La Jornada miércoles 21 de enero de 1998

ASTILLERO Ť Julio Hernández López

A pesar de estar dedicado casi en exclusiva a atender el caso Chiapas, el gobierno federal da muestras de ambivalencia e indefinición (rechazando la ayuda internacional que años atrás ofreció con pompa en conflictos ajenos como los de Nicaragua, Guatemala y El Salvador, y pretendiendo con torpeza confinar el nivel de interlocución de la Cocopa al ámbito burocrático de tercer nivel de la de por sí descalificada instancia del nuevo negociador), mientras en una tercera parte del país se vive una efervescencia preelectoral sin control, en la que los segmentos duros del PRI han comenzado a llenar los vacíos políticos del zedillismo.

Presto para contestar con rudeza (y por la vía del secretario particular) al perredismo que demanda diálogo directo para buscar salidas a la crisis del sureste (a pesar de que semanas atrás hubo prontas y directas respuestas tanto a la marcha silenciosa contra la inseguridad pública como a la propuesta epistolar de Felipe Calderón para destrabar la incomunicación de los partidos con Los Pinos, a causa del entonces secretario de Gobernación), el presidente Ernesto Zedillo parece entrampado tanto en el terreno declarativo (el famoso discurso de Nayarit, en el que avanzó en la precisión del concepto de autonomía que firmó 23 meses atrás, y las objeciones a la presencia internacional en la región del conflicto) como en el operativo (fracaso y evidencia de la premura simuladora con la que se envió la caravana de la salud, incapacidad para enfrentar con éxito la presión externa, parálisis y contradicciones en el área de Bucareli).

Farol de Contadora, oscuridad de Acteal

Convertida en los años recientes en la oficina impulsora de la entrega de la soberanía nacional al extranjero (es decir, a Estados Unidos, concebido este país como origen y destino del universo), la cancillería mexicana se dedica hoy a descalificar lo que en años pasados fue una de sus glorias retóricas: no a la intervención extranjera en la solución de los conflictos internos, dicen y repiten en Los Pinos, en Tlatelolco y en las oficinas del PRI, sin reparar en el papel que en años recientes cumplió México (cuando su estabilidad política se lo permitía) como partícipe en esfuerzos multinacionales para llevar paz a regiones donde los gobiernos locales no tenían capacidad de interlocución y resolución.

Hoy, México se opone a los informes internacionales en los que se habla del incremento de la violación de los derechos humanos, a la intervención de organismos internacionales no gubernamentales en apoyo del estado de Chiapas y a la participación de instancias externas en la búsqueda de las soluciones que a nivel local no se consiguen.

Sin embargo, y esto hay que apuntarlo como una probabilidad creciente, el inhumano estancamiento de la crisis chiapaneca (niños bebiendo café a falta de alimentos, desnutrición extrema de las madres y por ello imposibilidad de producir leche para amamantar a los pequeños, según un informe de una comisión de diputados rendido ayer) está llevando a la seria consideración de que organismos civiles diversos pudiesen pedir la mediación internacional.

Querido: encogí a la Cocopa

Malos deben ser los análisis y las estrategias que se trazan al interior del oficialismo cuando los resultados son tan fallidos como el de ayer, cuando en un presunto golpe de audacia (increíble tal infantilismo en momentos de tanta gravedad como el presente) el secretario de Gobernación, Francisco Labastida Ochoa, pretendió constreñir a la Cocopa al espacio burocrático e intrascendente del nuevo coordinador para las negociaciones de Chiapas, Emilio Rabasa Gamboa, cuya figura, por lo demás, ha sido criticada con amplitud en los días recientes debido a los intereses familiares y sociales que representa en Chiapas y a la insuficiencia (¿será mejor decir inexistencia?) de sus facultades de decisión.

Que hablaran con Rabasa, porque el secretario Labastida no podría asistir a la reunión, fue el mensaje que recibieron los integrantes de la Cocopa en la víspera de la importante reunión en la que habría de presentárseles la propuesta gubernamental para reactivar el diálogo y la búsqueda de paz. Así de sencillo: si no está el señor secretario, pues que hablen con el coordinador (tercer nivel: primero, el secretario; segundo, los subsecretarios; tercero, los coordinadores). A la siguiente cita es posible que los cocopos sean recibidos por el secretario particular o por el coordinador de asesores (o que otro secretario particular les responda por carta, entrados ya en el sano cambio de modales).

Los integrantes de la Cocopa, según reportes recibidos por esta columna, estaban encabronados. No hay otra palabra: encabronados. Bueno, no todos. El senador Oscar López Velarde, aspirante a la candidatura priísta de Aguascalientes que está en vías de decidirse, fue el único que con mesura y propiedad no llegó a límites tan extremos de enojo, tan cercano como ha sido él, no de ahora, sino desde tres años atrás, al entendimiento de las razones de Bucareli, oficina a la que casi de manera automática ha marcado el celular del senador hidrocálido en cuanto terminan las reuniones de la Cocopa.

A pesar del desaire, la reunión entre Cocopa y Gobernación se desarrolló aunque sólo con la atención de cinco puntos iniciales, a los que se logró insertar dos más: la militarización y las declaraciones presidenciales de Nayarit.

La reunión fue más breve de lo previsto y los resultados altamente desalentadores. Con estas acciones, el gobierno federal muestra su intención de reducir a la Cocopa a un papel secundario e intrascendente, sin darse cuenta de que en esta instancia pluripartidista está una de las pocas llaves con las cuales puede intentar la reapertura del diálogo y la negociación.

Querido: ya nombré candidatos

Pero, mientras el gobierno federal se concentra en el asunto de Chiapas, los ratones retozan en la despensa. Diez estados habrán de cambiar de gobernador el presente año, y ante la ausencia de operadores y decisiones, los grupos priístas que tienen ya la vista puesta en la elección presidencial del 2000 se mueven alegremente, sobre todo los afiliados al ala dura que, con Manuel Bartlett y Roberto Madrazo a la cabeza, pretenden asaltar las candidaturas con figuras locales afines.

De lo que se trata es de ganar posiciones rumbo al 2000, y en el desconcierto nacional les ha sido fácil a los grupos duros enfilar a sus personajes en la lista de espera de las candidaturas de un tercio de los gobiernos estatales. Algunos lograrán las postulaciones, y con ello engrosarán las filas del sindicato de gobernadores, mientras que otros venderán caras sus abstenciones y retiros.

En ese esquema están presionando, por lo pronto, personajes como Artemio Iglesias, chihuahuense prototipo del dinosaurismo, afamado especialista en ingeniería electoral, síntesis del priísmo tradicional, y Angel Sergio Guerrero Mier, duranguense que aparte de las características anteriores tiene en su favor hazañas como la de haber sido oficial mayor de San Lázaro cuando se quemaron los archivos de las elecciones de 1988, y luego presidente dilatorio y mediatizador de la Comisión Colosio.

Astillas: Tienen razón los ferrocarrileros que se oponen a las trapacerías de Víctor Flores: los beneficiados de la irrupción porril del pasado 15 en San Lázaro fueron Luis de Pablo, director de los Ferrocarriles Nacionales de México, quien de esa manera se salvó de los cuestionamientos que le harían varios diputados, y el líder charro Flores, que sigue vendiendo los derechos de los trabajadores a los nuevos dueños de las líneas nacionales...