Para Carmen, con admiración por su amor y fortaleza
Arturo Liévano y su esposa Carmen, como muchos científicos bien preparados, tuvieron la opción de radicar en Estados Unidos. No obstante, prefirieron contribuir al desarrollo de la ciencia de nuestro país. Regresaron convencidos de que México era más seguro para criar a sus dos hijos. En 1992, gracias al programa de repatriación del Conacyt, se incorporaron al Instituto de Biotecnología de la UNAM, en Cuernavaca, donde han profundizado sus investigaciones sobre la fisiología del gameto masculino.
La noche del 30 de noviembre de 1996, Arturo y su familia se dirigían a Lázaro Cárdenas.
Además de visitar familiares, iban a aprovechar el viaje a la costa para colectar erizos de mar, necesarios para su trabajo. En la madrugada, el autobús en que viajaban fue desviado hacia una brecha por hombres armados con metralletas; hicieron bajar a todos los varones, obligándolos a tirarse en el piso. Arturo recibió un golpe en la cabeza y perdió el conocimiento. Cuando los asaltantes se retiraron, Arturo fue llevado a una clínica en Petatlán y luego a otra en Zihuatanejo. Durante las cinco horas que permaneció inconsciente dejó de respirar en varias ocasiones y presentó convulsiones. Por la noche fue llevado a un hospital en la ciudad de México, donde ingresó con diagnóstico de daño cerebral difuso, permaneciendo casi un mes en terapia intensiva. Al consumirse los seguros de gastos médicos mayores de la UNAM y del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), Arturo fue trasladado a una clínica en Cuautitlán, donde empezó su lento proceso de rehabilitación.
A más de un año, Arturo todavía no puede valerse por sí mismo.
Está consciente, pero la rigidez muscular le impide hablar. En ocasiones usa la computadora para comunicarse. Como resultado de sus lesiones, desarrolló epilepsia y enfermedad de Parkinson, que controla con medicación. Su situación laboral es incierta. Las autoridades del instituto, que inicialmente apoyaron a la pareja, le han pedido a Carmen un certificado de invalidez total, para tramitar la baja, liberar la plaza y contratar a un nuevo investigador. Siendo un científico joven de reciente contratación, Arturo aún no tiene 15 años de antigüedad, por lo que difícilmente tendría derecho a una pensión. El SNI seguirá pagando el estímulo económico, pero sólo está obligado hasta el vencimiento del convenio, en el 2000.
Los miembros de la comunidad científica debemos presionar a las instituciones donde trabajamos para que amplíen la escasa cobertura de los sistemas de previsión social, sin importar los años de servicio. Una medida podría ser la contratación de un seguro grupal de invalidez (complementario al de gastos médicos mayores). Otro tanto debería hacer el Conacyt para proteger a los investigadores repatriados con amplia preparación en el extranjero pero escasa antigüedad. No es posible que la Universidad se desentienda del futuro de un investigador que dedicó su mejor esfuerzo al trabajo dentro y fuera del laboratorio. Algo debe hacerse para evitar que los dependientes de un científico talentoso y productivo padezcan, además del trastorno para la vida familiar, apremios económicos.