Bernardo Barranco
La primavera religiosa en Cuba
La Habana, 20 de enero Ť El papa Juan Pablo II llega hoy a la isla, por fin se despejarán muchas interrogante que la visita ha provocado. La presencia del pontífice es considerada por el pueblo como la más importante en este fin de siglo. Guardando proporciones, desde la visita de Mijail Gorbachov en plena perestroika en 1991 ninguna llegada de personaje alguno ha despertado el interés internacional levantado por el obispo de Roma. Desde el anuncio del viaje en noviembre de 1996, la Iglesia católica cubana ha trabajado preparando la organización, el financiamiento y diferentes aspectos de la infraestructura, a pesar de algunas tensiones entre La Habana y el Vaticano que tuvo su momento más denso en torno al affaire de los micrófonos ocultos. Pese a todo, tanto Fidel como la jerarquía católica se han esforzado por encontrar un tono común que tranquilice a la prensa internacional ávida de espectacularidad. Iglesia y gobierno han dialogado, han llegado a compromisos y acuerdos, los veremos; así podemos entender la exhortación de Fidel para participar creyentes y no creyentes en las actividades convocadas por la gira papal. También la intervención del arzobispo de La Habana, el cardenal Jaime Ortega, en multitudinaria rueda de prensa señalando que: el Papa no vendrá a desestabilizar al país ni presenciaremos un choque de trenes. Por su parte, la intervención televisiva de Fidel, ya apuntaba claramente su postura de no confrontación ni de temor por la presencia del papa Wojtyla, como sucedió en algunos países de Europa del este y en la Nicaragua sandinista; por el contrario, el experimentado comandante cubano, externó al alentar y promover una amplia participación en una clara actitud de recuperar y capitalizar, hacia adentro, éxito seguro que representará la visita. Dicho de otro modo, el gobierno de Fidel Castro se montará en este acontecimiento histórico, pero deberá inaugurar en los hechos una nueva y diferente relación con la Iglesia cubana, en particular con su jerarquía. Incluso podría desaparecer la dicotomía, emblemática durante décadas, que sostenía que el ser revolucionario era igual a ser ateo. Recordemos el estigma de reaccionarios y por tanto enemigos de la revolución que los católicos cargaron durante décadas hasta que los católicos de la Teología de la Liberación en otros países de Latinoamérica ganaron carta de ciudadanía.
Sobre la Iglesia cubana es importante tomar en cuenta que antes de la revolución de 1959, el país tenía cerca de 7 millones de habitantes y había más de mil sacerdotes. En la actualidad, en Cuba viven más de 11 millones y 2 más en el extranjero con una base sacerdotal que no llega a 300, en su mayoría extranjeros. Esta condición impide una sana relación con la santería, que es la religión popular de raíces africanas que se sincretiza con el catolicismo y que abarca un porcentaje mayoritario. En todo caso es real el incremento de la asistencia a la misa católica en un notable 90 por ciento. En las calles, en las parroquias los cubanos afirman que la visita traerá cambios significativos a la isla, no sabe cómo ni exactamente qué tipo de cambios. Esta apertura del gobierno revolucionario de Cuba ante la religión, que se inició con la flexibilización de las reformas constitucionales, ha permitido que el tema religioso sea retomado con fuerza. ``Vivimos una primavera religiosa'' dicen muchos cubanos católicos y la visita de Juan Pablo, más allá de los tramados geopolíticos, afianzará el nuevo posicionamiento de la Iglesia inaugurando un nuevo tipo de relación con el gobierno de Fidel Castro.