La Jornada 19 de enero de 1998

¿GRIETAS EN EL BLOQUEO A CUBA?

Cuando se cuentan ya las horas para que el Papa Juan Pablo II llegue a Cuba, se intensifican las maniobras políticas y diplomáticas de todo tipo y comienzan a manifestarse importantes grietas en el bloqueo estadunidense a la isla, como lo manifiestan la presión creciente en favor de las exportaciones norteamericanas de alimentos y medicinas a La Habana, la decisión del presidente Clinton de postergar la aplicación de las más recientes y agresivas disposiciones de la ley Helms-Burton o la opinión ampliamente mayoritaria de los ciudadanos de Estados Unidos entrevistados en favor de una visita papal a quien los medios oficiales y la dirección del exilio cubano en Miami presentaban no sólo como el enemigo público número uno de Washington sino casi como un anticristo.

El gobierno de Cuba y el Vaticano tienen en común el rechazo del hedonismo y del egoísmo y la defensa de valores solidarios para combatir la profundización de las diferencias sociales y el aumento de la miseria material y espiritual. Fidel Castro tiene pues razón cuando destaca (aunque exagerándolo) este aspecto de la geopolítica del Papa Woytila al proclamarlo ``uno de los dolores de cabeza más grandes que tenga hoy el imperialismo''. Es evidente, por lo tanto, que la visita papal a Cuba refuerza a la vez al gobierno de la isla y a la Santa Sede, o sea, a dos importantes fuerzas que luchan a la defensiva contra el imperante ``pensamiento único'' neoliberal y contra los efectos sociales de una política económica que arroja a millones de seres a la pobreza, la desocupación y el desamparo y concentra como nunca la riqueza y el poder en pocas manos trasnacionales. La vocación universal de la Iglesia católica y la de la ideología socialista se oponen, en efecto, aunque por motivos diferentes, a la homogeneización política y cultural que está llevando a cabo el capital financiero internacional. Además, tanto el Vaticano como Cuba tienen interés en derrotar las decisiones políticas unilaterales, como el bloqueo, que violan la autodeterminación de los pueblos y quitan todo valor a los organismos multilaterales, como las Naciones Unidas, en los que ambos Estados encuentran una importante caja de resonancia y un instrumento diplomático legítimo y reconocido.

El gobierno castrista, a diferencia de lo que sucedió en su momento con el gobierno sandinista en Nicaragua es, por otra parte, menos sensible a los efectos desestabilizadores de la visita papal porque la guerra fría es cosa del pasado y el Papa, que sigue siendo antisocialista, ya no es un cruzado del anticomunismo, mientras La Habana desde hace rato dejó de ser apóstol del anticapitalismo y se ha encerrado en una pragmática promoción de una política abierta al capital y se limita a la defensa de los intereses nacionales y de las principales reformas sociales. Además, dado que la mayoría de la población cubana jamás siguió a la Iglesia católica, el gobierno puede absorber mejor la transformación de esa débil organización religiosa cubana en el eje de una oposición legal y reformista e, incluso, sacar ventaja política del viaje papal dando un ejemplo de apertura religiosa y de pluralismo ideológico y llamando a darle una recepción de masas al jefe de Estado y líder religioso mundial que, con su viaje, da un golpe duro al bloqueo y favorece un puente indispensable con los católicos de Estados Unidos, Canadá y de todo el continente. Si la diplomacia vaticana, desde siempre, ha demostrado habilidad y carencia de prejuicios en su juego internacional, en este caso el gobierno cubano no le va a la zaga. Dos debilidades, unidas, pueden así convertirse en fuerza moral y política para poner en jaque la política agresiva del más fuerte abriendo el camino, en Cuba y en el mundo, a las soluciones de los más candentes problemas por el camino pacífico y político que dicta la legalidad internacional.