La Jornada 20 de enero de 1998

DESPEDIDA A JACOBO ZABLUDOVSKY

Arturo García Hernández Ť Un día, a mediados de 1996, tres jóvenes directivos de Televisa se presentaron ante Emilio Azcárraga Milmo para informarle que algunos sondeos de opinión señalaban que Jacobo Zabludovsky contribuía de manera notable al deterioro de la credibilidad de la televisora. Además de Zabludovsky, los jóvenes ejecutivos, entre los que se encontraba Emilio Azcárraga Jean, también mencionaron a Raúl Velasco y a Roberto Gómez Bolaños, Chespirito. El Tigre enfureció. Les dijo a sus interlocutores que esos tres personajes le habían ayudado a hacer de Televisa lo que era y que no se atrevieran a tocarlos. ``Antes se van ustedes'', advirtió. En abril del año pasado, Azcárraga Milmo falleció. Su hijo le sucedió en la presidencia ejecutiva de la empresa. Anoche Zabludovsky condujo la última emisión de 24 Horas. ``Una época que termina'', subrayó el historiador Enrique Krauze, uno de los aproximadamente cien invitados especiales que presenciaron la despedida del periodista en Televisa Chapultepec.

Poco antes de las 22:30 horas, Zabludovsky atravesó los pasillos para llegar al estudio en donde trabajó durante 27 años. A su paso estallaban los aplausos. ``¡Viva Jacobo!'' Por toda respuesta ofrecía una sonrisa increíblemente ecuánime. Su caminar era seguro. No parecía resentir las cirugías y los tratamientos a que ha estado sometido para revertir los tres tipos de cáncer que --lo ha reconocido públicamente-- lo han afectado en el transcurso de los dos últimos años.

En punto de las 22:30 horas inició la última emisión del noticiario desde el cual llegó a erigirse en el líder de opinión por antonomasia. Lo primero que hizo fue saludar y dar la bienvenida a quien ocupará, no su lugar pero sí el horario que hasta ahora ocupaba 24 Horas, Guillermo Ortega Ruiz. Este se deshizo en una letanía de agradecimientos: ``Gracias por su amistad; gracias por sus enseñanzas; gracias por su cariño; gracias por ser en muchos sentidos un segundo padre''. Jacobo soltó una profecía de doble filo: ``Vas a tener el éxito que te mereces''.

La primera noticia de la emisión fue acerca de los preparativos para la visita del Papa a Cuba. Al estudio desde el que transmitía Zabludovsky sólo tuvieron acceso los familiares del periodista: su esposa, sus hijos, sus nietos. También entraron algunos directivos de la empresa y unos cuantos amigos entre quienes estaban Raúl Velasco y Joaquín López Dóriga. En un estudio adjunto el resto de los invitados disfrutaban su participación en el histórico momento, la mayoría periodistas y miembros de la ``familia Televisa'': Angélica María, Daniela Romo, Ignacio López Tarso, Enrique Rocha, Juan Ferrara, Edith González.

Testigo y relator de la historia, saludo de Ernesto Zedillo

No tenía mucho de haber empezado el noticiario cuando entró la única llamada que el periodista recibió al aire, la de Ernesto Zedillo. El Presidente lo felicitó y engarzó una serie de elogios para el ``testigo y relator de la historia reciente de México y del mundo''.

Jacobo, quien carga sobre su historia profesional el estigma de haber sido un periodista al servicio de un sistema político hoy en declive, se limitó a responder: ``Gracias señor Presidente''.

Continuaron las noticias. Información sobre las bajas temperaturas en la mayor parte del país, en varias regiones a menos de cero grados. También se dio cuenta de la carta que el secretario particular de Zedillo envió al presidente nacional del Partido de la Revolución Democrática, Andrés Manuel López Obrador, en respuesta a una petición de audiencia.

Durante los comerciales o mientras los corresponsales en México y el mundo hacían sus reportes, la seriedad de Jacobo Zabludovsky sólo era interrumpida por sus nietos que se acercaban a solicitarle fotografiarse con ellos. El, de cuando en cuando, cruzaba los brazos, se acomodaba los anteojos o se rascaba la oreja izquierda. La única expresión de nerviosismo era cuando entrelazaba y se frotaba tímidamente las manos.

Terminaron las noticias. De todas, la más importante parecía ser la que estaba ocurriendo en ese momento: Jacobo Zabludovsky aparecía por última vez conduciendo 24 Horas. Al final, cerca de las 23:30 horas, todos los presentes se desbordaron para acompañar al periodista al sitio donde Emilio Azcárraga Jean le haría un sencillo reconocimiento ante prensa e invitados. No fue posible. Una incontrolable lucha por la foto o por la declaración impidió cualquier cosa.

Abrazados y casi en vilo, Zabludovsky y Azcárraga Jean optaron por dirigirse al estacionamiento para abandonar las instalaciones. No les fue fácil. Por ahí, entre jalones y empujones, Guillermo Ortega era avasallado por la muchedumbre mientras se desgañitaba en vano tratando de poner algo de orden.

Mucho habrá de reflexionarse todavía sobre el papel jugado por Jacobo Zabludovsky durante 27 años en la vida pública nacional. Mientras tanto, Enrique Krauze adelantó: ``Toda una época termina. Creo que cumplió su cometido y ha habido una evolución de la vida publica mexicana y en esa evolución se inscribe este cambio''.

--¿Qué balance hace de esa época?

--Creo que hubo gran profesionalismo, gran sentido de responsabilidad, un estilo de seriedad, digamos de gravedad en este noticiero. No un tono de estridencia, de amarillismo como el que a veces se practica. Hubo una inteligencia en el manejo del noticiero, una constancia durante todos estos años, una capacidad de interlocución de distintos medios, distintas personajes nacionales y extranjeros. Si se combinan todos esos elementos creo que hay que concluir que la parte positiva de este legado es grande.

Agregó: ``Claro está, en los aspectos discutibles estaría, digamos el modo en que se inscribió en la vida política mexicana. Si México se vuelve ahora un país realmente democrático, más democrático, pues entonces tenemos que aspirar a que los noticieros de televisión sean también mucho más críticos del poder.

--¿Fue un vocero del presidencialismo?

--Yo no creo. Creo que va a merecer con el tiempo un análisis que tome toda la trayectoria, que analice toda la trayectoria con el telón de fondo del sistema político mexicano. Entonces se va a ver en qué sentido hubo concordancia, en que sentido hubo separación. No creo que quepa hablar de una confluencia total porque creo que esto no fue así.


César Güemes /I Ť Después de poco más de un cuarto de siglo al frente del noticiario 24 Horas, hoy por la noche Jacobo Zabludovsky dará comienzo a la última transmisión de ese programa. Al día siguiente empezará una nueva etapa para la empresa en que se ha desempeñado y seguramente para el estilo de hacer periodismo televisivo en México.

Para ello se hacía necesario hablar con él. Y también para ello nos recibe, generoso, caballero, en su oficina, hasta ahora centro neurálgico de todo un concepto noticioso que tuvo adeptos y detractores, pero que llegó innegablemente, como se decía en su momento, de costa a costa y de frontera a frontera.

-Después de una muy amplia época de su vida transmitiendo de forma casi ininterrumpida su noticiario, ¿qué tiene pensado hacer a partir de este martes a las 22:30 horas?

-Estaré en La Habana para transmitir la estancia del Papa, que terminará el domingo siguiente. Y de allí me iré a una clínica en que me van a operar, a hacer una cirugía mayor. Y después pensaré con qué llenar ese lapso. No me va a faltar qué hacer. Está ya planeada mi labor aquí mismo, dentro de Televisa.

-¿Cómo percibe la distancia que hay en la persona de Jacobo Zabludovsky entre aquel que se desempeñaba, por ejemplo, para Diario Nescafé y el que justamente hoy lunes hará la última emisión de 24 horas?

-Uno va aprendiendo, madurando, acumulando experiencia. Pero, además, las actuales herramientas del periodismo de televisión son fascinantes. En aquella época ni siquiera existía el video-tape, y por supuesto no existían los satélites. Eso quiere decir que los instrumentos que la técnica nos ha dado condicionan el tipo de periodismo que ahora hacemos. Ya nadie se sorprende de que se saque una noticia en vivo desde el Tíbet y lo estés viendo en la recámara de tu casa. Hace muchos años eso bastaba, por sí mismo, para que fuera un éxito la transmisión sin medir el contenido de lo que emitías. Pero ahora ya es común el uso de satélites, y entonces tienes que impregnar de un contenido lo que le entregas al público. Por eso es distinto.

-Si bien continúa trabajando dentro de la empresa, con un programa de otro orden, ¿se siente hasta hoy plenamente satisfecho, hizo lo que quiso?

-Nadie está totalmente satisfecho de nada de lo que hace. Uno siempre piensa que lo pudo haber hecho mejor. Pero no es lo mismo cuando uno va a hacer las cosas, que mirar hacia atrás las cosas ya realizadas. Yo hice mi labor, desempeñé mi oficio, mal o bien, con errores y aciertos, pero siempre con la mayor entrega y con el deseo de hacer las cosas de la mejor manera posible.

Hasta los bohemios requieren disciplina

-Dentro de los momentos difíciles del ejercicio periodístico, ¿qué es aquello que recuerda como lo más complicado? ¿Alguna entrevista que no se daba, tal vez?

-La de Dalí. Me costó mucho trabajo convencerlo. Hasta que por fin aceptó la entrevista, la primera que le hice. El andaba por la Quinta Avenida, en Nueva York, con un ocelote, y yo lo estaba buscando en el Hotel San Regis. El evadía la posibilidad de cualquier encuentro. Hasta que me lo encontré con su ocelote. Ya tenía dos temores, acercarme a él y a su ocelote. Al fin lo convencí después de muchos esfuerzos. Pero, desde luego, lo más desagradable que he tenido en mi vida ha sido trabajar sobre el terremoto de 85, porque fui descubriendo que esta ciudad había sufrido la peor tragedia de su historia.

-Sin duda sólo una persona con la palabra disciplina puesta al día es capaz de estar, como usted lo ha hecho, tantas noches frente a una cámara de televisión.

-No hay labor humana que pueda realizarse sin disciplina, sin tenacidad, sin rigor. Soy amigo de escritores que se entregan de cinco de la mañana a 12 del día, todos los días, a escribir y revisar, y luego dan cada año uno o dos libros a la imprenta. Eso es producto de una disciplina. Y lo mismo ocurre con todas las actividades de la vida. Si no te sujetas a una disciplina, fracasas. Diría yo que hasta los bohemios requieren de la disciplina para ejercer su bohemia.

-¿Hasta ahora el periodismo le ha dejado más amigos que enemistades?

-Tengo muy pocos amigos. Y no sé si son producto del periodismo o simplemente de la relación humana, pero los valoro en mucho y lo único que deseo es no perderlos. Ya no aspiro a tener más, sino a no perder a los que he hecho. En cuanto a las enemistades, como dicen los americanos: You need two for tango, se necesitan dos para el tango. Por mi parte, yo no tengo enemistades; si alguien es enemigo mío, pues es su problema.

-A partir de cierta época su palabra fue capaz de influir de manera concreta e incluso inmediata en la vida cotidiana del país. ¿Determina usted el momento a partir del cual tuvo el poder que detenta un líder de opinión?

-Se fue dando poco a poco, y te vas acostumbrando. Cuando las cosas te cuestan un esfuerzo y un largo tiempo, vas asimilando la altura. Te acostumbras a la altura sin que te dé vértigo. Pero al mismo tiempo que te das cuenta de que adquieres poder, te vas convenciendo de que debes usarlo con la mayor prudencia posible. Así que no hubo un momento exacto en que me diera cuenta de que tenía poder porque eso se fue acumulando, adquiriendo, creciendo.

-¿Crea adicción el saber que está en millones de hogares dentro y fuera de México?

-Mira, lo que genera adicción es la entrega a tu labor profesional. Si estás enamorado de tu oficio, creas una adicción a él, a sus alegrías, a sus angustias. Pero el que padece una adicción al poder por el poder corre el gran peligro de despeñarse. En la televisión disfrutas el poder del medio, pero lo disfrutas mientras estás en el medio. Hay un error que cometen muchos al creer que los importantes son ellos. Lo importante es el medio, y si estás en la televisión debes estar consciente de ello. Entonces, usas ese conducto para llegar al público con un gran cuidado, porque lo mismo que puede servir para beneficiar, puede servir para perjudicar.

Alonso Sordo, el mejor reportero de radio

-Esta manera de concebir al periodismo, ¿viene de personas que en su momento fungieron como sus maestros?

-Reconozco la influencia de dos grandes personas que tuve la suerte de conocer. Al principio, uno de mis primeros trabajos me lo dio Alonso Sordo Noriega. Es el mejor reportero de radio que he conocido en mi vida. Y murió hace ya 48 años. Tenía una capacidad de descripción por radio que te hacía oler las cosas, y además con una intuición muy exacta de lo que era su labor. El, por ejemplo, fue quien le puso nombres a las zonas del ruedo cuando narraba los toros. Hablaba de la zona de cuadrillas, del burladero de matadores. Nombres como esos no existen en la enciclopedia taurina por excelencia. Y él los fue generando de acuerdo con la forma de la vieja plaza de toros en la Condesa. Todo ello con objeto de que el escucha se fuera dando cuenta de por dónde iba siendo la faena. Su poder de descripción era acompañado por una cierta gracia espontánea que fascinaba, envolvía y hacía participar al oyente de lo que iba narrando. Lo mismo cuando se trataba de un acontecimiento político. La llegada de Truman a México fue una de las enseñanzas que tuve junto a él. Resultó una gran suerte el haberlo conocido, aunque fueran ya los últimos años de su vida, murió muy joven, a los 49 años.

``Luego tuve la enorme suerte de conocer y ser amigo de José Pagés Llergo, un periodista que influyó enormemente sobre gran parte de una generación, y que me hizo trabajar en Siempre! junto a plumas como la de Indalecio Prieto, Nemesio García Naranjo, Lombardo Toledano, Rafael Solana, Víctor Rico Galán, en fin. Y le aprendí a Pagés el valorar una noticia, el distinguir entre un tema y otro, la manera de desarrollar algún reportaje o cómo emitir una opinión, fundándola. No sólo le aprendí desde el punto de vista profesional, sino desde el personal y humano. Con frecuencia lo extraño. Me hace falta''.


César Güemes/ II y última Ť Esta noche Jacobo Zabludovsky no estará ya al pendiente de los 12 monitores y los siete teléfonos que conforman su oficina. 24 Horas, su noticiario, ha terminado. No, sin embargo, su quehacer periodístico. Maestro a su pesar, se va, pero, diría Miguel Guardia, se queda.

--Pocos son los conductores de noticiarios que manifiestan de manera pública, no sólo con su lenguaje, los hábitos de lectura que tienen. No ha sido usted un lector de noticias, sino un lector de libros, ¿es así?

--Es así. Leo mucho. Mi padre nos llevaba a mi hermano y a mí a comprar libros a La Lagunilla cuando éramos niños, y nos inculcó el placer de la lectura. Soy un lector constante. Es uno de los placeres intelectuales que la vida nos da y lo aprovecho mucho.

--¿Tiene autores de cabecera?

--Releo el Quijote, constantemente. Mucho del Siglo de Oro español. Y me propongo releer Crimen y castigo. Para descansar en cierto sentido leo libros sobre toros o policiacos. Acabo de releer y de leer nuevas cosas de Simenon, que no sólo encantan por la intriga que plantea sino por la descripción de los tipos franceses que dibuja. Es un poco Balzac.

``Leo mucho a los nuevos autores mexicanos. He frecuentado a los nuevos autores españoles, que me parecen de primera categoría.''

Con el poder, relación respetuosa

--Si bien el entrevistar a personajes que en su momento son noticia influye y forma, seguramente no se puede dejar de lado el barrio primero, el lenguaje que ahí se adquiere, las vivencias, pues. En su caso hablamos de La Merced.

--Primero me plantea la posibilidad de una convivencia cordial y afectuosa entre personas de distinto origen, credo y nivel económico. En La Merced convivíamos libaneses, judíos, españoles, chinos y mexicanos de varias generaciones. Convivíamos sin darnos cuenta de que unos eran de una manera y otros de otra. En todo caso alguien le decía a otro güero o flaco o chaparro, pero no había epítetos discriminatorios. Creo que esa es una de las enseñanzas de haber vivido ahí. La otra es la lucha por la vida. La Merced es barrio de gente trabajadora, de comerciantes, profesionistas, maestros y alumnos. Un sitio con museos y donde el barrio mismo es un museo. Es además el lugar donde se fundó la ciudad de México en 1325. El islote que los españoles vieron al llegar aquí, desde cierta altura, era ese punto. Creo que si alguien vive ahí 20 años de los primeros de la vida, lo marca para siempre en una forma muy positiva.

--¿Eventualmente regresa?

--Todos los días, casi. Cuando puedo comer por aquí escojo siempre un restaurante de lo que ahora llaman el Centro Histórico. Cuando puedo caminar algunas horas, camino por ahí. Conozco todas sus calles prácticamente casa por casa. Sigo teniendo ahí muy buenos amigos. Como con enorme frecuencia en los mismos restaurantes donde lo hacía hace 50 años, cuando era estudiante.

--Así como ha hablado del poder periodístico, ¿de qué manera percibe que ha sido su relación con el poder político? ¿Qué balance hace?

--Ha sido una relación respetuosa. Con algunos de ellos he tenido un acercamiento mayor, por ejemplo con López Mateos, quien me llamó para desempeñar un cargo a su lado, con la condición que yo le puse de que no abandonaba mi trabajo profesional como periodista y que él aceptó. La relación ha sido diferente con cada uno de ellos. No hay una regla común para todos los presidentes que he conocido. Pero un periodista necesita tener acceso a las fuentes que representan los políticos, y al mismo tiempo la distancia que permita la independencia. Lo difícil es encontrar ese punto.

Culto por Gardel y el tango

--¿Eventualmente se ha sentido presionado?

--Sí, eventualmente sí. Ha habido presiones que son más o menos intensas según el estilo personal de gobernar de cada quien, y la habilidad o el rigor de los personajes que ponen a manejar sus cuestiones de prensa. Lo que hemos tenido que hacer en ciertas épocas es movernos dentro de los márgenes posibles, dadas las circunstancias y dado también el hecho de que la televisión es una concesión que otorga el gobierno, no es un periódico que se rige de otro modo. En este caso el hecho de que sea una concesión condiciona mucho el ejercicio del libre albedrío.

--Durante mucho tiempo 24 Horas, vamos a decirlo así, corrió solo, sin competencia visible. Hoy está del otro lado Televisión Azteca. ¿Percibe esa suerte de rivalidad, es algo tangible?

--La competencia no empezó con Televisión Azteca. La hemos tenido con el Canal 8, cuando era del grupo Monterrey, y también la tuvimos de muchas otras maneras. La actual competencia, si nos referimos exclusivamente a lo que a mí me interesa que es la de los noticiarios, me tiene totalmente sin cuidado. No me interesa y no me importa. No la conozco. No la menosprecio, no vaya a parecer un desprecio a personas que ejercen este oficio en otras estaciones. Tal vez lo hacen mejor que yo, por eso no estoy calificando. Pero sí digo que no tengo tiempo de verla. Si te digo que no he visto a los señores que trabajan en otro canal, no me lo vas a creer. Créelo. No los he visto en televisión, aunque los conozca personalmente porque en una gira me los encuentro.

``No me interesa la competencia por la sencilla razón de que yo cada noche, toda mi vida, o cada día cuando he trabajado en un periódico, he hecho lo mejor que he podido. Y si alguien me dice que lo haga mejor porque tengo competencia, entonces renuncio porque no lo puedo hacer mejor. La competencia que tenemos es con nosotros mismos. Cada mañana uno dice: hombre, ayer lo pude haber hecho mejor, tal noticia estuvo muy corta o no incluimos el aspecto humano, en fin. Esa es la competencia que tengo: aquella con lo que hice ayer. La otra competencia no la conozco y no me interesa.''

--En algún momento se supo, aunque el tema sea ya muy distinto, que usted y alguna otra persona habían conseguido adquirir la colección más grande de tango. ¿Cómo fue esa historia, si es que pasó?

--Pasó. El licenciado Petriccioli y yo logramos conseguir la más grande colección de tangos, en discos originales, de Carlos Gardel, que no es tener la más grande colección de tangos. Sólo de Gardel, que grabó, no lo recuerdo ahora con exactitud, 600 o 650 piezas, que lo coloca como uno de los cantantes que más han grabado en el mundo. No sé cuántas canciones distintas hayan grabado Los Beatles, pero pienso que Gardel grabó el triple que ellos. Esa colección la tenemos. Somos muy aficionados al género.

--¿Dentro del apego al tango, lo bailó en algún momento?

--Ni lo bailo, ni lo canto. Pero sí lo escucho permanentemente, leo sobre el tema. Ahora leo un libro de Enrique Cadícamo que se llama Gardel en París, y quien además es autor de varias letras. El vivía en París cuando Gardel estuvo allá, de 1928 a 1931. Y narra en ese texto la estancia del cantante. Cada vez que sé de una función de compañías de tango, asisto, donde sea. Hace unos días vi, en Nueva York, Forever Tango, y antes Tango pasión. Creo que es una música muy bien hecha que encontró la casualidad de muy buenos músicos y muy buenos poetas.

--Su relación con la fiesta brava es igualmente conocida. ¿Desde cuándo asiste a los toros?

--Desde que era niño, porque había un vecino que acudía a la plaza y me llevaba. Además de que vivían toreros por el barrio, había puntilleros, banderilleros, picadores. Y me aficioné luego de que iniciara mi amistad con Aurelio Pérez, gran conocedor, junto con quien acudí a muchas temporadas. Nos hicimos a nuestra vez amigos de muchos toreros, como Lorenzo Garza, Carlos Arruza, conocimos a Manolete aquí en México, en su casa; nos acercamos a Domingo Ortega, a Joselillo, a Silverio, al Soldado, a Procuna, a Capetillo, a Manolo Martínez. Y también conocimos a ganaderos. Fui varias veces a Piedras Negras a ver tientas a campo abierto. De tal manera que a lo largo de toda la vida he tenido una relación muy estrecha con toreros, ganaderos, empresarios y críticos taurinos.

Aprender todos los días

--¿Es conscientemente maestro de periodistas?

--Ni consciente, ni inconscientemente. Yo no soy maestro de nada. Aprendo todos los días. Todos los días cometo errores. Uno a veces aprende de un muchacho que llega y con su frescura y su inexperiencia te descubre cosas que has ignorado por los vicios que el oficio va dando. Pero no soy maestro de nada.

--Es posible que alguna noche haya aplicado cierta dureza en relación con hechos en particular. Hablo, por ejemplo, de la visión que tuvo muy al principio del subcomandante Marcos.

--La gente se olvida o trata de ocultar que nosotros fuimos los primeros que mostramos al comandante Marcos en la televisión. Y que lo seguimos en todo lo que fue haciendo. Yo no conozco al comandante Marcos en lo personal y para mí mientras sea noticia lo ponemos y cuando no lo sea, no. Eso es todo lo que tengo que observar de él.

--¿Lo entrevistaría?

--¿Por qué no? Después de todo ha estado ahí cuatro años y quizá una entrevista podría explicar ciertas cosas que no están suficientemente aclaradas.

--Tiene usted aquí en su oficina 12 monitores al frente y siete teléfonos al lado. De modo tal que la información que ha de ver y escuchar se antoja casi demasiada. ¿Así le pasa?

--No había hecho esa contabilidad. Uno se acostumbra. Ya sabes lo que tienes que ver y lo que tienes que oír, no es mucha complicación.

``Es como si en una carpintería ves que toda la pared tiene instrumentos y ves que hay una garlopa y un cepillo y un serrucho. Todas las herramientas están ahí, pero no se usan al mismo tiempo. El carpintero sabe cuál va a tomar cuando la necesita. Esto es lo mismo.''

--La foto que está a su espalda es ciertamente emblemática. ¿Por qué estar bajo su égida?

--Me ha acompañado donde quiera que he tenido un escritorio o una oficina. Es la de un miliciano español que representa más que ninguna otra lo que fue la guerra en España. Se trata de un campesino sin ninguna defensa que se va a pelear por sus ideas, con una camisa blanca y una escopeta. La foto, de Robert Capa, es una de las gráficas más importantes del siglo. Y recuerda que Capa se muere luego de pisar una mina en Indochina. Es una foto que me dice algo cada vez que la veo.

--No es broma, pero se dice, y le agradecería que termináramos con esto la conversación, que no repite usted corbata ni traje.

--Si no tuviera que aparecer en la televisión me bastaría con un solo traje. No es así, por eso cuento con más. Pero no tengo una gran preocupación ni por el tipo de oficina, ni por los trajes, ni por la marca de mi automóvil. Puedes creerme: me importa muy poco.