frontón o para dominar la de gajos.
Toda la vida hay alguien apoyándose en el muro. De bromas o de veras, uno u otra se recargan, lo usan para gimnasia, para pereza, para practicar cualquier cosa.
Las semanas recientes, por ejemplo, un grupo de danza lo ha estado usando de fondo. Cuatro espigadas gacelas de terciopelo ponen su grabadora sobre el asfalto en los anocheceres de entre semana y ensayan. ¿O ése es su espectáculo, su ejercicio?
Antes pudieron ser cantantes, merolicos, un vendedor de telas, un predicador (una especie muy impopular aquí), unos saltimbanquis, un hipnotizador de serpientes o una concentración de protesta. Muchos años se han leído en su superficie exclamaciones de ira, demandas, bofetadas y proclamas. También bromas, chistes, parodias.
Nos encanta como escenografía sin límite. En materia de usos del muro, tenemos una imaginación inagotable. Tal vez sea nuestro pequeño genio de pueblos, nuestra aportación local a la democracia.
Cuando viajamos a otras tierras, e interrogados por la nuestra, hablamos entusiastas del muro, pese a su hospitalidad, nuestros anfitriones no nos entienden. ¿Qué tiene de especial? Un montón de piedras de la casualidad, una argamasa, okey, misteriosa, un puñado de tradiciones simpáticas, y párale de contar.