La Jornada miércoles 21 de enero de 1998

Arnaldo Córdova
La comunidad india

Hace unos meses, Miguel León Portilla publicó en La Jornada un bello artículo en el cual puso el problema de las comunidades indígenas exactamente en la dimensión en la que debe vérsele: como una institución que no hay que formar o constituir, porque ya existe y existe desde los tiempos coloniales. Sólo hay que reconocerla, después de que siempre se ha tendido a desconocerla. No necesitamos más. Ha estado siempre entre nosotros, pero no la hemos podido ver.

La Constitución reconoce el régimen indígena de propiedad comunal. Hay muchos ejidos, sobre todo en el estado de Morelos y también en Puebla y en Tlaxcala, que, de hecho, fueron en sus orígenes comunidades indígenas a las que se les reconoció el estatus privilegiado de ejidos, pero con fundamento en sus títulos coloniales de comunidades de indios que, a veces, se fundan también en documentos más antiguos, provenientes de la época precortesiana, como el clásico caso de Anenecuilco, patria chica de Zapata, que puede exhibir, según Jesús Sotelo Inclán, un título de hace nada menos que 700 años.

La comunidad india existe y, en su típica forma de existir, es un núcleo de personas que hablan una lengua diferente del español. No todas ellas hablan el español y se dan casos en que no hablan en absoluto el castellano. Son, por lo general, campesinos y artesanos. Son precoloniales y precortesianos en sus técnicas productivas y en su cultura, aunque también son cristianos con sus consabidos hábitos sincretistas que los hacen diferentes y también extraños a la cultura nacional blanca y mestiza. La comunidad indígena fue casi destruida por las Leyes de Reforma y, luego, por la dictadura porfirista. Hace unos días Iván Restrepo defendió el uso del arado y de las bestias en el cultivo de la tierra, porque no destruye la naturaleza y es ahorrativo de los recursos naturales. No estoy del todo de acuerdo con él, porque también nuestros indígenas fueron eminentes destructores del medio ambiente, sobre todo cuando quemaban bosques tropicales para sembrar y desertificaban la tierra que les daba sustento. Eso lo pudimos ver con los mayas, cuya decadencia algunos historiadores la cifran en el mal uso que hicieron de sus tierras. Pero creo que Iván tiene razón en lo general.

La comunidad indígena es, ante todo y no más que eso, un régimen particular de propiedad que da lugar a un particular modo de vida. No es un régimen político excluyente del que nos gobierna a nivel nacional o local. Es un auténtico régimen jurídico, consagrado por la Constitución y por las leyes que derivan de ella. Los que ven en la demanda de la autonomía indígena un proyecto separatista o contrario a la unidad nacional se hacen tontos o de verdad lo son. Nuestros indios, como es natural y deberíamos aceptarlo sin reservas, se sienten diferentes a nosotros y lo son. Deberíamos darles la oportunidad de serlo garantizándoles su propiedad y su modo de vida.

Ellos no piensan en la formación de Estados nacionales dentro del gran Estado nacional mexicano. Sólo quieren vivir en paz como ellos lo decidan y de acuerdo con sus usos. Históricamente, ellos han contribuido con su sangre a la formación del Estado nacional mexicano y se han hecho presentes en todas las gestas patrióticas del país, incluida la Revolución Mexicana. Se sienten ante todo indios, pero han dado muestras de que también se sienten mexicanos, a pesar de que lo mexicano les ha sido enemigo y ausente.

La discusión que desató el estallido de la guerrilla en Chiapas sobre las autonomías indígenas no ha sido del todo sana ni cuerda. El problema indígena debería ser planteado como un punto a resolver en el proceso de descentralización y federalización del Estado. Forma parte de la reforma del Estado, tan cacareada y tan poco clara hasta el momento. Podemos crear, sin muchas dificultades, un régimen jurídico propio de nuestros indios sin que lleguemos al dilema de si pueden o no seguir formando parte de nuestra nación. Ellos son parte de nuestro ser nacional y se necesita mucha estupidez u obcecación para negarlo. Hablando en plata, el tema de la autonomía india es un asunto menor y de fácil resolución. Basta con que tengamos una visión histórica correcta y un criterio político positivo.

Es cierto que nuestros indios tienen usos y costumbres que no van de acuerdo con nuestro sistema jurídico. Por ejemplo, el sistema penal que citaba el Sub Marcos en una de sus primeras proclamas: si un hombre asesina a un padre de familia se le condena a vivir para mantener a los deudos del occiso. No está mal y un buen sistema de derecho penal moderno podría incluso aprovechar esa tradición.

Pero bien sabemos que nuestros sistemas jurídicos penales modernos lo que buscan es la punición del delincuente, la venganza de un Estado que dice representar a la sociedad, y no tienen margen para aprovechar las ventajas que da la sabiduría de un régimen primitivo o premoderno como el de nuestros indios.

Nuestras comunidades indígenas son sistemas primitivos de convivencia social. Son, por ello, extremadamente frágiles y débiles frente a las embestidas de la modernidad y a la agresión y la violencia que ella trae consigo. Deberíamos hacernos responsables del tesoro cultural que ellas nos han heredado y que por su cuenta siguen incrementando, a pesar de que las hemos condenado a una miseria bestial e inhumana y a un aislamiento de la vida moderna que las está aniquilando todos los días en todas las formas imaginables.

Cuidar a nuestras etnias indias quiere decir atenderlas con solicitud y con la mayor cantidad de recursos que podamos reunir. Para ello, deberíamos concebirlas como una parte delicada y ferible de nuestro ser nacional. Como algo que puede perecer para siempre al primer soplo y que queremos conservar.

No nos costará casi nada. Sólo debemos aceptarlas como lo que humildemente son: grupos humanos que viven en un atraso atroz y que podemos ayudar a vivir mejor y a integrarse con una mayor confianza a lo que somos hoy como nación. Sólo eso.