Floricultura y dependencia
Con mucha frecuencia se afirma que el agro mexicano necesita modernizarse, salir del atraso. Y que los costos que se paguen con tal de lograrlo son bajos comparados con los beneficios. Un ejemplo interesante al respecto es el de la floricultura, pues requiere mucha mano de obra, genera divisas por la exportación de sus productos finales y utiliza recursos mal empleados ahora. Tomando en cuenta estas consideraciones, en los últimos años esa actividad ha sido estimulada con base en créditos provenientes de instituciones públicas y privadas y a otras facilidades ofrecidas por el sector oficial. Mas no todo lo que florece es en bien del país. Por el contrario, afecta a otras ramas de la producción agropecuaria y crea serios problemas sociales, económicos y ambientales. Quien visite el mercado de Jamaica o los regionales del interior del país comprobará que poseemos una gran tradición y cultura florística con hondas raíces prehispánicas. Hay poblados (como San Antonino, en Oaxaca) que durante el año se especializan en sembrar y comercializar diversas especies con gran demanda en celebraciones religiosas y profanas. Sin embargo, los materiales genéticos de la floricultura intensiva no provienen de nuestro país, sino que se importan principalmente de Holanda, Estados Unidos y Francia, lo que ocasiona altos costos de producción y dependencia. Ninguna empresa mexicana cuenta con una variedad de flor patentada o protegida en el mercado internacional.
Aunque sea costoso importar materiales clonados, tiene ventajas innegables para el productor: la clonación permite homogeneizar la floración en ciertas fechas (como el 14 de febrero), cuando el precio de las flores sube hasta cinco veces. Pero sólo las grandes multinacionales florícolas tienen la capacidad de abastecer con la variedad de flor que se requiere, pues el mercado es muy dependiente de la demanda y la moda. Es cierto que la floricultura tradicional genera muchos empleos si se le compara con otras actividades agropecuarias. También lo hace en forma considerable la floricultura intensiva. Pero en este último caso son empleos mal pagados y sin ninguna prestación. Gracias a ello, los empresarios florícolas mexicanos son competitivos en el exterior: la mano de obra barata, de preferencia femenina, les permite amortizar los altos costos de importar el material genético, pagar regalías y mantener los invernaderos. Además, marginan del mercado a los productores tradicionales y le ocasionan a los trabajadores problemas de salud por los agroquímicos que se utilizan. Todo esto sucede en un esquema internacional donde Holanda y Colombia son los mayores exportadores de flores, con 70 y 9 por ciento del mercado, respectivamente. Colombia es el principal abastecedor de Estados Unidos, pero su participación ha venido decreciendo en los últimos años debido a la aparición de otros competidores, entre ellos México. De todas formas, Holanda sigue reinando, por mucho, en el mercado florícola gracias a su experiencia que, entre otras cosas, hace muy eficiente la relación investigación-producción. A ello se agrega una organización tan perfecta de la comercialización, que le permite colocar flores recién cortadas en 24 horas en todo el mundo. Además, controla el material genético para otros países productores.
En un reciente libro (Biotecnología y empleo en la floricultura mexicana), la doctora Yolanda Massieu, de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Azcapotzalco, abunda en los temas anteriores y profundiza en las modalidades que adquiere la biotecnología en la floricultura nacional. Para ello, efectuó una minuciosa investigación de campo en Xochimilco y Temixco, Morelos, donde la floricultura a cielo abierto, tradicional, es preponderante. La comparó con la de Villa Guerrero, estado de México, donde es intensiva, de invernadero y en base a materiales clonados importados.
En su análisis, la doctora Massieu halló, entre otras cosas, que las posibilidades de modernizar el agro mexicano a partir de exportaciones no tradicionales, como las flores, presenta serios problema. En este caso es una alternativa limitada por el pequeño tamaño de los mercados que demandan dicha producción: los estratos de altos ingresos. Por ello, insiste, la solución a los graves problemas que aquejan al sector rural sigue siendo fomentar las ramas productivas básicas con apoyos técnicos, crediticios y de comercialización eficientes. Hacer lo contrario conduce a que seamos importadores de alimentos y exportadores de productos de lujo. Y más dependientes.