Riesgo o ventaja permanente, las economías nacionales se han vuelto provincias de la economía mundial. Fábrica global o shopping center planetario: metáforas de una economía mundial cada vez más inestable e interdependiente. Tequila o dragón, el caso es que los estragos de las crisis financieras que suceden en un lado del mundo ponen en riesgo la seguridad económica y social de millones de personas, al otro lado.
De nuevo, la ``economía mundo'' opera en nuestra contra. Al desplome de las economías asiáticas, le siguió la caída del precio internacional del petróleo en 20 por ciento.
El mundo y sus vertiginosos cambios nos sacan de la introversión en la que nos dejó la tragedia. A la consternación por los dolorosos hechos de diciembre, ha seguido el encadenamiento mundial de la crisis asiática. Este es el costo de la mutua dependencia, el riesgo de la mundialización: ``la interdependencia económica creciente en el conjunto de los países del mundo, provocada por el aumento de volumen y la variedad de las transacciones transfronterizas de bienes y servicios, así como de los flujos internacionales de capitales, al mismo tiempo que por la difusión acelerada y generalizada de la tecnología'', según la definición reciente del Fondo Monetario Internacional.
Dragón o dominó, la crisis asiática y la caída del precio del petróleo resultan la historia anunciada: al disminuir, por su situación financiera, la actividad económica en los países asiáticos, cayó también la demanda petrolera. Pero, lo sabemos bien, no sólo variables políticas inciden en la economía. Incluso factores climatológicos participan en esta crisis. Baste recordar que El Niño ha alterado los factores climáticos del hemisferio norte, lo cual contribuyó en un aumento neto de la oferta de crudo que, a su vez, llevó a una reducción de su precio.
Para México, la crisis asiática, la baja en el precio del petróleo y la herida que no cierra en el sureste, parecen unirse para retrasar (¿por cuánto tiempo?) la promesa de desarrollo sostenido de nuestra economía que se reflejaría en todos los mexicanos.
En su conjunto, tales hechos (y muchos más) se interponen en el proceso de recuperación económica que venía observando el país. Aunque también es evidente que las condiciones estructurales de la economía respondieron mejor que en el pasado, el efecto dragón y la pérdida de ingresos que implica la disminución del precio del petróleo, no desmoronan nuestras bases económicas porque el tambaleo que provocan es posible enfrentarlo con medidas de ajuste permitidas por cierto margen de maniobra que antes no se tenía. Sin embargo, el ajuste no debe conjurar contra las expectativas de millones de ciudadanos que, con su trabajo, han contribuido a la recuperación.
La globalización de la economía hace del factor externo una variable perturbadora sobre la cual no tenemos control. ¿Puede una nación asumir como inevitable semejante vulnerabilidad?
Es inevitable revisar la inserción del país en su entorno y diseñar una estrategia que permita, por una parte, obtener beneficios más firmes y duraderos y, por la otra, reducir los eventuales costos. Una lección asoma: la cuestión económica, como los grandes temas de la agenda nacional, nos afecta y nos compete a todos: poderes públicos, empresarios, sindicatos, instituciones de educación superior, organizaciones populares y sociales, iglesias.
Condición ineludible para reducir nuestra fragilidad es construir, a partir de un consenso esencial, el proyecto de país que queremos en el nuevo milenio. Así entiendo la reforma del Estado.
Si estamos decididos a alcanzar un crecimiento económico con bases sanas, sustentado en una sociedad cabalmente democrática, equitativa y de oportunidades para todos, tenemos que cerrar los expedientes abiertos (entre los que sobresale Chiapas) y arrancar la discusión sobre la reforma del Estado. Será un proceso difícil y complejo (baste imaginar lo que entraña la definición de la agenda y de la metodología de trabajo y negociación) que requerirá de extraordinaria madurez de los actores, pero hay que hacerlo ya.
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