Luego de cursar la carrera de química en la UNAM, Laura Escobar orientó su especialización hacia la investigación biomédica básica en el Instituto de Fisiología Celular. Su estancia posdoctoral en el laboratorio del doctor Roderick Mackinnan, en el Departamento de Neurobiología del Harvard Medical School, la familiarizó con el manejo de los ovocitos de la rana de origen africano Xenopus Laevis, uno de los ``modelos más nobles'' para el estudio del material genético exógeno.
Al regresar a México, la doctora Escobar se incorporó al Departamento de Fisiología de la Facultad de Medicina de la UNAM, donde tardó cerca de dos años y medio en montar un laboratorio que diera albergue a sus inquietudes de investigación. Una de ellas se centra en el estudio de una de las toxinas más letales producidas por la naturaleza: la maitotoxina, uno de los componentes de la llamada marea roja.
``La marea roja -explica la especialista- es un fenómeno que se produce por un dinoflagelado que infecta a los peces. Nos interesa estudiar sus efectos a nivel molecular, porque se desconoce su receptor. Lo que hago es poner los ovocitos de la rana en presencia de la toxina y ver el efecto que tiene sobre los canales iónicos, para tratar de descubrir su mecanismo de funcionamiento y qué la hace tan tóxica.''
Cuando una gente consume un pescado infectado con el dinoflagelado, experimenta malestares gastrointestinales y neurológicos, caracterizados por diarrea, dolor de cabeza y muscular, adormecimiento de las extremidades, debilidad general y convulsiones.
``No puedes concretar los aspectos de la marea roja que repercuten como enfermedad si no conoces el mecanismo molecular a través del cual actúan las toxinas que produce el dinoflagelado. Acabamos de proponer la estructura en el espacio más probable de la maitotoxina, y hemos obtenido datos que no se conocían sobre sus propiedades. La solución de un problema concreto se basa en los resultados de un gran número de investigaciones.''
En opinión de la doctora Escobar, el aspecto más enriquecedor de la nueva generación de científicos radica en que colaboran unos con otros. ``Muchos investigadores jóvenes hemos regresado a un país en crisis, en el que no se puede hacer nada si no tienes la colaboración de los demás. Con la infraestructura que tenemos podemos hacer una investigación de buen nivel, siempre y cuando la compartamos. Sin embargo, se requiere un gran esfuerzo personal. Yo estoy comenzando y estoy satisfecha por colaborar con científicos jóvenes de otras instituciones: el doctor Luis Vaca, del Instituto de Fisiología Celular; el doctor Martín Martínez, del Instituto de Cardiología, y el doctor Marcelo Galván, de la UAM-Iztapalapa''.